El milagro del pozo de san Isidro,
Alonso Cano, Museo del Prado
Los 400
milagros
que elevaron a
los altares
a un labrador
madrileño
C. Cervera
San Isidro labrador no fue
beatificado hasta el siglo XVII, pero no cabe duda, a la vista del fervor
popular, que siempre arrastró este labriego mozárabe fama de que fue un
personaje destacado en su tiempo, el Madrid de influencia musulmana del siglo XI. Así, en un tiempo
repleto de santos procedentes del clero y la nobleza, emergió la excepcional
figura de un laico de orígenes humildes casado con una mujer que también
llegaría a santa.
Como suele ocurrir con todos los santos
medievales, el mito y la realidad confluyen en su biografía sin que sea
posible saber dónde empieza uno y donde acaba otro. Isidro nació en torno al
año 1082, poco antes de que el territorio madrileño pasara a manos cristianas,
y lo hizo en el Mayrit [Madrid actual] musulmán.
Siguiendo la estela de los visigodos, los musulmanes establecieron un
asentamiento fijo en el centro de la meseta debido a su abundancia de agua y de
otros recursos. Es por ello paradójico que la ciudad del agua –conocida desde
los tiempos de los visigodos por el enorme acuífero que atraviesa el subsuelo
madrileño– diera luz al santo labriego que tantos milagros realizó vinculados
al líquido elemento.
Según estos testimonios, la infancia de San
Isidro transcurrió en los arrabales de San Andrés, en lo que hoy es el céntrico
Barrio de La Latina, pero la inestabilidad militar en Madrid –que seguía
siendo un objetivo recurrente de los musulmanes– obligó a la familia del santo
a trasladarse a Torrelaguna, donde se dice que conoció a su mujer, María
Toribia, la cual también alcanzaría la santidad con el nombre de María de la
Cabeza. En su edad adulta, Isidro aparece en el códice como un humilde
siervo, laico, labrador incansable, casado, padre preocupado y que trabajaba con
sus propias manos en campos ajenos.
«Isidro no abría pozo del que no manase abundante
caudal, aun tratándose de tierras secas», afirma el códice sobre el tipo de
milagro más abundante de entre los 400 que se le achacan: encontrar agua
incluso en las zonas más angostas. Como prueba de ello, hizo brotar un
manantial de un campo seco en una ocasión con solo un golpe de báculo,
abasteciendo a Madrid en un año de sequía. Otros milagros reseñables del hombre
nacido en la «Matriz de aguas» (Madrid) también tuvieron al líquido elemento
por protagonista: como cuando salvó a su hijo único que había caído en un
profundo pozo o cuando permitió a su esposa María pasar a pie enjuto sobre
el río Jarama y así librarse de los infundios de infidelidad que contra ella
lanzaban las gentes.
El Santo de Felipe II
Isidro Labrador falleció en el año 1172 y su
cadáver se enterró supuestamente en el cementerio de la Iglesia de San Andrés
dentro del arrabal donde había nacido. Uno de sus milagros póstumos más famosos
fue el de guiar –junto a otros santos– a las tropas castellanas en la
victoria de Las Navas de Tolosa contra el ejército Almohade. Por ello, el
Rey Alfonso VIII levantó una capilla en su honor en la iglesia de San Andrés y
colocó su cuerpo incorrupto en la llamada arca «mosaica». Desde entonces, el
fervor del pueblo por el milagroso pocero no dejó de aumentar y su vida fue
difundida de forma oral hasta que Felipe II trasladó la capital del reino a
Madrid y mostró interés en recopilar su historia de forma escrita.
En el siglo XVI, las autoridades eclesiásticas
plantearon la posibilidad real de canonizar a Isidro Labrador ante la
insistencia de Felipe II, quien, como otros muchos miembros de la Familia Real
española, recurrió en varias ocasiones a las aguas del santo madrileño en busca
de la curación de sus enfermedades. Finalmente, fue beatificado por Paulo V en
1618 y canonizado por Gregorio XV en 1622, cuando se aprobó su Patronazgo sobre
la Villa y Corte de Madrid. En la actualidad, los restos del santo se encuentran en
el retablo central de la colegiata de San Isidro.
Publicado
originalmente en ABC, Madrid.
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