Colgar el sambenito
Ayer, la
liturgia de la Iglesia católica celebraba la memoria de San Benito Abad. San
Benito fue un monje nacido en Italia, fundador de numerosas órdenes religiosas
de su tiempo. Su piedad y testimonio cristiano eran bien conocidos de sus
contemporáneos que se admiraban de sus obras. Redactó unas Reglas para las
órdenes religiosas que aún hoy en día están en uso. Sin embargo, su figura
directamente no tiene nada que ver con el “sambenito” que hoy nos ocupa, aunque
la propia palabra nos lo quiera demostrar. Ana Mercedes Urrutia, una escritora
cubana radicada en España, nos lo explica en su blog “Hablando de palabras”.
Ana Mercedes Urrutia
El sambenito en sus orígenes fue una especie de
saco bendito (porque era previamente bendecido por un sacerdote) que
usaban los cristianos primitivos durante su penitencia. Se colgaban sobre el
pecho y la espalda a través de una abertura por donde se metía la cabeza. Los
monjes benedictinos, de la orden de San Benito (del latín Benedictus que
significa bendito), fundada a comienzos del S. VI llevaban una vestimenta
similar, un ancho escapulario que portaban por encima del hábito al que se le
llamó san benito y luego sambenito por aspiración fonética.
En la Edad Media, la Santa Inquisición convirtió
los sambenitos en la túnica de la infamia, el símbolo de la humillación pública
que los condenados por herejía eran obligados a llevar. Esta vestimenta era
generalmente de lana, de color amarillo, estampada con la cruz de San Andrés
(que significaba humildad y sufrimiento), pero también con llamas de fuego,
demonios y grafías que aludían al tipo de condena a que sería sometido el reo.
Además del sambenito, los sentenciados llevaban una coroza (del lat. crocea):
gorro cónico o capirote, marcada con los signos de su delito.
En su libro: “Los sambenitos del Museo Diocesano
de Tui” (Ed. Museo Diocesano, 2004), el doctor en teología, Jesús Casás Otero, explica
que existían otros sambenitos que eran los letreros que se colgaban de las
iglesias con el nombre y el castigo correspondiente de todos los condenados. En
este museo de Tui (Galicia) se exponen los únicos sambenitos que se conservan
en España, lienzos de principios del XVII, con el nombre y la condena de
personas reales sentenciadas por el Santo Oficio.
Es curioso que colgar a alguien el sambenito ha
mantenido a través de los siglos (en sentido figurado, claro) las mismas
connotaciones negativas que tenía en el medioevo. Durante la Santa Inquisición
muchos de los acusados fueron injustamente condenados por brujería,
quiromancia, blasfemia… Literalmente se les colgaba el sambenito y se les hacía
pagar el castigo pese a su inocencia (bastaban solo tres acusaciones para que
alguien fuera investigado). Fuera cual fuera la condena: pena de muerte,
destierro, prisión, flagelación, el procesado estaba obligado a llevar el
sambenito como auto de fe, en el momento de la ejecución.
Esta descripción
ejemplifica uno de los significados que recoge la RAE, vigente en el uso actual
de la expresión: cargar con una culpa inmerecida. Popularmente se utiliza en
España, Cuba y otros países hispanoparlantes un dicho similar: “cargar con el
muerto o echar el muerto” (de origen medieval) para atribuir a alguien un hecho
que no cometió. En Argentina equivaldría a “comerse un garrón” (de garra:
espolón o extremo de la pata de la res y otros animales): pagar por algo que no
se ha hecho (aunque significa también atravesar por una situación
desfavorable).
Colgar el sambenito es también el descrédito que
queda de una acción y se relaciona con la fama o la buena reputación perdidas.
En este caso la frase implica un daño moral que permanecerá durante mucho
tiempo. Esa repercusión ética de la condena estaba implícita en el castigo que
aplicaba la Inquisición, consciente como era del escarmiento que produce la
vergüenza pública. Cuando se le colgaba a alguien el sambenito no solo el
acusado pagaba por su culpa sino que la familia sufría públicamente el estigma
de esa sentencia durante varias generaciones. Hijos y hasta nietos del reo
padecían la marginación social: no podían ejercer oficios de servicio público
como abogado, boticario, cirujano, cura… y además, estaban obligados a lucir una
apariencia austera, sin alhajas, oro o algún otro tipo de adorno. Quitarse
entonces el sambenito requería muchos años, lo que en la actualidad quiere
decir que cuesta mucho librarse de un estigma o una difamación. Otra frase
popular recoge, en sentido figurado, este significado: por un perro que maté,
mataperros me llamaron. También el refrán: cria (o crea) fama y acuéstate (o
échate) a dormir en su sentido peyorativo tiene un significado similar.
El verbo correspondiente a colgar a alguien el
sambenito es sambenitar o ensambenitar (dicc. de María Moliner): poner el
sambenito a alguien por sentencia de la inquisición, desacreditar a alguien con
alguna imputación que se le propala. En el Quijote ya aparece la frase con el
uso que tiene en la actualidad: “¡Ah, señor mío!, dijo a esta sazón la sobrina,
advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es
fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada
una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y
por gastadora de las buenas costumbres” (Cap. VI de la segunda parte, ed. del
2004, RAE).
Reproducido
del blog hablandodepalabras.wordpress.com
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