16 de septiembre de 2015

El payaso, la varita mágica y el hombre en el caballo blanco


El Payaso, La Varita Mágica y
El Hombre en el Caballo Blanco

¿Tiene usted suficiente tiempo para leer este interesante comentario sobre el dilema que se presenta ante el electorado de Estados Unidos de Norteamérica? No dude que le va a convenir el enterarse de muchos datos sobre un personaje que aspira a convertirse en el futuro Presidente de esta Nación. Lo hemos dividido en varias partes dada su longitud.

Diego Trinidad, Ph.D. 
Septiembre 14, 2015.  

 No se equivoquen con el título; este es un artículo serio y de ninguna manera está diseñado para ridiculizar ni para atacar a Donald Trump, quien es parcialmente el sujeto de lo que sigue.  De manera que veamos la primera definición de “payaso” del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): “Dicho de una persona de poca seriedad, propensa a hacer reir con sus dichos o hechos”. ¿Qué es Donald Trump sino esto? Si, es verdad que también es un exitoso empresario multibillonario.  Pero una cosa no quita la otra.  Su principal atributo es ser un payaso.

Primero, un breve historial del personaje.  Hijo del millonario urbanizador y dueño de multiples edificios de apartamentos dedicados a personas de clase pobre y media, Fred Trump, Donald heredó una fortuna de entre $250 y $400 millones de su padre.  Asistió a una exclusiva escuela privada en un suburbio de la Ciudad de New York, pero debido a problemas disciplinarios fue matriculado en New York Military Academy donde completó sus estudios secundarios.  Luego estudió en las Universidades de Fordham (NY) y Pennsylvania (Wharton School of Business), de donde se graduó con un título (BS) en Economía en 1968.

 En realidad, Donald es un buen empresario y los millones que su padre le legó en 1971 los ha multiplicado por 10.  Pero ¿Cómo lo hizo? En primer lugar, su padre era muy amigo de Abe Beame, alcalde Demócrata de New York entre 1971 y 1974. Esa amistad con Beame resultó en la extensión de un abatement (disminución o descuento tributario) de 40 años a su primera gran adquisición: el viejo hotel Commodore en Manhattan, el cual convirtió en el Grand Hyatt.  El abatement le representó $60 millones en la primera década.

Luego, cuando construyó el Trump Tower en la 5ta Avenida de New York en 1980, recibió otra exención de impuestos de $164 millones que no termina hasta el 2017. De la misma manera, en la década de los 1980s, contribuyó grandes cantidades a la elección de candidatos—casi todos Demócratas—a la Junta de Estimados de New York, organismo que decide sobre el uso de la tierra en la ciudad. Trump mismo ha admitido que “cuando uno les dona, ellos (los políticos) hacen todo lo que uno quiere que hagan”. Quizás ahora se pueda entender mejor cómo lo hizo. Pero su bonanza continuó cuando decidió expandir sus operaciones a la compra de casinos en New Jersey.

¿Cómo los financió? No con su dinero, sino emitiendo billones de dólares en junk bonds (bonos de chatarra) respaldados por su nombre y su “prestigio”.  Desafortunadamente para los inversionistas que compraron esos bonos con gran entusiasmo, todo ($3 billones) lo perdieron para 1991, cuando una de sus principales compañías se declaró en bancarrota y Trump tuvo que vender hasta su yate de 282 pies de eslora. No le sirvió de mucho y en el 2004, otra compañía, Trump Hotels and Casino Resorts también se declaró en bancarrota.  Los tenedores de bonos esta vez perdieron $1.8 billones.  Pero Trump sobrevivió, aunque tuvo que refinanciar la deuda que le quedó con $72 millones de su propio dinero y reducir su participación propietaria del 47% al 27% en la compañia reorganizada. 

Fue entonces que decidió que esa no era la mejor manera de seguir adelante y decidió comenzar a escribir y vender libros, y sobre todo, a vender su nombre (su “marca”) y entrar en el mundo de las franquicias, lo cual de nuevo hizo sin arriesgar un centavo de su dinero. Condominios, hoteles, campos de golf, agua embotellada, vodka y hasta perfumes y una linea de ropa en las tiendas Macy’s, además de abrir una compañía de hipotecas y otra de bienes raices para administrar sus franquisias, todo bajo el nombre (la “marca”) Trump. 

Así es como se ha hecho no solo riquísimo, sino famoso, culminando con sus “reality shows” The Apprentice y The Celebrity Apprentice. Hoy en dia, la prestigiosa revista Forbes le calcula una fortuna de $4 billones ($4,000,000,000), aunque él dice (y ha sometido estados financieros al respecto) que en verdad asciende a $8.7 billones.  Sin embargo, Donald valúa su persona o su “marca” en al menos $3.3 billones, y esto, por supuesto, es un cálculo estríctamente subjetivo.  De cualquier manera es un hombre inmensamente rico cuyas entradas son de $250 millones anuales (Forbes) o de $400 según él.

 Pero aunque Donald Trump se graduó con una especialidad en Economía, sus estudios se concentraron en la adquisición y administración de bienes raices (por lo que Wharton School se destacaba).  Adquirió y remodeló edificios antiguos y decrépitos, convirtiéndolos en hoteles y condominios de lujo, luego pasando a fundar casinos (principalmente en Atlantic City, NJ), y a vender licencias para el uso de su nombre.  Ahora, hay muchos edificios y diversos  productos que llevan la “marca” Trump, pero que NO son de su propiedad ni tiene nada invertido en ellos, pero recibe entradas por el uso de su nombre.

Su actividad primaria desde hace mucho tiempo, sin embargo, se ha desarrollado en el mundo del entretenimiento, de la farándula.  Disfruta intensamente estar en la luz pública, desde sus espectaculares matrimonios (y divorcios) a sus aventuras en el fenómeno conocido como “television de realidad” (realityTV), que eventualmente han incluído los programas en la cadena NBC ya mencionados The Apprentice y The Celebrity Apprentice, ambos enormente populares. Además, es dueño de los derechos del concurso anual de Miss Universo.  Con todo eso, ha alcanzado sus presentes niveles de reconocimiento popular (en términos de que su nombre sea conocido por millones, no de recibir reconocimiento por ningún mérito en particular).  Es, en verdad, una celebridad.  Pero más que nada, es un fenomenal vendedor, sobre todo de si mismo.  O como el lo llama, de su “marca”.

Por supuesto, el problema principal, tanto para Trump como para sus partidarios es que ser un empresario exitoso y un gran vendedor no implica en lo más mínimo que sea experto en NADA.  Y así es: no conoce ni de economía, ni de política, ni de historia americana, ni de cómo funciona el sistema de gobierno en EEUU, ni siquiera conoce mucho de su especialidad que son los bienes raices.  Digo esto  porque en los últimos años, lejos de ganar en esos negocios, ha perdido millones.  Varias de sus companies han quebrado y hasta él personalmente estuvo muy cerca de la se ha mencionado bancarrota personal a fines de los 1990s.  Pero su entrada en la television y el mundo de la farándula lo salvó y ahora es su sustento. 

Además, y mucho peor, Trump es un republicano nominal, escasamente desde el 2011, y definitivanente NO es conservador.  Por mucho tiempo ha contribuído al Partido Demócrata, incluyendo a las campañas de algunos de sus miembros más radicales como Hillary Clinton, Harry Reid y Nancy Pelosi.  Ha mantenido posiciones contrarias a las del Partido Republicano y sobre todo a los conservadores, como su apoyo al aborto, a la medicina socializada, al aumento de impuestos, al control de armas.  En fin, aunque diga que tiene derecho a cambiar de opinión, como es verdad y como muchos políticos suelen hacer normalmente, en su caso todo suena poco convincente.  Excepto para sus “creyentes”.  Cuando se cree en alguien ciegamente, por fe, no hay mucho que se pueda hacer por cambiar mentes ya cerradas.

 Por suerte, sin embargo, cuando se le presione sobre lo que dice, cuando tenga que ser específico y no solo gesticular, hacer muecas o gritar e insultar a sus interlocutores, entonces se verá que es “un traje vacío”, un ignorante no merecedor remotamente siquiera de ser considerado como candidato a la presidencia.  Aún así, contará con ese apoyo sólido de sus seguidores, a quienes solo les importa oir al promotor, a ser entretenidos, y a sonreir diciéndose unos a los otros, Este SI es El Hombre”.  Los más informados, los más inteligentes, ¿no entienden que de elegir a alguien como este hombre simplemente cambiarían a un dictador inepto por otro, aunque no sea un izquierdista radical? (Acudiendo al diccionario de la Real Academia Española otra vez, la definición de dictadura es “un gobierno que . . . prescinde . . . del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país”;  y la de dictador “persona que abusa de su autoridad”. (Dejo a discreción de los demás si el presidente actual actúa como dictador o si vivimos bajo una dictadura de acuerdo con esas definiciones.)
 
¿No ven como siempre dice YO haré esto o lo otro, pero nunca cuenta con el Congreso (como el presidente actual)?  ¿No se dan cuenta del peligro de poner a alguien en la Casa Blanca porque lo que dice les agrada? 

¿No ha servido de nada el medio siglo que llevan oyendo hablar a Fidel Castro en Cuba, a Hugo Chávez en Venezuela o a Barack Obama aquí mismo en la otrora gran república americana? ¿Cómo es posible que no comprendan, de una vez por todas, que no se puede gobernar con la lengua? (Para evirtar críticas infundadas, NO estoy comparando a Trump con ninguno de los tres personajes citados.  Simplemente estoy haciendo el contraste de seguir a alguien por lo que dice y no ver lo que hace.  En los casos citados, además de la verborrea que han emitido año tras año, tenemos la historia de cómo han gobernado y lo mal que lo han hecho, irrespectivamente de lo que han pregonado: palabras y mas palabras, pocos y malos hechos.
 
(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario