La
Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba
La fuerte discusión familiar había sido agria y
repleta de descalificaciones. Faltó flexibilidad, comprensión y entendimiento y
el resultado fue una ruptura dolorosa e innecesaria. El hijo se fue de la casa
herido y el padre se abrazó a una autoridad que él creía le daba la razón, y lo
dejó marchar. La separación fue demasiado larga y los años no sanaron la
ausencia. Pero, desde zonas distantes de la Isla, los dos suplicaban a la Virgen
de la Caridad que lograra el reencuentro…
Esta historia se guarda entre los relatos del Santuario Basílica del Cobre. Se cuenta que el que se había marchado peregrinó ante la Virgen del Cobre para pedirle su mediación y el perdón de su padre, y que éste, que pedía por lo mismo, se encontró con él mientras subían, cada uno por su lado, las escaleras que ascienden al camerín de la Patrona de los cubanos.
La Virgen María, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, se convirtió desde el hallazgo de su imagen en las aguas de la bahía de Nipe, a comienzos del siglo XVII, en el corazón de un pueblo que la acogió por madre misericordiosa. Una presencia que inundó de identidad y cubanía a un pueblo que comenzaba una andadura histórica llena de grandes dificultades y tropiezos, y que ella acompañó siempre y en todo momento: cuando Cuba era española y cuando comenzó a dejar de serlo.
Desde su modesto santuario en la villa de Santiago del Prado, donde estaban las minas de cobre, en la región del Oriente cubano, acogió a peregrinos de toda raza y condición social, y escuchó plegarias, lamentos y expresiones de gratitud día a día, minuto a minuto, y su imagen acompañó en la manigua al Ejército Libertador de un pueblo que, desde el dolor y el sacrificio, quería estrenar el don de la libertad y la justicia.
Por eso era de lógica natural que, cuando la Iglesia otorgó a Cuba la novedad de un episcopado nativo, fuera Mons. Francisco de Paula Barnada y Aguilar, primer Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, quien pidiera al Papa Pío X, el 25 de octubre de 1905 (solo tres años después de proclamada la República de Cuba) que declarara oficialmente a la Virgen de la Caridad como patrona de la joven nación; petición que se repitió, con la ayuda y el apoyo de Mons. Giuseppe Aversa, delegado apostólico de la Santa Sede, el 29 de agosto de 1906. La Sagrada Congregación de Ritos respondió el 21 de enero de 1907, pidiendo que según las normas dadas por el Papa Urbano VIII, la solicitud del obispo santiaguero debía ser “complementada por parte del clero y del pueblo, con cartas avaladas por los obispos del país, tanto de las arquidiócesis como de las sedes sufragáneas”.
La iglesia cubana comenzaba a surgir de sus cenizas después de un larga guerra de independencia, en los comienzos de una república penetrada por un fortísimo anticlericalismo. Una iglesia pobre en un país paupérrimo, necesitado de sacerdotes, educación, obras sociales y catequesis; donde todo parecía estar por hacer.
Mons. Bernada, como Arzobispo de Santiago de Cuba, era el custodio de la imagen de la Virgen y de su santuario, semiderruido por el colapso de una galería de las minas de cobre. Era un gran devoto de la Virgen Morena, cuya imagen bendita mandó colocar en su escudo episcopal, y un verdadero patriota, que encabezó con su firma el manifiesto que los 53 sacerdotes de la Isla enviaron en 1898 a León XIII para presentarle al Papa las ansias y el derecho a la lucha por la libertad del pueblo cubano.
No tuvo el obispo Barnada la dicha de obtener del Papa la declaración del patronazgo de la Virgen de la Caridad, pero su esfuerzo sembró el camino para qué el 24 de septiembre de 1915, los veteranos del Ejercito Libertador pidieran a Benedicto XV que declarara oficialmente a la Virgen de la Caridad como lo que de hecho había sido siempre para todos sus hijos: la celestial Patrona de Cuba. El Papa respondió esta vez positivamente, y firmó el documento el 10 de mayo de 1916, cuando la Arquidiócesis de Santiago de Cuba era dirigida por el salesiano Mons. Félix Ambrosio Guerra.
El próximo año del 2015 y el siguiente del 2016 celebraremos las dos grandes centenarios de este hecho histórico. Lo que inició la Iglesia y lo que finalmente obtuvo la gestión de los libertadores cubanos, los mambises, debe llenarnos de profunda gratitud y sano orgullo, porque tenemos una historia cuyo relato no puede escribirse sin la presencia profunda y compartida de la Santísima Virgen María de la Caridad del cobre, nuestra Patrona.
Nota del autor: Gran parte de la información
ofrecida en este artículo proviene de la extraordinaria investigación del Dr.
Guillermo Fernández Toledo “Los precursores del patronazgo de la Virgen de la
Caridad”, publicada en la revista Verdad y Esperanza (Unión Católica de Prensa
de Cuba), segunda época, año 3, no. 3, 2011, p.30/33.
“Palmas Amigas” lo ha reproducido de “La Voz Católica”, Arquidiócesis de Miami,
agosto del 2014.
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