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Empecinado
Juan Martín Díez, pintado por Francisco de Goya |
En la provincia española de Valladolid, hay un antiguo
pueblo llamado Castrillo de Duero que moja su tierra con las aguas del río
Botija. Son aguas que fluyen sin prisa y esta mansedumbre ha dejado que balsas
de cieno negro se formen en su rivera. Estos cúmulos de lodo negro también son
conocidos como pecinales. Esto fue razón para que desde muy
antiguo, a los nacidos ahí, despectivamente los llamaran los
empecinados, que sería algo así como ‘los enlodados’. Pues bien, de esta
suerte fue Juan Martín Díez que al ser oriundo de estas tierras, pasó a ser
otro “empecinado” como todos
sus coterráneos.
En plena madurez, tocó a Juan Martín vivir el momento
histórico en que las tropas de Napoleón, a principios del siglo XIX,
invadieron España. No dudó nuestro personaje en tomar las armas y
defender la soberanía de su país. Pronto, su inteligencia, arrojo y terquedad
lo llevaron a conseguir grandes victorias contra el ejército invasor. Esto lo
convirtió en héroe popular a quien todos conocían como El Empecinado y,
al poco, el mote pasó a todos los patriotas que combatían a su lado y entonces los
empecinados eran vistos con admiración.
Cuando terminó la guerra con Francia y el rey Fernando
VII pudo recuperar su trono, El Empecinado fue ascendido a mariscal de
campo. Parecía que todo iba bien para él pero poco le duró el gusto. Cuando el
rey despreció el orden constitucional que había jurado y restableció el
absolutismo, Juan Martín volvió a tomar las armas ahora contra el rey.
Fernando VII, tratando de recuperarlo para su causa, le
ofreció un millón de reales y el título de conde para que se pusiera a su
servicio. El Empecinado que era un
hombre de convicciones respondió:
«Díganle al Rey que si no quiere la Constitución, que no
la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de
faltar a sus juramentos».
El rey nunca olvidó el agravio y lo persiguió hasta
encarcelarlo en el pueblo de Roa, donde hubo de soportar vejaciones,
humillaciones y finalmente fue ejecutado en la horca. «¡¿Es que no hay balas
en España para fusilar a un general?!». Fue el último grito de Juan Martín.
Publicado en Mundo hispanohablante
por Arturo Ortega Morán en abril 12, 2011
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