11 de mayo de 2016

Miguel de Cervantes: 4º Centenario de su llegada a la Historia

Miguel de Cervantes,
Cuarto Centenario de su llegada a la Historia

Nicolás del Hierro

El 23 de abril de 1616, Miguel de Cervantes se despedía de la vida. Se le quebraban las cadenas del ser y el existir para pasar, afortunadamente, a la inmortalidad que la literatura ofrece a sus elegidos.

Su existencia personal dejaba de ser creadora en la gran parcela terrenal del idioma castellano; pero también desde aquel mismo día la virtud de su palabra escrita impulsaría con mayor fuerza la hasta entonces impecable altura que, desde lustros atrás, ya hubiera comenzado a ser el trampolín que agigantara la perpetuidad con su literatura.

No pocas veces, paradójicamente, el cuerpo de la persona donde radica el genio ha de tragárselo la tierra para que el nombre del mismo se prolongue en la constancia a través de su quehacer anterior.

Aquel luchador de Lepanto, presidiario, cobrador de alcabalas, buena persona y permanente buscavidas, magnífico prosista, ponedor de su propio pensamiento humano en el cerebro y labios de un tranquilo neurótico, aquel “famosillo” entrecomillado, junto a famosos de turno que, como poeta, mintiera asegurando que fuera ésta, la ciencia del verso, “una gracia que no quiso darle el cielo”, le bastó sola su mano derecha para escribir la mejor prosa española que haya dado jamás la literatura en nuestro idioma.

Perdonad que me cite en uno de mis ya antiguos sonetos dedicados al genio cervantino; un soneto que repite su auto-rima:

 De una mano tan sólo, de la mano
tan sólo con que el hombre, el escritor,
se sirve cuando escribe, cuánto amor
pudo salir, Cervantes, de una mano.

No hacía falta más, sólo tu mano
derecha y tu cerebro soñador,
soñando que la vida y su dolor
estaban al alcance de tu mano.

Tú eras la vida misma, la existencia,
el fruto y la razón, eras conciencia,
de noble humanidad, eras el brote

más puro del amor, naturaleza,
la poesía misma, la grandeza…
Y te nos diste todo en Don Quijote.

Esto, que sucedió con don Miguel, no es una excepción ni mucho menos, pero sí lo es un vivo ejemplo, un gran ejemplo. La segunda parte de El Quijote, sumó y acrecentó el acierto que ya obtuvo en la primera, no sólo por el éxito editorial sino también por lo que suponía la corona literaria del escritor casi septuagenario, que había peleado durante toda su vida entre las luchas de guerra, las sociales y las del espíritu, pero sobre todos con las económicas, dentro siempre del duro resultado que la cruda existencia le proporcionó en los personales campos de todas sus batallas, y cuyos ecos triunfales le llegaban postrado en un sillón donde, todavía, el escritor incombustible y nato, daba los postreros retoques a la última de sus novelas, “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, cifrando en ella sus mayores esperanzas, pero harto convencido de que aquello era el final de su existir. No en vano su confesional apoyo sobre los versos de antiguas coplas en la dedicatoria que, desde esta obra, hizo al conde de Lemos:

      “Puesto ya el pie en el estribo,
 con las ansias de la muerte,
 gran señor, ésta te escribo...

Premonitorio, y adivinando cercana su terrenal despedida, lo escribiría en su casa de la madrileña calle de León, en el hoy “Barrio de las Letras”, o de “las Musas”, barrio que hicieron inmortal las triunfadoras obras literarias que salieron de mentes y de plumas, de dramaturgos, poetas y escritores que en aquel Siglo de Oro español lo habitaron, nombres y apellidos tan ilustres como fueron y son Lope de Vega, Quevedo y el propio Miguel de Cervantes, entre otros, aseverando los investigadores y biógrafos de éste que tal dedicatoria al Conde resultó ser lo último escrito por el “Príncipe de las Letras”, muy pocos días antes de aquel infausto 23 de abril, cuyas cercanas, próximas y nominadas calles podemos recorrer aún cualquier día, incluso visitar la casa donde alguno de ellos próceres habitara entonces.

Lo cierto es que, de una u otra forma, una vez más la desidia nacional y el generalizado poco aprecio de los valores personales en los momentos de la existencia de quienes están dotados de méritos para una mayor atención con su persona, sus restos quedaron confundidos en el osario común, casi imposible de identificar cuando el nombre se inmortalizó a través de la obra y quisieron recuperarse.

Sí quedó a buen recaudo el manuscrito de “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, en los que tantas esperanzas había puesto Cervantes, terminados como estaban y en vías, entonces, de hallar el privilegio necesario para su publicación, que pronta y afortunadamente consiguiera su viuda doña Catalina Salazar y Palacios y que vendiera a Villarroel.

 La obra apareció en librerías en los primeros días de 1617, alcanzando desde el primer momento tal popularidad, que aquel año se hicieron siete ediciones de la misma. Pero luego, como es bien sabido, la generalizada, extensa y maravillosa obra cervantina, quedaría minimizada ante la magnitud y grandeza de “Don Quijote de La Mancha”, imponiéndose en el mundo de las traducciones, publicaciones y lecturas. 

Se dice, y es la pura verdad, que el mejor homenaje que podemos hacerle a un autor, vivo o ya no entre nosotros, es leerle en sus obras.

Por ello, cuando de nuevo el 23 de abril celebremos el Día del libro y con él el de Cervantes, o lo que supone mayor fuerza aún, el mismo día en el que ya vayan a cumplirse o se hayan cumplido cuatro centurias de tres importantes eventos literarios en la vida y en la obra del mejor y más universal prosista que hayamos tenido en nuestro idioma (obran completa de Don Quijote: 1615; fallecimiento del escritor: 1616, y publicación de Los trabajos de Persiles y Segismunda: 1617).

No deberíamos dejar de ejercer este ejemplo en la extensión de su obra y a través suyo, porque amplio es el mundo de las bibliotecas, inmenso el de las librerías, o lo que hoy nos impulsa con mayor fuerza, la digitalización de los libros y la fecunda publicación de tan inmortales y conocidos títulos.

No dejemos, pues, de viajar por ellas, de visitar unas y otras, abordando con un diálogo entre todos, los ambientes, medios y modos para llegar a la mejor lectura en castellano que mantienen los siglos.
 
Publicado originalmente en la Revista La Alcazaba:
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