23 de abril de 2014

Macondo hecho un pisapapeles



Macondo hecho un pisapapeles


Por Antonio José Ponte

Hace cinco años, a propósito de un artículo que me pidieron, leí de corrido toda la obra narrativa de Gabriel García Márquez. Es decir, releí muchos de sus libros y entré por primera vez, y no con demasiado gusto, en los últimos títulos suyos, que había visto aparecer en librerías sin atenderlos.

La revista mexicana y española Letras Libres me encargaba un examen de la obra del narrador colombiano que aparecería bajo el título "El Nobel en la picota", pues otros premiados por la Academia Sueca -Tony Morrison, Darío Fo, José Saramago y J.M.G, Le Clézio- iban a ser escrutados también.

Al recibir aquella orientación, lo primero que hice fue preguntarme por qué me reservaban a García Márquez, cuando no recordaba haber hablado de su obra ni para bien ni para mal, y no me interesaba en los más mínimo la personalidad del autor. Entonces supe que era debido a su amistad con Fidel Castro. Le procuraban el juez más severo posible, alguien que tuviera que sobreponerse a un enorme  prejuicio a la hora de leerlo.

 De modo que lo segundo que hice al recibir el encargo fue jurarme que no haría en mi texto alusión alguna a esa amistad. Leería a Gabriel García Márquez como si la revolución cubana de 1959 no existiera. Compré ediciones de bolsillo de todas sus novelas y volúmenes de cuentos, y me di a la tarea tan cronológicamente como pude.

Quizás no es buena idea leer de corrido la obra completa (o incompleta) de un autor, por magnífico que sea. Quizás no resulten fiables los efectos de un festival así. No obstante, experiencias parecidas con las obras de Joseph Roth o de Isak Dinesen no me hacen desaconsejar tal ejercicio. Si bien debo reconocer que Roth y Dinesen son narradores muy superiores a García Márquez.

Ahora, a propósito de su fallecimiento, vuelvo a publicar aquí mi examen de su narrativa y no me privaré de hacer una observación acerca de su amistad con el dictador cubano. García Márquez confesó alguna vez que cuando estaban juntos hablaban de literatura. Así el Premio Nobel sostenía conversaciones sobre libros y autores con el creador de un régimen de censura política. Mientras que generaciones de lectores en Cuba tenían prohibido el acceso a las obras de dos (por citar solo dos) maestros como  Jorge Luis Borges y Octavio Paz, Gabriel García Márquez admiraba a Fidel Castro y cultivaba su amistad.

Es un detalle, y no el más repudiable de esa complicidad política, aunque sí el más especifico para alguien que se ocupó de escribir libros.

Las que siguen son mis opiniones sobre sus novelas y cuentos.

El enigma del trópico
Antes de Macondo fue Comala, la tierra imaginada por Juan Rulfo. Antes, Bolombolo, "país exótico y nada utópico, / en absoluto! ¡Enjalbegado de trópicos / hasta donde no más!" que cantara el colombiano León de Greiff. Y antes, dentro de la obra narrativa de Gabriel García Márquez, los cuentos recogidos en Ojos de perro azul

La lectura de estas piezas publicadas tardíamente revelan torpeza veinteañera e incapacidad para lo fantástico. "De nada le valió arrastrarse con las vísceras rotas para auyentar los cuervos de la lujuria. Trató de apostarse tras el baluarte de su infancia. Trató de levantar entre su pasado y su presente una trinchera de lirios", escribió el joven García Márquez. 

Y en otro cuento: "Pero el esteta que lo habilitaba, tras una lucha aproximadamente igual a la raíz cuadrada de la velocidad que hubiera podido averiguar, venció al matemático, y el pensamiento del artista se fue hacia los movimientos de la hoja que verdeazulblanqueaba con los diferentes golpes de luz".

Luego, mejorará, por supuesto. En medio de esos cuentos primerizos aparece Macondo. Zancudos, astromelias, alcaravanes, gallinazos, campanadas de iglesias, almendros de hojas podridas: García Márquez ha confesado que aprendió de Graham Greese un álgebra para codificar el trópico. Mediante unos pocos elementos, dispersos pero unidos por cierta coherencia, podía reducirse "todo el  enigma del trópico a la fragancia de una guayaba podrida".

Idénticos detalles botánicos y bestiarios rotarán de novela en novela. Caerá siempre la lluvia (cualquier adaptación cinematográfica del mundo garciamarquiano tendrá que reservar un buen renglón del presupuesto para lluvia artificial). Según confesión suya, Frank Kafka le había regalado el desparpajo suficiente para que alguien despertara convertido en insecto sin más. Kafka le enseñó, luego de unos intentos fallidos, a evitar el embrollo de las explicaciones. 

En una frase de La señora Dalloway dio con la anticipación de ruinas que luego prodigaría en tantas páginas. Virginia Wolf tenía escrito allí: "Pero no había duda de que dentro se sentaba algo grande: grandeza que pasaba, escondida al alcance de las manos vulgares que por primera y última vez se encontraban tan cerca de la majestad de Inglaterra, el perdurable símbolo del Estado que los acuciosos arqueólogos habían de identificar en las excavaciones de las ruinas del tiempo, cuando Londres no fuera más que un camino de hierbas, y cuando las gentes que andaban por sus calles en aquella mañana de miércoles fueran apenas un montón de huesos con su propio polvo y con las emplomaduras de  innumerables dientes cariados".

Además de las ruinas premonitorias y los símbolos del poder político, él encontró en esta frase el miércoles preciso al que habría de apelar tantas veces: un día en contraposición a toda la eternidad, una concreción que permitiese avizorar lo demasiado abstracto. Si el trópico alcanzaba a abreviarse en cierta utilería recurrente, los manejos macondianos del tiempo quedarían reducidos a trascendencias (el hielo que rebota en el paredón de fusilamiento) y unas cuantas premoniciones: la muerte anunciada.

Sobrevivir a "Cien años de soledad".
Varios comentaristas de su obra han supuesto la carga de sobrevivir a una novela como Cien años de soledad, escrita a los cuarenta años. Los problemas, empero, habían comenzado antes. Pues ya a mitad del manuscrito, pasada la muerte del coronel Aureliano Buendía, Cien años de soledad podría considerarse escrito, no por Gabriel García Márquez, sino por los imitadores de Gabriel García Márquez a los que la novela daría lugar. 

Muerto Aureliano Buendía, aquellas epifanías que resultaban graciosas se convertían en retórica mala: lluvia de mariposas amarillas para Mauricio Babilonia. Y en tanto las guerras federalistas traían aún buenas páginas al mundo de Macondo, la llegada de la compañía bananera estadounidense quedaba impostada, tan literariamente infausta como el mar que desmontan los ingenieros gringos en El otoño del patriarca. (Cuidadoso de no chocar con autoridades, delicadísimo al vérselas con la Iglesia Católica, el antimperialismo del autor no resulta convincente por escrito).

Puesto a administrar su sobrevivencia, García Márquez tildó de superficial la escritura de su obra más conocida, mostró preferencia por otros libros suyos, sostuvo haber escrito Cien años de soledad para desviar lectores de una novela  publicada antes: El coronel no tiene quien le escriba.

En El olor de la guayaba conversa con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza acerca de los estorbos de la fama: "lo peor que le puede ocurrir a un hombre que no tiene vocación para el éxito literario, en un continente que no estaba preparado para tener escritores de éxito, es que sus libros se vendan como salchichas". Y, empeñado en superar tal maldición, publica el que tal vez pueda considerarse su mejor libro: Crónica de una muerte anunciada.

¿Fue a partir de Cien años de soledad que las frases de sus libros necesitaron ser rotundas, sus personajes se volvieron imposibles de tratar con esos nombres, y las descripciones pecaron de relamidas? Mientras que Jorge Luis Borges adjetiva para lo inusitado, García Márquez lo hace por razones reposteriles, para agregar almíbar a la frase, por engolosamiento.

Lo que vino después
Después de Cien años de soledad atinará parcialmente, por aquí y por allá. Compondrá un memorable encuentro entre el anciano dictador y la reina de belleza en El otoño del patriarca (leído con detenimiento, el furor nerudiano de ese episodio resulta cercano a la parodia de Neruda hecha por Juan Ramón Jiménez a propósito de la teoría de la sustitución). 

Subvertirá los modos de todas las novelas rosas con una novela rosa, El amor en los tiempos del cólera, obra de un cursi que se hace pasar por cursi.

El general en su laberinto, donde un autócrata tan desolado como el patriarca de un volumen anterior vive una muerte anunciada como la de otro libro previo, consigue aburrir.

Del amor y otros demonios es el esbozo para una mala novela. Y en su último relato publicado, Memorias de mis putas tristes, los enamorados devoran gardenias y rosas, se inventa el teléfono sin corazón... Cabría allí, en suma, cualquiera de las ridiculeces del cine de Eliseo Subiela.

Lo peor, sin embargo, es que esa historia pretende acogerse al ejemplo de La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, citada en el epígrafe. La traducción del japonés al colombiano transforma el delicado erotismo del original en voracidad por el virgo y alarde de potencia nonagenaria. Cabe preguntar entonces por qué sedan cada noche a la joven del prostíbulo colombiano. En casos como este, o cuando habla de música clásica, no es difícil sospechar en Gabriel García Márquez a un espíritu poco sutil.

Amén de su narrativa, el Premio Nobel colombiano es autor de unas memorias de infancia y juventud, y de un periodismo confundible con su literatura, al que podría calificarse de columnismo sentimental, no tan atento a la verdad como a las emociones. Vivir para contarla, sus memorias, permite conocer a los vecinos de Macondo en los lugares menos pensados. De ese entrecruzamiento practicable en muchos de sus libros recuerdo, en Cien años de soledad, la llegada a la firma del tratado de Neerlandia del joven tesorero de la revolución, anciano en El coronel no tiene quien le escriba.

García Márquez para los arqueólogos
Me pregunto qué pensarán los acuciosos arqueólogos imaginados por Virginia Woolf cuando, entre las ruinas del tiempo, lleguen a identificar la obra de Gabriel García Márquez. Vueltas las capitales un camino de hierbas, de las manos fosilizadas de los pasajeros de metro podrán extraerse los volúmenes del colombiano, y quizás sean celebrados como sus mejores libros Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba (pese al final enfático reutilizado en El amor en los tiempos del cólera). Cabrá tal vez en esa selección futura alguna otra novela, aunque ninguno de sus cuentos y ninguna de sus intentonas cinematográficas.

En cuanto a Cien años de soledad, aventura que pasará a formar parte de la literatura para jóvenes o niños. Los Buendía quedarán emparentados con la familia Mumín. Macondo cobrará su decisiva forma de pisapapeles e, igual que en los pisapapeles, importará poco la intensidad de la lluvia o de la nieve, puesto que el mundo está al abrigo de una bola de cristal. (Ese abrigo es lo que se dado en llamar realismo mágico, un método para abaratar epifanías).

Macondo podrá entregarse a jóvenes y niños en la confianza de que lo terrible está domesticado y cualquier desgracia resulta irrelevante. No habrá necesidad de cerrar las tapas de un portazo, porque siempre el autor borrará lo inadmisible con la dulzura de la siguiente frase.

Valga como ejemplo esta narración del final de un personaje en Crónica de una muerte anunciada: "sin amor, ni empleo, se reintegró tres años después a las Fuerzas Armadas, mereció las insignias de sargento primero, y una mañana espléndida su patrulla se internó en territorio de guerrillas cantando canciones de putas, y nunca más se supo de ellos".

La patrulla no tenía reparos, a pesar del peligro, de delatarse con sus canciones a viva voz. Iban directamente a la emboscada, ninguno de los hombres saldría vivo, pero ¿quién podría resistirse, en una mañana tan espléndida, a cantar canciones de putas?

Los lectores más jóvenes entrarán en la obra narrativa de García Márquez con la misma felicidad irresponsable de esa patrulla. Apartarán tiranos y libertadores, asesinatos y guerras, ruinas y señales del Apocalipsis, hasta dar con el acto fundamental del universo macondiano: el amor primigenio.

Ahora bien, para aventuras más adultas resulta más recomendable Yasunari Kawabara, por citar otro Nobel.

Reproducido de Diario de Cuba. 

Día del Libro

Abril 23: Día del Libro:


Un libro al año no hace daño,
mas es costumbre más sana
un libro cada semana.

(Anónimo)


22 de abril de 2014

Porqué rezamos el "Regina Caeli" y no el Angelus en el Tiempo Pascual





¿Por qué rezamos el Regina Caeli

y no el Angelus

en el Tiempo Pascual?

LIMA, 21 Abr. 14 / 08:28 pm (ACI/EWTN Noticias).- Durante el tiempo pascual, la Iglesia Universal se une en la oración del Regina Coeli o Reina del Cielo por la alegría, junto a la Madre de Dios, por la resurrección de su Hijo Jesucristo, hecho que marca el misterio más grande de la fe católica. 



El rezo de la antífona de Regina Coeli fue establecida por el Papa Benedicto XIV en 1742 y reemplaza durante el tiempo pascual, desde la celebración de la resurrección hasta el día de Pentecostés, al rezo del Ángelus cuya meditación se centra en el misterio de la Encarnación.



De la misma manera que el Ángelus, el Regina Coeli se reza tres veces al día, al amanecer, al mediodía y al atardecer como una manera de consagrar su día a Dios y la Virgen María.



No se conoce el autor de esta composición litúrgica que se remonta al siglo XII y era repetido por los Frailes menores Franciscanos después de las completas en la primera mitad del siguiente siglo popularizándola y extendiéndose por todo el mundo cristiano.



La oración:

G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.

T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.

G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.

T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.

T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.



Oremos:

Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.



Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)


Las cubanas y los cubanos



LAS CUBANAS Y LOS CUBANOS

Por Leonardo Padura‎  


Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1979 o 1980 ya tenemos más de 50 años.

En más de treinta años de trabajo hemos pasado por dos rectificaciones de errores, un perfeccionamiento empresarial y ahora por el reordenamiento laboral.


Las cubanas y los cubanos que comenzamos a trabajar en 1980, aun compartimos la vivienda con nuestros padres, incluso con nuestros hermanos y sus hijos, o con mucha suerte tenemos un apartamento que compartimos con nuestros hijos y sus esposas y los hijos de nuestros hijos.


Las cubanas y los cubanos que nos convertimos en trabajadores en 1980, somos ahora destacados científicos, prestigiosos profesores, experimentados obreros, condecorados militares, campeones olímpicos, artistas de fama mundial, veteranos de guerras a miles de kilómetros de nuestras costas, pero no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.


Con esa carencia, nuestro papel ha estado bien claro: trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.


Las cubanas y los cubanos que comenzamos la vida laboral en 1980,crecimos y envejecimos, guiados por la misma generación, una generación que enfrentó responsabilidades y retos que van más allá de nuestra imaginación con menos edad que la que ahora tenemos nosotros, y que aprendió y ganó experiencia ensayando en nuestro pellejo por el método de prueba y error.

En 1980, había pasado Playa Girón, la Lucha contra Bandidos, la Ofensiva Revolucionaria, la Zafra de los Diez Millones, la ayuda a los movimientos guerrilleros en América Latina y la Guerra de Viet Nam.


Las cubanas y los cubanos que en 1980 nos estrenábamos como trabajadores, nos habíamos espantado con la explosión de La Coubre, habíamos cantado "Pionero soy" y el himno de la URSS, en ruso, en el patio de la escuela.


Habíamos llenado bolsitas de tierra en el Cordón de La Habana, protestado frente a la embajada de Suiza por el secuestro de los 11 pescadores, cortado caña en las frías llanuras de Camagüey y tratado de convertir, más de una vez, el revés en victoria. Pero éramos demasiado jóvenes, nos tocaba trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes. Nosotros, no habíamos desembarcado en el Granma ni estuvimos en La Sierra Maestra.


Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, alguna vez fuimos niños que comimos fritas en el puesto de Pancho, tomamos batidos en el quiosquito de Manolín o llevamos a arreglar nuestros "colegiales" al viejo remendón de la esquina, con sus espejuelos sujetos con un cordón de zapatos, su busto de Martí en la repisa y su buen trato y mejor servicio.


Fuimos alguna vez, niños que llamamos señorita a la maestra, señor al vecino de enfrente y señora a la mamá de nuestro mejor amiguito, pero ello no nos contaminó con las pestilentes miasmas imperialistas, ni nos salieron pústulas en la piel.

Las cubanas y los cubanos que integramos las plantillas en 1980, cantamos "Somos comunistas palante y palante" contagiados con la euforia de los mayores. Asistimos a la inauguración de Coppelia, vimos el Salón de Mayo en La Rampa, escuchamos por primera vez al Grupo de experimentación sonora del ICAIC, no entendimos nada de la Primavera de Praga, y nos grabamos con letras de fuego Hasta la victoria siempre. Aunque, no habíamos desembarcado en el Granma ni estado en La Sierra.


Las cubanas y los cubanos que empezamos a trabajar en el 80, teníamos 30 años cuando Carlos Varela proponía probar habilidad con la ballesta y estuvimos de acuerdo, pero una edición dominical de Juventud Rebelde nos recordó que "los niños hablan cuando la gallina mea". Se nos olvidaba que no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra, lo que teníamos que hacer era trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Cuando al campo socialista europeo le sucedió lo único que le podía suceder al campo socialista europeo, las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 teníamos más de 30 años o casi y estábamos listos para reaccionar, y sabíamos que la única salida no era la "opción cero", pero no estábamos políticamente maduros, nos faltaba la experiencia del Granma y de La Sierra. Nuestra misión seguía siendo trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.


Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 (o cerca) ya tenemos 50 años y más de 50 también, y hemos vivido lo suficiente para ver al administrador estatal del "quiosquito" que fue de Manolín, hacerse indecentemente rico, como nunca hubiera podido ser Manolín.


Hemos visto llenarse los campos de marabú mientras los noticieros nos enseñan postales idílicas de la abundancia.


Hemos obtenido una amplia cultura de las desgracias del universo, sin podernos enterar de lo que pasa en nuestro propio municipio.


Hemos visto a Hanoi levantarse de las cenizas de la guerra mientras La Habana se cae a pedazos sin necesidad de un bombardeo masivo.

Hemos visto como se convierte el guajiro en una especie en peligro de extinción como las vacas o la caña de azúcar, y como el cine convierte a nuestro padre en el personaje ridículo del filme, con su vieja boina verde olivo y sus consignas machaconas en el raído pullover.


Los nietos de las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, tienen ahora maestros que escriben Habana sin "H" y campiña con "n" y que declaran sin pudor no saber donde nació Antonio Maceo, porque eso no es materia de su grado.


Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, hemos visto proliferar pícaros y farsantes de toda laya en todos los niveles y hacer de la consigna un método y de la apariencia un culto: "Tenemos la mayor micropresa del mundo".

Por eso las cubanas y los cubanos que tenemos 50 años, recibimos regaños en la televisión a través de un anónimo calvito que nos sermonea con fondo musical de La Guantanamera.

Cargamos con el sambenito de las malas decisiones, los caprichos y la megalomanía, y la prensa nos pide ser austeros, comprensivos y desde luego, seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

A las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, nos toca desde luego, rescatar los albañiles perdidos, los maestros perdidos, la eficiencia perdida, el quiosquito perdido, incluso el respeto al prójimo también perdido cuando la palabra "compañero" igualó al trabajador y al vago, al adulto y al niño, al genio y al bruto, y sembró en la mente de mucha gente la cómoda fórmula de que todos merecemos lo mismo y no que todos tenemos iguales oportunidades.


Y otra vez se nos recuerda que nos toca seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y confiar en la Revolución y en sus dirigentes, porque nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, ahora somos viejos pero somos de "mala raza" porque no hemos sabido asimilar las enseñanzas recibidas, hemos engavetado los buenos consejos y no hemos dado un solo líder, además de la propensión que tenemos todos a la corrupción y al delito.
El país necesita de "los jóvenes menores de 40", se requiere, al menos en teoría, de la sangre fresca, pero a nuestra generación, con sesenta años y un poco más y con unos cuantos años de trabajo todavía por delante, nos tocará seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 somos ahora niños viejos, que necesitan una vez más ser regañados y aleccionados por las mismas personas que desde hace más de medio siglo nos regañan y aleccionan, porque hay que tener en cuenta que nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en la Sierra Maestra.


Remitido por Chela Sanz

La Historia en ruinas: Guanabacoa




La Historia en ruinas: Guanabacoa

Por Camilo Ernesto Olivera

desde La Habana



Le decían 'Guanabacoa la Bella'.

Su centro histórico, cuyo valor patrimonial es excepcional,

se está cayendo a pedazos.



En el parque central de la Villa de La Asunción de Guanabacoa, una tarja colocada por la Comisión Nacional de Monumentos declara a la parte antigua del municipio como Monumento Nacional.



La realidad dista mucho de lo que anuncia esta tarja. El patrimonio arquitectónico de este pueblo, es uno de los peor conservados en el país. En su mayoría  está necesitado de una restauración urgente y profunda.



Un recorrido por las calles enmarcadas dentro del llamado Casco Histórico del poblado, deja como resultado una sensación de incertidumbre y tristeza.



En 2009, los jóvenes realizadores audiovisuales Hansel Leyva y Christian E. Torres, ambos vecinos de esta villa, realizaron un documental titulado Hogar, dulce hogar. En el reflejaron la triste realidad de una de las más añejas poblaciones cubanas, centrándose en el estado de decrepitud de una de las edificaciones más antiguas y valiosas del poblado, la llamada "Casa de las Cadenas".



Según la tradición oral, documentada por Elpidio de la Guardia en su Historia de Guanabacoa: "fueron resguardadas en ese lugar las imágenes religiosas de la aledaña Parroquial Mayor durante un fuerte temporal que destruyó al pueblo" en 1730. También se oficiaron allí las misas durante ese periodo. Como compensación, el dueño de la casa fue acreditado por el Rey Felipe V de España, para conceder derecho de asilo a fugitivos de la justicia.



Solamente otras dos edificaciones en todo el Imperio Español  tuvieron esta prerrogativa.



La Casa de Las Cadenas se ha sostenido en pie por más de 270 años. Sin embargo, el grado de deterioro en que se encuentra es avanzado. Los techos de madera y tejas del segundo nivel han ido colapsando por el accionar del clima y el abandono. Las raíces de arbustos y tunas atraviesan las paredes interiores a la intemperie. Las paredes exteriores están agrietadas. Varias familias residen todavía en la planta baja del inmueble.



Hace algún tiempo, las autoridades del Gobierno y Cultura municipal de Guanabacoa develaron una tarja en la casa natal de Ignacio Villa "Bola de Nieve". El gesto oficial, estuvo aderezado por  discursos para la ocasión y la presencia de la televisora local Canal Habana, que dio cobertura al evento. La tarja conmemoraba el centenario del natalicio de este notable músico cubano. La pared del portal donde la colocaron ni siquiera fue reparada o pintada.



Apenas unos días después, el techo de la sala y el recibidor de la vivienda, se vinieron abajo, junto a un tramo de uno de los dormitorios. Los inquilinos buscaron herramientas, arrancaron la tarja y se la entregaron a la dirección del Museo Municipal. "¿Para qué sirve una tarja conmemorativa, si la casa se está cayendo?", dijeron los ocupantes. Poco después parte de estos fueron evacuados hacia otra vivienda cercana, en espera de solución para el problema creado. En estos momentos la casa natal del célebre Bola de Nieve continúa deteriorándose.



Durante estos años, se han derrumbado y han sido desaparecidas, a golpe de mandarria y buldócer, las residencias de descanso de los Condes de Jaruco y de Barreto, respectivamente. La casa natal de Ernesto Lecuona fue demolida hace décadas para convertir el terreno que ocupaba en un parqueo.



La residencia Urzáis, una de las más grandes y hermosas edificaciones de la zona, aledaña a lo que desde 1962 es el Anfiteatro de Guanabacoa, fue abandonada a su suerte. Hasta inicios de la década de los ochenta, se ubicó allí un policlínico. Las autoridades de Salud Pública evacuaron el inmueble cuando no pudieron repararlo. A finales de la crítica década de los 90, solo quedaban en pie algunas paredes y además campeaban la maleza y la basura.



Otros sitios importantes como los otrora  Teatro Fausto y Casino Español "La Viña" permanecen malamente en pie. El teatro acoge en su antiguo recibidor a una peña de dominó. El resto del recinto ha sido almacén para acopio de productos agrícolas y refugio de familias. "La Viña" es un centro gastronómico. Esta era una edificación de dos pisos que fue derrumbándose quedando las paredes exteriores.



La llamada Fuente del Obispo, y los Baños de Santa Rita, están abandonados e invadidos por los matorrales y los desechos.



La hermosa Casa de Las Figuras, hoy sede de la funeraria municipal, se derrumbó. Fue sustituida por una edificación moderna. La misma suerte corrió el Hospital de Caridad, reconstruido con otro diseño y actualmente sede de un policlínico.



Los manantiales La Cotorra funcionaron bajo gestión estatal hasta inicios de 1992. Después, como consecuencia de la crisis, decayeron hasta llegar al calamitoso estado en que se encuentran hoy día. Hace un par de años el parque aledaño a las instalaciones administrativas fue medianamente restaurado. 

   

Las tradicionales casas construidas con madera, con una presencia arquitectónica notable en Guanabacoa, han ido desapareciendo como consecuencia de la falta de recursos y mantenimiento.



En estos momentos resulta difícil reconocer como un todo conservado el denominado centro histórico de Guanabacoa. Esta situación, contrasta con la de otros centros similares en otros lugares del país como Cienfuegos, Trinidad y  Camagüey.



Cada día un portón antiguo desaparece, una reja del periodo colonial es desmontada por el derrumbe. Un caserón vetusto en ruinas es convertido en una cuartería conformada por casas de ladrillos y placa.  



Guanabacoa se está muriendo, la memoria histórica que representa su capital inmobiliario se está viniendo abajo inexorablemente.


Reproducido de Diario de Cuba y remitido por Humberto Estrada.
Ilustración: casa en ruinas en la calle Maceo, Guanabacoa. (Foto: C.E.Olivera)