Lección de amor a un niño cubano
Gerardo
Rodríguez Miranda
La patria
no es tan sólo un simple nombre
con el
que se conoce nuestra tierra;
es también
el hogar de nuestros padres,
escenario
de goces y de penas…
Está
presente en ríos y montañas
y en
los serenos valles y en la espesa
vegetación,
que surge prodigiosa
como
un venero de eternal belleza.
Es
la brisa ligera y refrescante
que entona
melancólicas endechas,
y el
pueblecito quieto y silencioso,
o la
ciudad erguida y vocinglera.
Es
el cielo de azul esplendoroso,
es el
mar que se duerme en las arenas,
es el
batir de alas de las aves,
es la
música propia y sus cadencias.
Es
el pregón de humildes vendedores,
tipificando
escenas callejeras,
es el
dulzor de una sabrosa fruta,
es la
magia de un chiste… de un poema.
Es
la urdimbre de múltiples costumbres
de propia
y singular naturaleza,
es el
clima y el idioma, y el recuerdo
evocador
de incomparables gestas
La
patria se refugia silenciosa
en la
entrañable, inolvidable tierra
donde
duermen los muertos más queridos
el sueño
interminable de su huesa.
Ella
es la propiedad que no se compra,
manantial
de recuerdos y quimeras,
y en
la mente de cuantos la queremos,
es obsesión
tremendamente terca.
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