26 de octubre de 2010



DEL ESPEJO AL VACÍO

- Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, octubre (ww.cubanet.org) - En 1992, al concluir una conferencia sobre el escritor José María Chacón y Calvo, en la Oficina del Historiador de la Ciudad, durante el Simposio que realizaba la Dirección Provincial de Cultura, me entregaron dos libracos sobre el pensamiento económico de Ernesto Guevara, uno de los comandantes de la guerrilla encabezada por Fidel Castro, que nombró a Che Presidente del Banco Central y Ministro de Industria del Gobierno Revolucionario, antes de que partiera a las selvas de África y luego a Bolivia, a expandir sus ideas comunistas.

Como los libros me parecieron una burla los dejé en la mesa, pero uno de los organizadores insistió en entregármelos; tuve que decirle que fueran más originales, pues ni Guevara fue economista ni tuvo tiempo para escribir tales panfletos.

Supongo que la escena se repite hace décadas, porque cada año las editoriales cubanas descubren y publican libelos “inéditos” atribuidos al guerrillero, además de biografías sobre su vida y obra, obviando, por supuesto, la leyenda negra de sus crímenes, su ineficacia como funcionario y sus fracasos militares en África y Bolivia, donde pretendía instaurar dictaduras similares a la de sus socios en Cuba, quienes llevan medio siglo con el cuentecito de la libertad, el bloqueo y otros mitos que justifican su larga permanencia en el poder.

Libros, documentales, artículos, fotografías, llaveros, camisetas, carteles y programas de radio y televisión integran el arsenal de soportes mitificadores de este héroe de boutique, fabricado por la historiografía y por los medios de comunicación de Cuba, con la complicidad de la prensa liberal de los Estados Unidos y la izquierda de Europa y América Latina, cuya avidez no tiene límites ni vergüenza.

Al sobredimensionar a personajes como Guevara, los Castro o Hugo Chávez, los medios de comunicación se afilian al totalitarismo. Como aquellos incas precolombinos que rendían culto a los muertos para esclavizar a los vivos, los artífices de la propaganda socialista distorsionan la verdad y legitiman a las dictaduras antidemocráticas.

Ante tanta manipulación valdría la pena visualizar el documental Che: el otro lado de un ídolo, del realizador cubano Agustín Blázquez, quien ofrece los testimonios de algunas víctimas del guerrillero argentino, que fusiló a decenas de personas al ocupar la ciudad de Santa Clara y a cientos de militares del régimen anterior en la Fortaleza de la Cabaña, donde ordenó ejecuciones sumarias, sin abogados ni testigos, y juicios colectivos con sentencias desmesuradas.

Que Ernesto Guevara fuera marxista y fiel a sus ideales nos parece bien; que cometiera errores y decisiones arbitrarias durante la guerra también; pero pintarlo como libertador humanista y cristiano es una burla al propio guerrillero, quien desmintió al respecto a sus adoradores en carta a su madre desde una prisión de México: “No soy Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que dispongo y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz”.

Tal vez Guevara fuera más honesto que sus jefes caribeños y careciera de tiempo para corromperse y aferrarse al poder, pues se marchó de la isla en 1965 en busca de nuevas aventuras; lo cual no lo libera de los desmanes del castrismo, pues desde los cargos ocupados contribuyó a desestructurar la economía y la industria cubanas, marcadas desde entonces por la improvisación, la irresponsabilidad y la extorsión de los obreros.

Quienes santifican al guerrillero desaparecido en 1968 omiten los testimonios sobre su soberbia, arrogancia y desprecio por la vida de animales y personas. Olvidan la participación de Guevara en la sovietización de Cuba. Este artífice de la violencia gestionó en Moscú la instalación en nuestra isla de los cohetes nucleares; ante cuya retirada afirmó al periodista inglés Sam Russel: “Si los misiles hubiesen permanecido en Cuba, nosotros los habríamos usado contra el propio corazón de los Estados Unidos, incluyendo la ciudad de New York”.
Cada vez que recuerdo la sobredosis de imágenes, libros y discursos en torno a este protagonista del pasado, me viene a la mente el cachorro asesinado por orden suya y los centenares de sacrificios inútiles que ordenó. Pienso entonces en su tránsito del espejo al vacío, cuando cese el desgobierno de quienes lo fabricaron.

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