23 de abril de 2017

ISADORA DUNCAN EN LA HABANA


La Cuba de los años 1900s…
 
Isadora Duncan en La Habana
Por Xiomara Lamera

Isadora Duncan (1878-1927) visitó La Habana. Llegó a Cuba procedente de Nueva York en la mañana del 23 o del 24 de diciembre de 1916, y se hospedó en el suntuoso hotel Plaza, ubicado desde 1909 en una de las esquinas del Parque Central. En la galería de visitantes famosos del hotel, situada en el quinto piso, hoy puede apreciarse su retrato.

Asombro de su tiempo, Isadora integra el grupo de «monstruos sagrados» de la danza. Hablando de ballet, desde mediados hasta fines del siglo XIX gozaron del favor popular las representaciones espectaculares, de carácter realista y local, para las cuales se movilizaban grandes masas. Mucha de la música de más efecto fue escrita entonces y después por compositores franceses. La aparición de Coppelia (1870), del maestro galo Léo Delibes, marcó una época. Y es precisamente Isadora, la «excéntrica bailarina» nacida en Baltimore (EE.UU), la «sin técnica», quien inició la reacción contra ese espíritu de megalomanía y realismo.

Isadora copió sus actitudes y trajes de los vasos cretenses y de las estatuillas de Tanagra que vio en el museo del Louvre, y mezcló los movimientos clásicos con algunos aprendidos de los pájaros, las olas y otros exponentes naturales de la gracia en acción. Vivió algún tiempo en Rusia, enseñó allí su arte, y en cierto modo influyó sobre el coreógrafo y bailarín Mijail Fokine, considerado como el auténtico creador del ballet moderno, e inspiró al futuro empresario Serguei Diaghilev, el creador de los ballets rusos que revolucionarían la estética coreográfica.

En su obra Isadora Duncan en La Habana, publicada por Ediciones Gran Teatro, Francisco Rey Alfonso descubre dos motivos básicos que podrían aducirse en la creación del hálito de misterio que hasta nuestros días rodeó la presencia de la Duncan en La Habana: uno, la marcada indiferencia de la prensa local, que casi en su totalidad ignoró el hecho; y dos, la índole novelesca del pasaje de su autobiografía Mi vida [escrita bajo su dictado por el periodista norteamericano Douglas McRose], donde Isadora narra su experiencia en un café habanero con tales tintes de singularidad, que, para algunos, cobra un carácter inverosímil.

Con todo, el periodista Francisco Acosta, colaborador de Social, se alzó con una entrevista a la gran diva, que publicó en el número de la revista correspondiente a enero de 1917 bajo el título de "Isadora Duncan. Hablando con las diosas". Como en su momento procedió Francisco Rey, atendiendo a las increíbles, para la época, declaraciones de Isadora, así nosotros reproducimos aquí, fielmente, una parte de aquella conversación:

El paso de Isadora Duncan por La Habana fue meteórico. Nos hemos perdido una manifestación de su arte, que es [algo] así como servicios divinos celebrados en una vieja catedral. [...] Expuse a Isadora mis esfuerzos en pro de una vulgarización artística en La Habana, donde manifestaciones musicales del más alto grado eran casi desconocidas y solicité su opinión sobre el particular.

«Va usted por mal camino», me contestó. «¿No hay arte nacional aquí? Pues créelo usted. Usted quiere traer a La Habana a grandes artistas contemporáneos, que expongan la decadencia de Europa: hace usted mal. Europa es un continente salvaje, lo está demostrando con esta horrible guerra. Yo creí haber logrado mi ideal estableciendo una gran escuela gratuita para enseñar el arte clásico y los bailes de la antigua Grecia. Después de haber organizado clubes y sociedades en Atenas que marchaban con el mayor entusiasmo, fundé Le Dionysion. Hoy en día, debido a Europa, esta bella posesión está en manos de la Cruz Roja Francesa, a la que la he prestado y donde se alojan ochocientos pobrecitos heridos... No... En cuestiones de arte hay que tener patriotismo como se tiene en política. De nada vale que usted traiga a La Habana [a] grandes artistas, [a] virtuosos eminentes. Los mensajes que traigan [Rudolf] Ganz y Madame [Ethel] Leginska y [Albert] Spalding, y otros más, no llegan al pueblo, porque estos hablan un idioma que el pueblo no comprende. El mensaje de estos artistas [cuyas próximas actuaciones en la capital de la Isla ya eran anunciadas por la prensa] solo alcanza a un reducido número de personas que no pueden divulgarlos.

«La Historia de Cuba es riquísima en manifestaciones de sacrificio, abnegación y verdadero heroísmo, llevado a cabo por grandes patriotas que han bajado a la tumba ciñendo los laureles de los mártires. En arte, como en patriotismo, hay que ser mártir. Para fomentar el amor al arte, en este país, el más bello que mis ojos han visto, y los he recorrido todos, hay que empezar con los niños. Hay que educar a esos niños, enseñarlos a caminar, a correr graciosamente, a mirar el cielo y el mar, a comprender la belleza de la campiña, de los árboles, de las flores. Aquí tienen ustedes un clima ideal y a la orilla del mar deberían formar un teatro al aire libre, donde se representaran obras de la antigua Grecia. Esos niños traerían [a] otros más, y poco a poco iría creciendo su clase y aumentando el interés por el culto de lo bello, que es lo artístico. Aquí hay músicos cubanos; ellos escribirían obras que tuviesen por tema los cantos populares del pueblo. Poco a poco se iría formando un arte cubano, que tuviese un sello tan individual y característico como el arte griego o el arte ruso.

«Pero si aquí impera el fox-trot y el one-step, esas horribles contorsiones que se verifican en salones y cabarets al son de música que inspira miedo, por la falta de ritmo y de melodía, se encuentran irremediablemente perdidos y el culto del baile moderno, parisién o neoyorquino, será siempre una barrera infranqueable para el desarrollo de un arte nacional y para la apreciación genuina del arte clásico.»

Isadora Duncan murió en Niza, a consecuencia de un raro accidente: la larga bufanda de seda que llevaba anudada en el cuello fue a enredarse en el eje de una rueda trasera del auto donde viajaba y la ahogó... 25 años después, en un artículo publicado en El Nacional de Caracas, Alejo Carpentier afirmaba que sin el influjo de esta «revolucionaria de pies desnudos» no hubiéramos conocido «esas dos realizaciones cimeras del ballet moderno» que son L´aprés midi d´un faune [La siesta del fauno, estrenada en Cuba en el Teatro Auditorium de La Habana en la velada fundacional del Ballet Alicia Alonso, antecedente del Ballet Nacional de Cuba, el 28 de octubre de 1948], con coreografía original de Vaslav Nijinski —el famoso bailarín ruso de procedencia polaca— y música de Claude Debussy —el célebre compositor francés—; y el Dafnis y Cloe [estrenada por el BNC en noviembre de 1982], con música del también francés Maurice Ravel.

Un tiempo antes, en La música en Cuba (1945), el propio Carpentier había explicado cómo se descubrieron en Cuba «los cantos populares del pueblo» que Isadora Duncan propuso como estímulo a nuestros compositores, y cómo el arte musical cubano alcanzó el «sello individual o característico» que auguró la gran danzarina. Si bien las reflexiones de Isadora en La Habana de entonces resultarían extrañas, sus conceptos no son para los cubanos de hoy nada extemporáneos. Con naturalidad podríamos haberla escuchado hablar así en los últimos congresos de los escritores y artistas (1998) y de los periodistas (1999) de Cuba, primeros pero seguros "pasos" en nuestro "adagio colectivo" por una cultura general.

Fuente:La Jiribilla, Hilario Rosete Silva
Recogido de Pablo Álvarez, Recordando a nuestros pueblos.

 
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