12 de julio de 2015

Colgar el sambenito

Colgar el sambenito

Ayer, la liturgia de la Iglesia católica celebraba la memoria de San Benito Abad. San Benito fue un monje nacido en Italia, fundador de numerosas órdenes religiosas de su tiempo. Su piedad y testimonio cristiano eran bien conocidos de sus contemporáneos que se admiraban de sus obras. Redactó unas Reglas para las órdenes religiosas que aún hoy en día están en uso. Sin embargo, su figura directamente no tiene nada que ver con el “sambenito” que hoy nos ocupa, aunque la propia palabra nos lo quiera demostrar. Ana Mercedes Urrutia, una escritora cubana radicada en España, nos lo explica en su blog  “Hablando de palabras”.

Ana Mercedes Urrutia

El sambenito en sus orígenes fue una especie de saco bendito (porque era previamente bendecido por un sacerdote) que usaban los cristianos primitivos durante su penitencia. Se colgaban sobre el pecho y la espalda a través de una abertura por donde se metía la cabeza. Los monjes benedictinos, de la orden de San Benito (del latín Benedictus que significa bendito), fundada a comienzos del S. VI llevaban una vestimenta similar, un ancho escapulario que portaban por encima del hábito al que se le llamó san benito y luego sambenito por aspiración fonética.

En la Edad Media, la Santa Inquisición convirtió los sambenitos en la túnica de la infamia, el símbolo de la humillación pública que los condenados por herejía eran obligados a llevar. Esta vestimenta era generalmente de lana, de color amarillo, estampada con la cruz de San Andrés (que significaba humildad y sufrimiento), pero también con llamas de fuego, demonios y grafías que aludían al tipo de condena a que sería sometido el reo. Además del sambenito, los sentenciados llevaban una coroza (del lat. crocea): gorro cónico o capirote, marcada con los signos de su delito.

En su libro: “Los sambenitos del Museo Diocesano de Tui” (Ed. Museo Diocesano, 2004), el doctor en teología, Jesús Casás Otero, explica que existían otros sambenitos que eran los letreros que se colgaban de las iglesias con el nombre y el castigo correspondiente de todos los condenados. En este museo de Tui (Galicia) se exponen los únicos sambenitos que se conservan en España, lienzos de principios del XVII, con el nombre y la condena de personas reales sentenciadas por el Santo Oficio.

Es curioso que colgar a alguien el sambenito ha mantenido a través de los siglos (en sentido figurado, claro) las mismas connotaciones negativas que tenía en el medioevo. Durante la Santa Inquisición muchos de los acusados fueron injustamente condenados por brujería, quiromancia, blasfemia… Literalmente se les colgaba el sambenito y se les hacía pagar el castigo pese a su inocencia (bastaban solo tres acusaciones para que alguien fuera investigado). Fuera cual fuera la condena: pena de muerte, destierro, prisión, flagelación, el procesado estaba obligado a llevar el sambenito como auto de fe, en el momento de la ejecución.
 
Esta descripción ejemplifica uno de los significados que recoge la RAE, vigente en el uso actual de la expresión: cargar con una culpa inmerecida. Popularmente se utiliza en España, Cuba y otros países hispanoparlantes un dicho similar: “cargar con el muerto o echar el muerto” (de origen medieval) para atribuir a alguien un hecho que no cometió. En Argentina equivaldría a “comerse un garrón” (de garra: espolón o extremo de la pata de la res y otros animales): pagar por algo que no se ha hecho (aunque significa también atravesar por una situación desfavorable).

Colgar el sambenito es también el descrédito que queda de una acción y se relaciona con la fama o la buena reputación perdidas. En este caso la frase implica un daño moral que permanecerá durante mucho tiempo. Esa repercusión ética de la condena estaba implícita en el castigo que aplicaba la Inquisición, consciente como era del escarmiento que produce la vergüenza pública. Cuando se le colgaba a alguien el sambenito no solo el acusado pagaba por su culpa sino que la familia sufría públicamente el estigma de esa sentencia durante varias generaciones. Hijos y hasta nietos del reo padecían la marginación social: no podían ejercer oficios de servicio público como abogado, boticario, cirujano, cura… y además, estaban obligados a lucir una apariencia austera, sin alhajas, oro o algún otro tipo de adorno. Quitarse entonces el sambenito requería muchos años, lo que en la actualidad quiere decir que cuesta mucho librarse de un estigma o una difamación. Otra frase popular recoge, en sentido figurado, este significado: por un perro que maté, mataperros me llamaron. También el refrán: cria (o crea) fama y acuéstate (o échate) a dormir en su sentido peyorativo tiene un significado similar.

El verbo correspondiente a colgar a alguien el sambenito es sambenitar o ensambenitar (dicc. de María Moliner): poner el sambenito a alguien por sentencia de la inquisición, desacreditar a alguien con alguna imputación que se le propala. En el Quijote ya aparece la frase con el uso que tiene en la actualidad: “¡Ah, señor mío!, dijo a esta sazón la sobrina, advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres” (Cap. VI de la segunda parte, ed. del 2004, RAE).

Reproducido del blog hablandodepalabras.wordpress.com

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