Una isla
que se hunde
Los
datos no engañan: el PIB de Cuba creció el año pasado un 2,7%, muy por debajo
del cacareado 3,6% anunciado previamente por el régimen. Y para este 2014 las
perspectivas son aún peores: un pírrico 2,2%.
Con estas melifluas cifras, Raúl no ha tenido otra opción que abrir su parcela para tratar de atraer capitales foráneos. Claro, que con condiciones y sin excluir la expropiación: los inversionistas no podrán entrar ni en la educación ni la salud (y defensa), los otrora insignes programas del Gobierno con los que seguramente quiere continuar haciendo propaganda barata.
En todo caso, Raúl tendrá difícil obtener los entre 2.000 y 2.500 millones de dólares anuales que necesita para poder mantener a flote su dictadura. Y es que los capitales extranjeros lo que buscan y necesitan es seguridad jurídica, una quimera en territorio cubano.
Como prueba sólo hay que recordar que cerca del 50% de las empresas que en 1998 habían apostado por invertir en la isla salieron corriendo ante la zozobra política y en la actualidad tan sólo siguen operando unas 200. Todo un récord en destrucción de confianza del inversor.
Por si no fuera poco el clima hostil -Cuba ocupa el penúltimo lugar, sólo por delante de Norcorea, en el ranking de libertad económica este mismo año-, los inversores no sólo se arriesgan a perder sus capitales sino algo más precioso incluso: su propia libertad.
Si Raúl considera que se están violando las reglas que él mismo dicta y escribe, el empresario puede acabar en la cárcel. Los ejemplos son demasiado conocidos.
Por eso, esta iniciativa lo único que pone de manifiesto es la situación desesperada en la que se encuentra la economía cubana. Lo que necesita Cuba no es una reforma económica. Sino una política, y se llama democracia.
Reproducido del Diario Las
Américas, Miami
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