María Moliner,
la mujer que escribió sola y a lápiz
un diccionario mas largo
que el de la DRAE
Karina Sainz Borgo.
vozopuli.com
«María Moliner hizo una proeza con muy pocos antecedentes:
escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario mas completo, mas
útil, mas acucioso y mas divertido de la lengua castellana», dijo García
Márquez.
El influjo que ejercen las palabras sobre las personas tiene en
María moniler una expresión poderosa e iluminadora, ese tipo de experiencia que
demuestra la forma en las frases empujan mas que cualquier ventisca.
María
Moniner fue una bibliotecaria comprometida e impulsó la creación de una red de
bibliotecas rurales. Hacia 1950 inició la que sería su gran obra, el
Diccionario de uso del Español. Lo hizo con el objetivo de crear «un
instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como
idioma propio como a aquellos que lo aprenden».
Comenzó a escribirlo, exactamente, en el año 1952: «Estando yo
solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un
diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se
ha convertido en quince años», aseguró en una entrevista concedida a la prensa.
Tras una larga y lenta labor, la primera edición contó con la fe y el apoyo de
Dámaso Alonso, director entonces de la biblioteca Románica de la editorial
Gredos, quien decidió impulsar el proyecto. Se publicó entre los años 1966 y
1967, en dos volúmenes.
Nada mas salir a la luz el Diccionario de uso del español,
escritores como Miguel Delibs o Francisco Umbral comenzaron a mostrar su fervor
por él; por su utilidad y la sencillez de su estilo, que rompía con la
costumbre de definir los términos mediante frases enrevesadas y estereotipadas.
Ese es, tal vez, su mayor logro: un estilo propio, moderno práctico, que recogía en muchas ocasiones el
habla de la calle, y que María Moliner supo imprimir a todas y cada una de las
definiciones con explicaciones claras, sin pretensiones, utilizando un vocabulario
accesible para cualquier lector pero no por ello vacío de contenido ni falto de
elegancia o sentido del humor.
Una mujer brillante en tiempos oscuros.
Hija de
un médico rural y de una madre con un especial sentido de la supervivencia y
agudeza, María Moliner fue la segunda de tres hermanos. Entre 1918 y 1921 cursó
la Licenciatura de Filosofía y Letras en la universidad de Zaragoza (sección de
Historia), obtuvo un sobresaliente y Premio Extraordinario. Al año
siguiente, ingresó por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos, y obtuvo como primer destino el Archivo de
Simancas.
De ahí pasa al Archivo de Hacienda de Valencia, ahí conocerá a Fernando
Ramón y Ferrando, catedrático de Física, con quien se casa en 1925. Durante
esos años nacen sus dos hijos, a la vez que continúa su vida profesional,
comienza a participar en las empresas culturales que nacen con el
espíritu de la II República.
Su inclinación
por el archivo, por la organización de bibliotecas y la difusión
cultural, la llevó a reflexionar y trabajar sobre las Bibliotecas rurales
y redes de bibliotecas en España e incluso asumió un papel activo en la
redacción de instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas, un trabajo
vinculado a las Misiones Pedagógicas de la República.
Dirigió la Biblioteca de
la Universidad de Valencia, participó en la Junta de Adquisición de Libros e
Intercambio Internacional, que tenía el encargo de dar a conocer al mundo los
libros que se editaban en España, y desarrolló un amplio trabajo como vocal de
la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro
Artístico, creado en febrero de 1937, en la que Moliner fue encargada de la
Subsección de Bibliotecas Escolares.
Pero
estalló la Guerra Civil Española y todo se vino abajo, derribado por los
fuertes estragos de la contienda y los ajustes de cuentas que vendrían en los
años siguientes. Tras la derrota del bando republicano, su marido perdió la
cátedra de Física y fue trasladado a Murcia. María Moliner regresó al
Archivo de Hacienda de Valencia: dieciocho niveles por debajo del que tenía en
el escalafón.
En la década de 1950, comienza la que sería su obras más
luminosa en aquellos años de dictadura: el Diccionario de uso del español, en
cuyos dos tomos se incluyen 1.750 entradas y más de 190.000 definiciones.
Aunque ella ya confeccionaba anotaciones para un diccionario que corrigiera las
deficiencias del DRAE, un hecho el terminó de acelerar su decisión de ponerse a
trabajar: su hijo Fernando le trajo de París un libro que llamó profundamente
su atención, el Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby (1948).
Semejante
hazaña: escribir ella sola un diccionario cuya claridad y acierto fue
reconocido de forma unánime no pareció mérito suficiente a los académicos de la
RAE para incluirla entre sus filas. Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín
Entralgo la postularon para que fuera ella la primera mujer en entrar a la Academia.
Pero el elegido, sería Emilio Alarcos Llorach. «Sí, mi biografía es muy escueta
en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo
ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que
contribuya a acreditar mi entrada en la Academia (...) Mi obra es limpiamente
el diccionario».
Más adelante agregaba: «Desde luego es una cosa indicada que un
filósofo -por Emilio Alarcos- entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero
si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ¡Pero y ese hombre,
cómo no está en la Academia!», dijo Moliner en una entrevista en El Heraldo de
Aragón, en 1972. La escritora Carmen Conde, primera académica, reconoció
que tenía que haberlo sido antes Moliner. Y lo sugirió en su discurso de
ingreso en 1979: «Vuestra decisión pone fin a una tan injusta como vetusta
discriminación literaria».
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