Ana Dolores García
El año pasado le tocó al Flamenco que se le reconociera por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Este año ese reconocimiento al mérito ha sido dado, ambos a dos, a otras expresiones musicales muy ligadas al mundo ibérico y al de la Nueva España, uno del viejo continente y otro de tierras de América: el fado y el mariachi. Portugal y México ya comparten con España el reconocimiento del mundo a su patrimonio musical.
Sobre el fado todos nos dicen que nació en Portugal. Al menos, cuando apareció por Lisboa lo hizo del mismo modo que el tango en Buenos Aires: en los barrios pobres y de baja moralidad, tabernas y prostíbulos. Sin embargo, no es tan fácil encasillarlo así. Para muchos fue también el llanto de las mujeres que veían partir a la mar a sus maridos pescadores. Para otros provenía del lunbum, melodía de negros esclavos que empezaba a oírse en Lisboa a comienzos del siglo XIX, importada por los portugueses que regresaban de Brasil. Y no faltan los que distinguen también característicos matices árabes en sus dejes.
Su propio nombre nos anticipa de qué tratan sus canciones. “Fado” proviene del latín, fas, fatum, que significa destino. Temas que generalmente cantan destinos frustrados, ausencias, lamentos. saudades o nostalgias que las provocaran las ausencias de los pescadores, los lamentos de los esclavos o el triste destino de las meretrices lusitanas.
Se atribuye a María Severa, prostituta lisboeta, el haber sido la cantante de fado más popular en la Lisboa de comienzos del siglo XIX. A finales de siglo se alzaría, frente a esta manifestación del bajo pueblo, un fado más rico y refinado en la vecina ciudad de Coimbra. Allí el fado pasó a ser favorito de las tunas universitarias y, al contrario que en Lisboa, sólo era cantado por hombres. Pero siguió siendo el canto triste y melodioso que se dejaba acompañar por bandurrias y guitarras.
En el siglo XX la cantante de fados más popular fue Amália Rodrigues (1920-1999). De ella es esta precisa definición del género que tan magistralmente supo cantar:
«Amor, celos,
ceniza y fuego,
dolor y pecado.
Todo esto existe;
todo esto es triste;
todo esto es fado».
En la actualidad, una de las más destacadas fadistas es Dulce Pontes, a quien muchos reconocen como la indiscutible sucesora de Amália Rodrigues, y que ha tenido mucho que ver en el resurgimiento de la popularidad del fado en nuestros días.
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