El Payaso, La Varita Mágica y
El Hombre en el Caballo Blanco
¿Tiene usted suficiente tiempo
para leer este interesante comentario sobre el dilema que se presenta ante el
electorado de Estados Unidos de Norteamérica? No dude que le va a convenir el
enterarse de muchos datos sobre un personaje que aspira a convertirse en el
futuro Presidente de esta Nación. Lo hemos dividido en varias partes dada su
longitud.
Diego Trinidad, Ph.D.
Septiembre
14, 2015.
No se equivoquen con el título; este es un
artículo serio y de ninguna manera está diseñado para ridiculizar ni para
atacar a Donald Trump, quien es parcialmente el sujeto de lo que sigue.
De manera que veamos la primera definición de “payaso” del Diccionario de la
Real Academia Española (DRAE): “Dicho de una persona de poca seriedad, propensa
a hacer reir con sus dichos o hechos”. ¿Qué es Donald Trump sino esto? Si, es
verdad que también es un exitoso empresario multibillonario. Pero una
cosa no quita la otra. Su principal atributo es ser un payaso.
Primero, un breve historial del personaje. Hijo del millonario
urbanizador y dueño de multiples edificios de apartamentos dedicados a personas
de clase pobre y media, Fred Trump, Donald heredó una fortuna de entre $250 y
$400 millones de su padre. Asistió a una exclusiva escuela privada en un
suburbio de la Ciudad de New York, pero debido a problemas disciplinarios fue
matriculado en New York Military Academy donde completó sus estudios
secundarios. Luego estudió en las Universidades de Fordham (NY) y
Pennsylvania (Wharton School of Business), de donde se graduó con un título
(BS) en Economía en 1968.
En realidad, Donald es
un buen empresario y los millones que su padre le legó en 1971 los ha
multiplicado por 10. Pero ¿Cómo lo hizo? En primer lugar, su padre era
muy amigo de Abe Beame, alcalde Demócrata de New York entre 1971 y 1974. Esa
amistad con Beame resultó en la extensión de un abatement (disminución o
descuento tributario) de 40 años a su primera gran adquisición: el viejo hotel
Commodore en Manhattan, el cual convirtió en el Grand Hyatt. El abatement
le representó $60 millones en la primera década.
Luego, cuando construyó el Trump Tower en la 5ta Avenida de New York en
1980, recibió otra exención de impuestos de $164 millones que no termina hasta
el 2017. De la misma manera, en la década de los 1980s, contribuyó grandes
cantidades a la elección de candidatos—casi todos Demócratas—a la Junta de
Estimados de New York, organismo que decide sobre el uso de la tierra en la
ciudad. Trump mismo ha admitido que “cuando uno les dona, ellos (los políticos)
hacen todo lo que uno quiere que hagan”. Quizás ahora se pueda entender mejor
cómo lo hizo. Pero su bonanza continuó cuando decidió expandir sus operaciones
a la compra de casinos en New Jersey.
¿Cómo los financió? No con su dinero, sino emitiendo billones de dólares
en junk bonds (bonos de chatarra) respaldados por su nombre y su
“prestigio”. Desafortunadamente para los inversionistas que compraron
esos bonos con gran entusiasmo, todo ($3 billones) lo perdieron para 1991,
cuando una de sus principales compañías se declaró en bancarrota y Trump tuvo
que vender hasta su yate de 282 pies de eslora. No le sirvió de mucho y en el
2004, otra compañía, Trump Hotels and Casino Resorts también se declaró
en bancarrota. Los tenedores de bonos esta vez perdieron $1.8
billones. Pero Trump sobrevivió, aunque tuvo que refinanciar la deuda que
le quedó con $72 millones de su propio dinero y reducir su participación
propietaria del 47% al 27% en la compañia reorganizada.
Fue entonces que decidió que esa no era la mejor manera de seguir
adelante y decidió comenzar a escribir y vender libros, y sobre todo, a vender
su nombre (su “marca”) y entrar en el mundo de las franquicias, lo cual de
nuevo hizo sin arriesgar un centavo de su dinero. Condominios, hoteles, campos
de golf, agua embotellada, vodka y hasta perfumes y una linea de ropa en las
tiendas Macy’s, además de abrir una compañía de hipotecas y otra de bienes
raices para administrar sus franquisias, todo bajo el nombre (la “marca”)
Trump.
Así es como se ha hecho no solo riquísimo, sino famoso, culminando con
sus “reality shows” The Apprentice y The Celebrity Apprentice.
Hoy en dia, la prestigiosa revista Forbes le calcula una fortuna de $4 billones
($4,000,000,000), aunque él dice (y ha sometido estados financieros al
respecto) que en verdad asciende a $8.7 billones. Sin embargo, Donald
valúa su persona o su “marca” en al menos $3.3 billones, y esto, por supuesto,
es un cálculo estríctamente subjetivo. De cualquier manera es un hombre
inmensamente rico cuyas entradas son de $250 millones anuales (Forbes) o de
$400 según él.
Pero aunque Donald Trump se graduó con una especialidad en
Economía, sus estudios se concentraron en la adquisición y administración de
bienes raices (por lo que Wharton School se destacaba). Adquirió y
remodeló edificios antiguos y decrépitos, convirtiéndolos en hoteles y condominios
de lujo, luego pasando a fundar casinos (principalmente en Atlantic City, NJ),
y a vender licencias para el uso de su nombre. Ahora, hay muchos
edificios y diversos productos que llevan la “marca” Trump, pero que NO
son de su propiedad ni tiene nada invertido en ellos, pero recibe entradas por
el uso de su nombre.
Su actividad primaria desde hace mucho tiempo, sin embargo, se ha desarrollado
en el mundo del entretenimiento, de la farándula. Disfruta intensamente
estar en la luz pública, desde sus espectaculares matrimonios (y divorcios) a
sus aventuras en el fenómeno conocido como “television de realidad” (realityTV),
que eventualmente han incluído los programas en la cadena NBC ya mencionados The
Apprentice y The Celebrity Apprentice, ambos enormente populares.
Además, es dueño de los derechos del concurso anual de Miss Universo. Con
todo eso, ha alcanzado sus presentes niveles de reconocimiento popular (en
términos de que su nombre sea conocido por millones, no de recibir
reconocimiento por ningún mérito en particular). Es, en verdad, una
celebridad. Pero más que nada, es un fenomenal vendedor, sobre todo de si
mismo. O como el lo llama, de su “marca”.
Por supuesto, el problema principal, tanto para Trump como para sus
partidarios es que ser un empresario exitoso y un gran vendedor no implica en
lo más mínimo que sea experto en NADA. Y así es: no conoce ni de
economía, ni de política, ni de historia americana, ni de cómo funciona el
sistema de gobierno en EEUU, ni siquiera conoce mucho de su especialidad que
son los bienes raices. Digo esto porque en los últimos años, lejos
de ganar en esos negocios, ha perdido millones. Varias de sus companies han quebrado y hasta él personalmente estuvo muy cerca de la se ha
mencionado bancarrota personal a fines de los 1990s. Pero su entrada en
la television y el mundo de la farándula lo salvó y ahora es su sustento.
Además, y mucho peor, Trump es un republicano nominal, escasamente desde
el 2011, y definitivanente NO es conservador. Por mucho tiempo ha
contribuído al Partido Demócrata, incluyendo a las campañas de algunos de sus
miembros más radicales como Hillary Clinton, Harry Reid y Nancy Pelosi.
Ha mantenido posiciones contrarias a las del Partido Republicano y sobre todo a
los conservadores, como su apoyo al aborto, a la medicina socializada, al
aumento de impuestos, al control de armas. En fin, aunque diga que tiene
derecho a cambiar de opinión, como es verdad y como muchos políticos suelen
hacer normalmente, en su caso todo suena poco convincente. Excepto para
sus “creyentes”. Cuando se cree en alguien ciegamente, por fe, no hay
mucho que se pueda hacer por cambiar mentes ya cerradas.
Por suerte, sin embargo, cuando se le presione sobre lo que dice,
cuando tenga que ser específico y no solo gesticular, hacer muecas o gritar e
insultar a sus interlocutores, entonces se verá que es “un traje vacío”, un
ignorante no merecedor remotamente siquiera de ser considerado como candidato a
la presidencia. Aún así, contará con ese apoyo sólido de sus seguidores,
a quienes solo les importa oir al promotor, a ser entretenidos, y a sonreir
diciéndose unos a los otros, “Este SI es El Hombre”. Los más informados,
los más inteligentes, ¿no entienden que de elegir a alguien como este hombre
simplemente cambiarían a un dictador inepto por otro, aunque no sea un
izquierdista radical? (Acudiendo al diccionario de la Real Academia Española
otra vez, la definición de dictadura es “un gobierno que . . . prescinde . . .
del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país”; y la de
dictador “persona que abusa de su autoridad”. (Dejo a discreción de los demás si el presidente actual actúa como
dictador o si vivimos bajo una dictadura de acuerdo con esas definiciones.)
¿No
ven como siempre dice YO haré esto o lo otro, pero nunca cuenta con el Congreso
(como el presidente actual)? ¿No se dan cuenta del peligro de poner a
alguien en la Casa Blanca porque lo que dice les agrada?
¿No ha servido de nada el medio siglo que llevan oyendo hablar a Fidel
Castro en Cuba, a Hugo Chávez en Venezuela o a Barack Obama aquí mismo en la
otrora gran república americana? ¿Cómo es posible que no comprendan, de una vez
por todas, que no se puede gobernar con la lengua? (Para evirtar críticas
infundadas, NO estoy comparando a Trump con ninguno de los tres personajes
citados. Simplemente estoy haciendo el contraste de seguir a alguien por
lo que dice y no ver lo que hace. En los casos citados, además de la
verborrea que han emitido año tras año, tenemos la historia de cómo han gobernado
y lo mal que lo han hecho, irrespectivamente de lo que han pregonado: palabras
y mas palabras, pocos y malos hechos.
(Continuará)
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