Del dicho al hecho no va mucho trecho
Está como Canuta,
mientras mas vieja mas bruta”
Marlene María Pérez Mateo
El “canutismo”
es un proceso que tiene como
indiscutible carta de presentación la brutalidad asociada al paso de los
lustros.
Todo lleva exactamente a lo
opuesto, los años llevan de una manera o de otra a la sabiduría y muchas veces
son aliadas cercanas. A la sazón de ello un buen refrán reza: “Consejo de viejito, evangelio
chiquito”.
La referencia a la tal Canuta
falla doblemente, no era Canuta sino
Canuto y verdaderamente si algo le sobraba era inteligencia. En efecto Canuto I
el Grande (994-1035) era un rey británico, no de los mas conocidos pero se
cuenta en la lista.
Entre sus méritos se le recuerda
como un hombre prudente, buen administrador, excelente economista, implantó en
su reinado los primeros códigos ingleses, consolidó el ejército como
institución y conformó una portentosa fuerza naval. A Canuto no le faltaron
aduladores y falsos consejeros, por fortuna no los siguió, mas bien lo opuesto,
hizo que ellos los siguieran a él.
Un día los llevo consigo a la
orilla del mar en plena tormenta. El monarca en alta e imperativa voz mandó a
la mar se aquietara, no sucedió. Repitió la orden varias veces sin resultado.
Volviendo sobre sus pies dijo al grupo de falsos halagadores, que los elogios
hacia sus grandeza eran vanos, pues al que si debían alabar y dedicar en
palabra y práctica tales diatribas era a Cristo a quien las aguas si habían
obedecido. Tomó un crucifijo y le puso su real corona al icono, mostrando
respeto y dando ejemplar lección.
Al parecer el nivel de comprensión de los entonces
oyentes no fue muy alto que digamos, probablemente hubo hasta disgustos. De allí se derivó la mala reputación gozada
por Canuto hasta el presente, pues en la voz de sus ex-elogiadores ganó una
reputación no merecida y le adjudicaron una muy mala condición, la torpeza.
“Al
revés te lo digo para que me entiendas” decía una vieja religiosa en el
Teresiano de Camagüey; y al pobre de Canuto bien que le vale.
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