Limpiabotas
Álvaro de Villa
¡Brillo, brillo!
Era un niño,
y su piel negra y sus ojos
nos buscaban con un grito.
¡Brillo, brillo, brillo!
Presto el paño embetunado
y el cepillo.
De rodillas en la acera
tocaba un son con el brillo
con contrabajo de paño
y con clave de cepillo.
El movimiento del paño
le sacaba ritmo al brillo
y en el brillo de sus ojos
también rutilaba el ritmo.
¡Brillo, brillo!
¡Cuánto brillo
de ojos niños,
de piel negra y de betún
tan sólo por unos kilos!
¡Le dábamos la propina
y nos devolvía en brillo
de dientes blancos de luna
la peseta que le dimos!
¡Brillo, brillo!
Caía ya por la noche
sobre aquel portal dormido
junto al cajón con betunes
y los paños y el cepillo.
¡Brillo, brillo!
Las estrellas y el lucero
querían robar el brillo
del limpiabotas dormido.
¡Brillo, brillo!
Era un niño.
¡Brillo, brillo!
Era un niño,
y su piel negra y sus ojos
nos buscaban con un grito.
¡Brillo, brillo, brillo!
Presto el paño embetunado
y el cepillo.
De rodillas en la acera
tocaba un son con el brillo
con contrabajo de paño
y con clave de cepillo.
El movimiento del paño
le sacaba ritmo al brillo
y en el brillo de sus ojos
también rutilaba el ritmo.
¡Brillo, brillo!
¡Cuánto brillo
de ojos niños,
de piel negra y de betún
tan sólo por unos kilos!
¡Le dábamos la propina
y nos devolvía en brillo
de dientes blancos de luna
la peseta que le dimos!
¡Brillo, brillo!
Caía ya por la noche
sobre aquel portal dormido
junto al cajón con betunes
y los paños y el cepillo.
¡Brillo, brillo!
Las estrellas y el lucero
querían robar el brillo
del limpiabotas dormido.
¡Brillo, brillo!
Era un niño.
Ávaro de Villa,
costumbrista cubano.
Ilustración: Google
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