24 de septiembre de 2016

Los Palmarés del Festival de San Sebastián

 
Los Palmarés del
Festival de San Sebastián

Oti Rodríguez Marchante
abc.es

El presidente del Jurado de esta edición del Festival de San Sebastián era Bille August, pero uno se imagina a Jia Zhang-ke, cineasta de tanto prestigio y miembro de ese jurado, mirándole con sus ojillos malevolillos y uno entiende que la Concha de Oro haya sido para la película china “Yo no soy Madame Bovary”, e incluso que el premio a la mejor actriz lo ganara su protagonista, la increíble y “cool” Fan Bingbing. Naturalmente, seguro que han influido otros detalles, aparte de esa mirada inquietante de Zhang-ke, como el hecho de que contenga una historia llena de ironía, arañazos y dentelladas al paraíso burocrático de la gran China y que tenga grandeza su personaje femenino, una mujer terca e irreductible que pretende divorciarse bien de su marido, a pesar de que ya se han divorciado. Y también de que cuente el drama con enormes dosis de coña marinera, que someta a la “oficialidad” a unos test de infantilismo brutales, y de que convierta la pantalla en un perfecto círculo, y apenas salga de él. Es una película estimable, quizá algo justa para encabezar el Palmarés, pero indudablemente no está a la altura de los grandes desastres que tradicionalmente ha cometido el jurado de este Festival.

El cine español, nuestro favorito, ha conseguido varios premios merecidos, y ha dejado de conseguir algunos otros también merecidos. El de Eduard Fernández como mejor actor es también un clásico: siempre está bien, salvo cuando está insuperable, y aquí, en “El hombre de las mil caras”, la película de Alberto Rodríguez, es imposible que ni el propio Paesa estuviera mejor, tan exacto, tan turbio e inaccesible.

Y de Rodrigo Sorogoyen y su excelente “thriller”, “Que Dios nos perdone”, han decidido premiar el guión del propio Sorogoyen y de Isabel Peña, un cromático alfombrado del Madrid apoteósico de 2011, una intriga policial y unas descripciones de personajes tremendos, acomplejados y armados hasta los dientes de ira incontenible. La cosa es que hay otros premios que no ha ganado la otra película española, la de Jonás Trueba, “La reconquista”, una de las pocas en la que no había jóvenes crueles, asesinatos horrorosos, tarados impresentables ni adolescentes enloquecidos. Igual Jonás Trueba tendría que haber metido un par de hachazos en su película.

Y llegamos al premio al mejor director, para el coreano Hong Sang-soo y su miniatura sentimental titulada “Tú y lo tuyo”, un par de anécdotas entre una pareja joven, con un sentido del humor no muy fácil de detectar y una narración pródiga en planos secuencias, que, aunque al espectador eso le traiga al fresco, es algo que sube mucho la nota, como saber euskera, pongamos por caso. Y un premio especial del jurado para dos títulos, la argentina “El invierno”, de Emiliano Torres, y a la sueca “El gigante”, de Johannes Nyholm, realidad terrible en ambas, con la aportación poética del paisaje patagónico (que también le dio el premio a la mejor fotografía) en una y de la fantasía del “monstruo” de la petanca en la otra.

De los premios no oficiales, siempre hay uno al que no suele dársele importancia precisamente porque es básico, sustancial y habla por los codos de las virtudes de la película que lo logra: el premio del público, que aquí ha recaído con absoluta rotundidad y con notas de niño empollón en “Yo, Daniel Blake”, de Ken Loach, que ya tuvo la desfachatez de ganar el pasado Festival de Cannes.

Para despedir esta edición se eligió una película francesa muy apropiada para acompañar el pescado de la cena, una biografía del comandante Jacques Cousteau titulada “La Odisea”, y en ella se puede apreciar el entusiasmo, la fuerza y la sed de aventura de quien tantas sobremesas buenas nos ha dado con sus series televisivas a bordo del Calypso. Aunque el protagonista absoluto es Cousteau y su “chapeau” rojo, la historia está impregnada de su ambiente familiar, la relación con sus hijos (la tragedia del menor, Philippe) y con su escamada mujer, pues la película sugiere un Cousteau infiel, algo merluzo, obsesionado y ególatra, aunque se consigue redimir (como tantos otros) por el camino de lo ecológico. Es una película entretenida, albo básica en sus planteamientos y que tiene una buena interpretación de Lambert Wilson, que sabe llevar la gorra roja, y de Audrey Tautou, aunque su personaje mira la historia como un espectador o como un pez en su pecera…

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