General, aun no hemos llegado
Dimas
Castellanos
José
Martí se propuso fundar "un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de
vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales,
los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la
esclavitud".
Con
ese fin fundó un partido y organizó la guerra, de modo que la conquista de la
independencia fuera —según sus palabras— el germen de ese "pueblo
nuevo", pues "en la hora de la victoria sólo fructifican las semillas
que se siembran en la hora de la guerra". La concepción martiana de la
república era igualdad de derecho de todo el nacido en Cuba, espacio de
libertad para la expresión del pensamiento, economía diversificada en manos de
muchos pequeños propietarios, para que cada cubano fuera hombre político
enteramente libre.
La
guerra no terminó con la victoria sino con la ocupación del país por Estados
Unidos. La República tendría que esperar por el resultado de la Asamblea
Constituyente, encargada de redactar la Ley Fundamental y definir las
relaciones con el país ocupante. Los asambleístas cubanos tuvieron que decidir
entre el rechazo o la aceptación de un apéndice constitucional, conocido como
Enmienda Platt, que refrendaba el derecho de Estados Unidos a intervenir en
Cuba, omitía la Isla de Pinos del territorio nacional e imponía la venta o
arrendamiento de tierras para bases navales.
Después
de tres meses de encendidos debates, la Asamblea Constituyente concluyó con la
aprobación de la Enmienda Platt. La decisión, aparentemente contraria a las
razones por las que habían luchado, nos coloca frente a las dos opciones
posibles: Una, votar en contra, lo que implicaba la ocupación indefinida y en
consecuencia la necesidad de reiniciar la guerra, con el Ejército Libertador
desmovilizado, el partido disuelto, la nación sin cristalizar, el pueblo
agotado y el país sumido en la desolación y la ruina.
Otra,
votar a favor, y desde la República posible avanzar hacia la República
martiana, opción que se impuso tras tres meses de debates, hasta que los
delegados recibieron un golpe definitivo: una respuesta firmada por el
secretario de la Guerra donde se decía que el Presidente "está obligado a
ejecutarlo, y ejecutarlo tal como es […], no puede cambiarlo ni modificarlo,
añadirle o quitarle", como condición para cesar la ocupación militar.
La
mayoría optó por lo posible en aquellas condiciones, lo contrario hubiera sido
un acto suicida ante la superioridad del ocupante. El testimonio de José N.
Ferrer revela nítidamente la situación: "Entiendo que ya se ha resistido
bastante y que no puede resistirse más. Consideré útil, provechosa y necesaria
la oposición a la Ley Platt en tanto que hubo esperanza de que ésta se
modificara o retirara por el Congreso americano... Hoy considero dicha
oposición inútil, peligrosa e infecunda..."
Después
de casi cuatro siglos de colonia y tres años de ocupación extranjera, la
bandera tricolor comenzó a flotar en sustitución de la enseña norteamericana,
anunciando el nacimiento de la República, sin independencia absoluta pero con
derechos civiles y políticos incorporados en el texto constitucional: el hábeas
corpus, la libertad de expresión, los derechos de reunión y de asociación, la
libertad de movimiento, la libertad de cultos, el derecho de sufragio y la
división de poderes.
Tales
derechos no fueron suficientes para erradicar en los 57 años de República todos
los males heredados, pero permitieron que Cuba emergiera de la postración
económica, que en 1925 se recuperara la Isla de Pinos a través del Tratado
Hay-Quesada, que en 1933 se derrocara la dictadura de Gerardo Machado, que en
1934 nos desembarazáramos de la Enmienda Platt, que en 1937 se dictara la
legislación laboral más avanzada que Cuba ha tenido hasta hoy, que se convocara
la Constituyente que dio vida a la avanzada Constitución de 1940. Esa es la historia,
lo demás es lo que pudo o no suceder.
Por
esos resultados antes de 1959, junto al 28 de enero, al 10 de octubre, al 24 de
febrero y al 7 de diciembre, el 20 de mayo ocupaba un lugar entre esas cinco
efemérides, símbolos de las luchas por la independencia, de amor a la Patria y
de respeto por los que la hicieron posible.
Ese
día, el generalísimo Máximo Gómez, al izar la enseña nacional en el Palacio de
los Capitanes Generales, expresó: "Creo que hemos llegado".
Y
realmente habíamos llegado, pero solo al punto de inicio. Lo que el General no
pudo sospechar fue que 112 años después "aún no hemos llegado".
Por
eso, mucho más útil que juzgar a los que tomaron aquella decisión sería
cuestionarse por qué hoy la República diseñada por Martí sigue pendiente de realización
y asumir la parte de responsabilidad que a cada uno nos corresponde…
Publicado
originalmente en Diario de Cuba el 20 de Mayo de 2014. Dos años después, para
vergüenza nuestra repetimos con dolor que aun no hemos llegado.
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