¿Qué pasó la única vez
que
un presidente norteamericano
visitara la Isla?
John Calvin Coolidge y su esposa con Gerardo
Machado,
La Habana, enero de 1928. (AP)
Hace
87 años el presidente de los Estados Unidos de América John Calvin Coolidge Jr.
se subió en Cayo Hueso al acorazado USS Texas y tras una noche de navegación
tranquila entró en la bahía de La Habana para convertirse en el primer
mandatario del país vecino (y único hasta el día de hoy) en visitar la Isla en
plenitud de sus funciones.
Trigésimo
presidente de Estados Unidos, Coolidge gobernó el país entre 1923 y 1929.
Viajó a Cuba en enero de 1928 para participar en la VI Conferencia
Internacional de Estados Americanos, que se celebraba en La Habana el día 16.
Se trasladó con su esposa, en el que fue su único viaje al extranjero durante
su mandato, y tuvo un encuentro con el entonces presidente de la Isla, Gerardo
Machado.
A
raíz del anuncio del presidente Obama de su intención de visitar Cuba en los
próximos días, los medios norteamericanos han rememorado aquella visita de 1928
cuya huella en las crónicas de la época explora un artículo publicado por la Calvin Coolidge
Presidential Foundation.
Cita
el artículo al biógrafo de Coolidge, quien afirma que este desembarcó en la
Capitanía del Puerto, situada a solo unos cientos de yardas del lugar
donde tres décadas antes explotara y se hundiera el Maine para dar fin al
imperio español y al comienzo a la consolidación de la joven potencia
norteña.
Los
cronistas norteamericanos de la época cuentan que aquel enero de 1928 "los
cubanos se agolparon en la bahía de La Habana para ofrecer la más grande
acogida que hasta ese momento habían dedicado a un líder extranjero. Miles se
encaramaron en el Castillo del Morro y en las azoteas de los edificios,
alargando sus cuellos para echar un vistazo al acorazado USS Texas entrando en
el puerto. Cada balcón cercano a la bahía se encontraba repleto de
familias que vitoreaban. Sobre las cabezas de todos, seis aeroplanos del
Ejército Cubano giraban para proteger al Texas y su largo convoy, formado por
tres destructores y el crucero Memphis. Los silbatos sonaron; el Texas disparó
un saludo con su artillería de dieciséis libras que fue correspondido por los
cañones de La Cabaña".
El
reportero del Saturday Evening Post, Beverly Smith, al recordar el viaje
en un artículo de 1958 titulado "To Cuba With Cal", describía el
recibimiento: "La multitud era enorme y entusiasta. Aclamaban hasta
quedarse roncos al presidente Coolidge. Se amontonaban junto a su auto,
lanzando besos y flores".
Esta
cordialidad expansiva del carácter nacional, la cual sería cultivada con fervor
en años posteriores "impresionó visiblemente a Cal, no acostumbrado a tal
muestra de efusión latina, haciéndolo mostrarse más animado de lo normal.
Saludaba con reverencias, sonreía, se quitaba su sombrero de seda".
Hay
que tener en cuenta que Coolidge era famoso por su carácter áspero.
"Amamantado en vinagre" decían de él. Un escritor, político y editor
de la época, William Allen White, lo describió como "un hombrecito menudo
y distante, que graznaba por la nariz cuando hablaba… no palmeaba el hombro de
nadie, no estrechaba la mano a nadie".
Sin
embargo, Coolidge sonreía cuando fue recibido por el general Gerardo Machado en el Palacio Presidencial junto a una
comitiva que incluía al secretario de Estado Frank Kellogg; el antecesor de
este en el cargo, Charles Evans Hughes; el embajador, Dwight Morrow; el famoso
periodista, H.L. Mencken y el no menos famoso humorista Will Rogers quien en
una de sus sátiras resumiría la presidencia del ilustre visitante: "No
hizo nada", —se refería a su política de laissez-faire
gubernamental—, "pero eso es lo que la gente quería que se
hiciera".
El
encuentro fue recogido por la prensa de la época, que nos ha dejado las
imágenes de los dos presidentes con sus esposas, posando en la finca de
Machado, donde fueron agasajados los visitantes.
Como
en Estados Unidos regía la Ley Seca, el reportero Smith estuvo
atento a si Coolidge aceptaría alcohol, que era ofrecido por un camarero
"en una gran bandeja llena de delicadas copas de cocktail,
espumeando hasta el borde con daiquirí —ron, jugo de lima fresca y azúcar, bien
batido". El mandatario norteamericano salvó la situación dando la espalda
a la bandeja mientras se le acercaba, con la excusa de señalarle a Machado las
bellezas de la vegetación tropical.
'Diplomacia de control'
Pero
más allá de estas actividades protocolares, el presidente estadounidense no
estaba en Cuba solo para una visita de buena voluntad. Su principal objetivo
era la inauguración en La Habana de la VI Conferencia Internacional de Estados
Americanos, precursora de lo que hoy es la Organización de los Estados
Americanos (OEA).
Esta
cita celebrada en Cuba tenía una importancia especial para todas las partes
implicadas porque se convocó en un momento difícil para las relaciones de
Estados Unidos con el resto del continente. Después de un período donde las
intervenciones militares norteamericanas se habían sucedido a través de la
geografía del hemisferio —días antes una nutrida fuerza de marines había sido
enviada a Nicaragua—, muchas naciones del sur comenzaban a alzar su voz contra
estas políticas.
La
delegación norteamericana necesitaba imponer su "diplomacia de
control" para sofocar este descontento liderado por Argentina y
probablemente utilizó la asistencia del mismo presidente como un mensaje de la
importancia que le otorgaban en Washington a las relaciones regionales.
Según
alguna historiografía norteamericana, el discurso que pronunció Coolidge en La
Habana lo hace un precursor de la política del Buen Vecino que presentaría su
sucesor Franklin D. Roosevelt en la siguiente Conferencia Panamericana
realizada en 1933 en Montevideo, Uruguay, y que moderaba la intervención de
Estados Unidos en los asuntos internos de otros países de la región
sustituyendo así a la Doctrina Monroe.
Para
otra corriente de historiadores, en cambio, la Conferencia de La Habana no fue
más que una forma de utilizar a sus más complacientes aliados, entre los que
destacaría Machado, para legitimar por consenso las acciones de dominio
norteamericanas. Se afirma que en el viaje que hizo antes el presidente cubano
a Estados Unidos, una de las garantías ofrecidas por él consistía en evitar a
toda costa algún planteamiento o denuncia en relación a la Enmienda Platt, así
como la de ofrecer su apoyo a la posición norteamericana.
Coolidge
no compareció ante la prensa en La Habana y las únicas palabras que quedan de
su visita son las de su discurso en la Conferencia en el cual exhortaba a las
naciones del Hemisferio Occidental a abrazar los principios de paz, libertad y
democracia. El tiempo ha llegado, dijo, "de convertir nuestras espadas en
arados". También enfatizó la igualdad existente entre las repúblicas
independientes de las Américas: "El más pequeño y el más débil hablan aquí
con la misma autoridad que el más grande y el más fuerte".
Respecto
a Cuba, el presidente norteamericano dijo: "Treinta años atrás Cuba
clasificaba como una posesión extranjera… Hoy Cuba es su propia soberana. Su
pueblo independiente, libre, próspero y pacífico, disfruta de las ventajas de
la autodeterminación… Lo que Cuba ha hecho, otros lo han hecho y lo están
haciendo… Entre nuestras repúblicas… el pueblo se ha hecho cargo de sus propios
asuntos… una actitud de paz y buena voluntad prevalece entre nuestras
naciones".
Al
comentar su visita ante la prensa de su país después de su regreso, Coolidge
resumió sus impresiones: "Naturalmente, nuestro Gobierno está encantado
con mi recepción en La Habana. Una de las más placenteras oportunidades que se
me ofreció allá fue viajar a la finca del presidente, lo cual me dio la
oportunidad de recorrer un buen número de millas por territorio cubano donde
tuve la oportunidad de observar a la gente y ver algo del progreso que están
consiguiendo. En el momento de marcharme me pareció que la conferencia se
encontraba en la posición de realizar un trabajo excelente".
Después
del discurso, el presidente norteamericano volvió a su país y dejó a sus
eficaces delegados en la Conferencia para hacer el resto del trabajo. Estos
tuvieron éxito en contener las críticas a las intervenciones militares y el
proteccionismo económico, evitando que pasaran al documento de la declaración
final.
En
lugar de regresar en el acorazado USS Texas, Cal embarcó en el más rápido
crucero USS Memphis que lo dejó al otro día, mareado, en Cayo Hueso. Cuando
llegó a Washington se enteró que el Ayuntamiento de La Habana había votado que
el nombre de la calle 17 se cambiara por el de Calle Presidente Coolidge.
Diario De Cuba.
Remitido por
Blanca dePriest.
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