Vía Crucis
de la Fe
Oraciones
de Benedicto xvI
I Estación: Jesús es condenado a muerte
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el mesías?»,
Contestaron todos: «¡Que lo crucifiquen!» Pilato insistió: Pues, «¿Qué mal ha
hecho?» Pero ellos gritaron más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!» Entonces les
soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran. (Mt 27, 22-23,26)
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al “qué dirán”
ha sofocado la voz de la conciencia.
Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratos,
condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el
éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida
a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro
después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique
el camino en nuestras vidas. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la
conversión.
II Estación: Jesús con la cruz a cuestas
Te adoramos , oh Cristo, y te bendecimos
Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y
me siga. Porque si alguno quiere salvar su vida, la perderá. En cambio, si
pierde la vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué sirve al hombre
ganar el mundo entero, si pierde su vida?, o, ¿qué puede ganar el hombre a
cambio de su vida?
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no
unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer
tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las
burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has
llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por eses camino (Mt 10, 38).
Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar
que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a
recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera
alegría.
III Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores:
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; traspasado por
nuestras rebeliones; triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable
vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada
uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes
(Isaías 53, 4-6)
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro
pecado, el peso de nuestra soberbia te derriba. Pero tu caída no es signo de un
destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has
querido venir socorrernos porque a causa
de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos
forjarnos a nosotros mismos lleva a trasformar al hombre en una especie de mercancía,
que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros
experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte,
mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada ve profundamente
la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a
nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
IV Estación: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Simeón los bendijo y dijo a María, su Madre: «Mira, Éste está
puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten: será una bandera
discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada
te traspasará el alma».
Su Madre conservaba todo esto en su corazón. (Lc 2, 34-35, 51)
Santa María, madre del Señor, has permanecido fiel cuando los
discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que
parecía increíble: “que serías la madre del Altísimo”, también has creído en el
momento de su mayor humillación. Por eso, en la
noche de la cruz, de la noche más oscura del mundo, te han convertido en
la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a
creer y nos ayudes para que la fe nos impulse
servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el
sufrimiento.
V Estación: El cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque por tu santa cruz has redimido al mundo.
A salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo
forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que
quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga». (Mt 27, 32; 16,24)
Señor, a Simón de Cirene le has abierto lo ojos y el corazón,
dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a
nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y
nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir
la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia
de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los
sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así
podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
VI Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos
porque por tu cruz has redimido al mundo.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro» Tu rostro buscaré, Señor.
No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi
auxilio. No de deseches, no me abandones, Dios de mis salvación (Salmo 26, 8-9)
Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro.
Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las
cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el
mundo. Cuando seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una
bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte
y mostrar al mundo tu imagen.
VII Estación: Jesús cae por segunda vez
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su
furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha
cercado mis caminos con piedras sillares. Ha torcido mis senderos. Ha quebrado
mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza. (Lamentaciones, 3, 1-2,
9.16
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas
llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque
solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder del fácil vicio. En lugar
de un corazón de piedra, danos de nuevo
un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las
ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de
mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz
que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a
las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores
de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos
esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de
esperanza para el mundo.
VIII Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en
que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos
sobre nosotros» Y s las colinas: «Sepultadnos»: porque si así tratan al leño
verde, ¿qué pasará con el seco. (Lc 23, 28-31)
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia,
del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del
Juez del mundo. Nos llamas a superar una concepción dl mal como algo banal, con
la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Ha que
caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte solo palabras de compasión.
Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos
con el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera,
y que produzcamos frutos para la vida eterna. (cf.Jn 15, 1-10)
IX Estación: Jesús cae
por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Derramaré sobre vosotros un agua pura. Os purificaré de toda
mancha y de todos sus ídolos. Os daré un corazón nuevo. Y pondré dentro de
vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré del cuerpo el corazón de piedra, y os
pondré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu dentro de vosotros, para que viváis
según mis mandamientos. (Ez 36, 25-27)
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de
hundirse, que hace aguas por todas partes. y también en tu campo vemos más
cizañas que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero
los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los
gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia. También
en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y
Satanás se alegra porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que
tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre.
Pero tú te levantarás, tú te has reincorporado, has resucitado y puedes
levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
X Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz
has redimido al mundo.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir La
Calavera), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó pero no quiso
beberlo. Después de crucificarlo se repartieron su ropa echándola a suerte y
luego se sentaron a custodiarlo. (Mt 27, 33-36)
Señor, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la
deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán,
sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres,
aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente sí como cumples la
palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece sin significado.
Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a
nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas
las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo
encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
XI Estación: Jesús clavado en la cruz
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este
es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la
derecha y otro a
la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú
que destruías el templo y lo reconstruías en
tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
Los sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
«A otros ha salvado y él no se puede
salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. (Mt.
7, 37-42).
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la
terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te
has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no
desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A
desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar
tu libertad «comprometida» y a encontrar «en la estrecha unión contigo la
verdadera libertad.
XII Estación: Jesús muere en a cruz.
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él
estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el Rey de los Judíos». Leyeron el letrero
muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y
griego. (Jn 19, 19-20)
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente
estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la
oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el
rostro de Dios, tu rostro, parece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te
has hecho reconocer, Porque eres el que
sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación,
ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la
necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que
se manifieste tu salvación.
XI Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado su madre.
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz has redimido al mundo.
El Centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el
terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de
Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, que habían seguido a Jesús
desde Galilea para atenderle. (Mt. 27, 54-54)
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu
cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia. (Mt
27,59) a fe no ha muerto del todo. El sol no se ha puesto totalmente. Cuántas
veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos
alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de
la oscuridad reconozcamos que tú estés presente. No nos dejes solos cuando nos
aceche el desánimo. y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista
en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más
extrema, como tu madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a
los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por
encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro
corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar
la resurrección.
XIV Estación: Jesús es puesto en el sepulcro.
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia,
lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodo una piedr
grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra maría
se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. (Mt 27-59-61)
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la
muerte del grano de trigo, te has hecho grano de trigo que muere y produce
fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas
para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el
pan de vida en que te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna a través de la encarnación
y la muerte, se ha hecho Palabra cercana: te pones en nuestras manos y entras
en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te
das a ti mismo través de la muerte del
grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra
vida para encontrarla: a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo.
Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamps visible la huella de tu vida en
este mundo. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente
al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección.
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