El domingo de la alegría
A ti, Señor, quiero tener y esperar,
porque, eres causa de mi alegría y júbilo
cuando te tengo entre mis manos,
o al sentirte y al buscarte en mi soledad,
desconcierto o abandono.
Cuando me empeño en vivir solo para mí.
Frente a la tristeza,
eres siempre aurora de buenas noticias.
Frente a la desesperanza
ofreces palabras de aliento y ánimo.
Frente a la desilusión por lo que vemos,
me invitas a dirigir mis ojos hacia el cielo.
El mundo necesita una melodía de paz,
música de alegría eterna,
acordes de concordia y perdón,
sonidos de hermandad
y de alegrías verdaderas.
Por eso mismo, Señor, te quiero.
Eres el único capaz de impregnar al mundo
con un poco de tu gracia eterna y divina.
Eres el secreto que, al desvelarse en Navidad,
viene a hacerse hombre para podernos salvar.
Eres antorcha de un nuevo día,
Luz que ilumina el horizonte del mañana.
Promesas que, por fin,
veremos fielmente cumplidas
y humildes en un pesebre.
Carne, como nuestra carne, pero sin pecado,
que devolverá la sonrisa y el gozo
a un mundo que, por tener tanto,
ha dejado lo esencial por el camino.
Javier Leoz,
No hay comentarios:
Publicar un comentario