Misa dominical casi a la cañona,
con merienda y pago por día laborado
Iván García Quintero, La Habana.
El compromiso religioso es
nulo cuando la gente asiste casi a la cañona. Para no ‘señalarse’ y quedar bien
con su centro de trabajo, máximo si le garantizan una buena merienda y le
cuentan ese día como laborado
En
Cuba casi todos recuerdan lo que
estaban haciendo el 21 de enero de 1998. Esteban, quien trabaja en una fábrica
de acero al sureste de la capital, rememora que caminó más de 15 kilómetros
para presenciar la misa del Papa Wojtyla en la Plaza de la Revolución,
el recinto sagrado del régimen verde olivo.
“Procedo de una familia
católica, pero cuando Fidel llegó al poder, por miedo dejaron de acudir a misa.
Juan Pablo II fue una especie de liberación personal, el reencuentro con mi
iglesia, Dios y Jesús. Después, viajar a la Isla se ha convertido en una moda
para el Vaticano. La visita de Benedicto XVI como la de Francisco I me ha
parecido bastante insípidas. Más eco mediático que otra cosa”, señala Esteban,
mientras se dirige a la misa con un retrato de la Virgen de la Caridad, Patrona
de Cuba.
Desde la medianoche del 19
de septiembre, el servicio de transporte público en La Habana se interrumpió.
Sandy y su novia Inés, asiduos a bailar música salsa en una discoteca del
Vedado, tuvieron que cambiar de planes.
“Ya es habitual que cuando
el gobierno se les ocurre montar una marcha o un evento multitudinario, las
guaguas dejan de funcionar. La gente que tiene dinero debe moverse en taxi
colectivo o autos de alquiler que cobran en divisas. Es una arbitrariedad.
Tenemos que quedarnos en casa o ir caminando a donde queramos ir”, dice
enfadado Sandy.
Aunque la visita del Papa
Francisco fue todo un acontecimiento, el omnipresente control social que ejerce
el Estado hacia sus ciudadanos levanta ronchas entre no pocos cubanos.
“Nos tratan como si fuésemos
alumnos de primer grado o retrasados mentales. Lo bueno o lo malo que nos pueda
pasar depende del gobierno. Y ya muchas personas estamos cansadas de cumplir
orientaciones y órdenes”, expresa Marcial, sentado en el portal de su casa en Ayestarán,
calle a tiro de piedra de la Plaza de la Revolución.
Cuando comenzó a ejecutarse
la música coral sacra en el improvisado escenario frente al Teatro Nacional,
flanqueado por la estatua de mármol de José Martí y una holografía del Che en
el Ministerio del Interior, Yordanka y varias amigas con fotos de Jorge Mario
Bergoglio y banderas amarillas y blancas del Vaticano, se pusieron a rezar en
voz baja La liturgia de la palabra. Lo hicieron leyendo un plegable repartido
por entusiastas voluntarios de la Iglesia Católica.
“Por supuesto que creemos en
Dios. También en las deidades afrocubanas, como casi todo el mundo en Cuba. Mis
compañeras y yo no vinimos tanto por devoción como por cumplir con ETECSA,
nuestra empresa. A los que asistimos nos dieron una merienda y un refresco, que
algunos después venden en 40 pesos”, confiesa Yordanka.
La presencia de agentes de
la policía política vestidos de civil era evidente. Radioteléfonos en mano,
miradas nerviosas a su alrededor,musculaturas forjadas en gimnasios y manos
deformadas por la práctica de artes marciales, los delataban.
También fueron convocados
cientos de miembros de las asociaciones del combatiente, una entidad
paramilitar que suele participar en actos de repudio y golpizas a disidentes.
Horas antes de comenzar la homilía, decenas de opositores y Damas de Blanco
fueron detenidos o se les prohibió acudir a la ceremonia.
Berta Soler
cuenta que el sábado 19, “Martha Beatriz Roque, Miriam Leiva y yo fuimos
invitadas a la Nunciatura Apostólica, donde diversas personas iban a
saludar al Papa. Ni Martha ni Miriam pudieron llegar. En mi caso, cuando me
dirigía al lugar un operativo desmedido de la Seguridad de Estado me detuvo
junto a mi esposo Ángel Moya”.
Una vez concluidos los
saludos, las tres fueron liberadas. Alrededor de las cinco de la mañana del 20
de septiembre, una veintena de mujeres de la organización Damas de Blanco,
entre ellas Berta, fueron conducidas a diferentes unidades policiales para
impedir su asistencia a la misa habanera.
“Me pregunto cuál será la
reacción del Papa y el Vaticano. El régimen dictatorial se abroga el derecho de
otorgar autorización a los ciudadanos que pueden asistir o no a los eventos de
Su Santidad. Es una muestra, otra más, de la intolerancia del gobierno. Espero
que la opinión pública tome nota”, expresa Ángel Moya, integrante del Foro por
los Derechos y Libertades.
Ya es habitual que la
autocracia castrista secuestre actos religiosos, deportivos o musicales para su
propio beneficio. Sea una misa papal o un concierto de Juanes.
Diseñar un panorama
artificial tiene su costo. El compromiso religioso es nulo cuando la gente
asiste casi a la cañona. Para no ‘señalarse’ y quedar bien con su centro de
trabajo, máxima si le garantizan una buena merienda y le cuentan ese día como
laborado.
Antes de que el Papa
Francisco terminara su breve homilía, cientos de personas comenzaron a
marcharse rumbo a sus casas. Y es que intentando quedar bien con Dios y con
Castro, el cubano que desayuna café sin leche siente que es un actor secundario
en esta historia.
Entonces la respuesta
ciudadana es la desidia y las apariencias. Probablemente el Papa Francisco
percibió algo de eso. A su rostro le faltó su alegría habitual.
Es algo tan, pero tan triste! Sólo nos queda la fe en el mensaje eficaz y liberador de la palabra de Dios,
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