Orientales
en La Habana:
éxodo
silenciado por el régimen cubano
mayo 31, 2015
Una
noche caliente y aburrida, tomando un aguardiente que te sacaba las lágrimas,
Yosvany y un grupo de amigos de un batey recóndito de Yateras, en la provincia
Guantánamo, a más de mil kilómetros al este de La Habana, planificaron
asentarse en la capital para intentar cambiar su futuro.
“El caserío donde vivíamos
no aparece ni en el mapa. Está en una región montañosa y allí la rutina de los
más jóvenes es beber alcohol, y acostarse a dormir temprano. La deserción
escolar es elevada y muchas niñas con 14 o 15 años ya son madres. Aquel
villorrio es lo más parecido al infierno”, cuenta Yosvany sentado en su
bicitaxi.
Dos días después de aquella
noche, Yosvany y sus socios tomaron un tren rumbo a la capital. Tras 22 horas
de viaje, controles policiales en busca de queso, café o marihuana, llegaron al
supuesto El Dorado.
“Yo solo había visto La
Habana por la televisión. Nunca había visto tantos autos ni edificios altos
como el Focsa o el hotel Habana Libre. Las primeras fotos que le envié a mis
padres fueron delante del Capitolio, como hacen todos los guajiros, y tomando
cerveza de lata en un bar habanero. Es verdad que la ciudad está empercudida y
casi en ruinas, pero al lado de las provincias orientales es Miami”, dice.
Como Yosvany, hay cientos de
orientales en La Habana. La jerga oficial, displicente y estirada, los
etiquetan como ‘población flotante’. Según el último Censo Nacional de
Población y Viviendas, medio millón de compatriotas residen en la urbe en un
auténtico limbo jurídico.
Desde 1997 existe un
oprobioso decreto-ley, el 217, que prohíbe radicarse en la capital a personas
que no nacieron en ella. Apartheid en estado puro.
Mientras las campañas de
opositores cubanos machacan sobre las arbitrariedades del poder, la represión a
quienes piensan diferente y las violaciones flagrantes de los derechos
políticos, la infame normativa pasa de puntillas.
Un ejemplo. La espuria Ley
88, que sanciona con 20 años de cárcel a un periodista disidente o activista de
derechos humanos está vigente, pero no se aplica. Todo lo contrario ocurre con
el decreto-ley 217.
Si usted recorre los
caseríos repletos de covachas mugrientas de aluminio y cartón, sin luz
eléctrica ni servicios sanitarios en las afueras de La Habana, podrá comprobar
lo que es vivir acosado por una ley.
Esas familias viven en
tierra de nadie, en un status indefinido. Para los registros burocráticos no
existen. No están asentados en el Registro Civil ni en la OFICODA, organismo
que implementa la libreta de racionamiento.
Hace 14 años, Magda llegó
desde Mayarí, Granma, a 800 kilómetros de la capital. Su vida es comparable a
la de una gitana. “Mis tres hijos son ilegales en la escuela. Yo estoy en el
papeleo para legalizar un cuarto que construí en San Miguel del Padrón. No
tenemos libreta para comprar los mandados (canasta básica) y no podemos
conseguir empleo por ser clandestinos”.
Gracias a los negocios
subterráneos, Magda gana un dinero que ni soñar en su provincia. “Mi esposo
recoge dinero para la ‘bolita’ (lotería ilegal) y junto a unos amigos, los
fines de semana arman una valla de peleas de gallos. Todos los meses ese
‘bisne’ le deja buena plata. Yo vendo lo que aparezca, desde tabletas de maní
molido hasta esponjas de baño. Los orientales somos luchadores por naturaleza.
Hacemos trabajos que los habaneros les huyen”.
El acoso policial a los
orientales en situación ilegal es constante. En los superpoblados barrios de la
Habana Vieja, agentes policiales vestidos de negro con perros pastores alemanes
están al acecho.
“Parecen nazis. A mí me han
enviado tres veces de vuelta a Santiago. Pero me las agencio para volver.
Aquello está que arde. Los bolsillos vacíos y la gente no tiene cómo prosperar.
En la capital abunda el billete. Existen burujones de negocios por debajo del
tapete”, señala Ernesto, técnico industrial que lleva seis años residiendo
clandestinamente en La Habana.
Según Ernesto, lo más peligroso
son los policías. “Casi todos son orientales, pero ni porque son paisanos te
dejan tranquilo. Pero como hay tanta corrupción, se resuelve con dinero. El
otro problema es que muchos habaneros nos ven como intrusos, dicen que venimos
a quitarle sus puestos de trabajo. Nos llaman ‘palestinos’ y nos han dado fama
de borrachos y chivatos”.
Una tarde de 2009, Ernesto
decidió quemar todas las naves. Vendió su casa en el marginal barrio de
Chicharrones en Santiago de Cuba, y en los arrabales de La Habana levantó un
corral techado donde cría más de 50 cerdos.
“Me gano la vida vendiendo
puercos. Los engordo con pienso comprado en almacenes estatales y con sobras
que se consiguen en comedores escolares. El dolor de cabeza es la policía, que
no te deja vivir. Ser oriental sin papeles en La Habana es vivir en constante
zozobra. Parece que Fidel y Raúl no se acuerdan que ellos también son
orientales”, enfatiza.
En cualquier municipio de La
Habana, los ilegales orientales sobreviven refugiados en la clandestinidad. Como
sea. Conduciendo un bicitaxi, criando cerdos o prostituyéndose. Siempre al filo
de la navaja.
Publicado en Desde La Habana.
Iván García Quintero nació
en La Habana, el 15 de agosto de 1965. Hijo de la periodista Tania Quintero
Antúnez y del abogado, ya fallecido, Rafael García Himely. Después de pasar el
servicio militar, no concluyó la enseñanza preuniversitaria, dedicándose a los
más variados oficios, desde ayudante en una imprenta y aprendiz de plomería,
hasta asistente de programas en la Redacción de Programas Especiales de la
Televisión Cubana. En 1995 logró su sueño de incorporarse a una profesión que
no le era ajena, el periodismo. Ese año fue admitido en Cuba Press, agencia de
periodismo independiente fundada por el poeta y escritor Raúl Rivero el 23 de
septiembre de 1995. Condenado a 20 años
de prisión en abril de 2003 y excarcelado y desterrado a España en julio de
2010. A partir del 28 de enero de 2009 empezó a escribir en Desde La Habana, su
primer blog. Desde octubre de 2009 es colaborador del periódico El
Mundo/América y desde febrero de 2011 también publica en Diario de Cuba. Tiene
esposa y una hija, nacida el 3 de febrero de 2003.
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