2 de junio de 2011

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Empecinado

Juan Martín Díez, pintado por Francisco de Goya
En la provincia española de Valladolid, hay un antiguo pueblo llamado Castrillo de Duero que moja su tierra con las aguas del río Botija. Son aguas que fluyen sin prisa y esta mansedumbre ha dejado que balsas de cieno negro se formen en su rivera. Estos cúmulos de lodo negro también son conocidos como pecinales. Esto fue razón para que desde muy antiguo, a los nacidos ahí, despectivamente los llamaran los empecinados, que sería algo así como ‘los enlodados’. Pues bien, de esta suerte fue Juan Martín Díez que al ser oriundo de estas tierras, pasó a ser otro “empecinado” como todos sus coterráneos.

En plena madurez, tocó a Juan Martín vivir el momento histórico en que las tropas de Napoleón, a principios del siglo XIX,  invadieron España. No dudó nuestro personaje en tomar las armas y defender la soberanía de su país. Pronto, su inteligencia, arrojo y terquedad lo llevaron a conseguir grandes victorias contra el ejército invasor. Esto lo convirtió en héroe popular a quien todos conocían como El Empecinado y, al poco, el mote pasó a todos los patriotas que combatían a su lado y entonces los empecinados eran vistos con admiración.

Cuando terminó la guerra con Francia y el rey Fernando VII pudo recuperar su trono, El Empecinado fue ascendido a mariscal de campo. Parecía que todo iba bien para él pero poco le duró el gusto. Cuando el rey despreció el orden constitucional que había jurado y restableció el absolutismo, Juan Martín volvió a tomar las armas ahora contra el rey.

Fernando VII, tratando de recuperarlo para su causa, le ofreció un millón de reales y el título de conde para que se pusiera a su servicio. El Empecinado que era un hombre de convicciones respondió:

«Díganle al Rey que si no quiere la Constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos». 

El rey nunca olvidó el agravio y lo persiguió hasta encarcelarlo en el pueblo de Roa, donde hubo de soportar vejaciones, humillaciones y finalmente fue ejecutado en la horca. «¡¿Es que no hay balas en España para fusilar a un general?!». Fue el último grito de Juan Martín.


Publicado en Mundo hispanohablante  por Arturo Ortega Morán en abril 12, 2011

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