27 de julio de 2016

Infancia en Cuba ¿Desgracia o privilegio?


Infancia en Cuba
¿Desgracia o privilegio?
 
Alejandro Rodríguez
El pasado fin de semana celebramos en Cuba el Día de los Niños. Oficialmente hubo el mismo tipo de festejo que cuando el día es de jóvenes o mujeres, es decir, asamblea teatral en La Habana, dedicada a los símbolos de la Revolución, y un discurso viejo que espanta de tan solemne.
 
Como si hubiesen nacido bajo bombas, los pequeños que vimos en la TV juraban lealtad, compromiso y darle continuidad a un sistema social que apenas conocen, cual máquinas perfectas del deber. Ninguno quería juguetes electrónicos, parques modernos, postre después del almuerzo, nuevas asignaturas o programas dinámicos de estudio, sino más Revolución, salvar del grosero reguetón a nuestra cultura tradicional, y la misma vieja tángana por mochilas con Elpidio Valdés en vez de Spiderman.
 
Sin embargo, la falta de naturalidad con que el oficialismo asume la fecha, no debería ser razón suficiente para aprovechar la ocasión y mostrar un panorama infantil tan o más ajeno a la realidad que el anterior.
 
Las dificultades relacionadas con la precariedad económica son obvias, pero a pesar de ellas en Cuba los niños siguen siendo un sector bastante protegido, por el Estado y por la cultura popular, que apenas les dejan enterarse del desastre a su alrededor.
 
Yo fui niño aquí en una época puñetera (década del 90), y aun así tengo gratísimos recuerdos de mi infancia.
 
Puede que sea un criterio basado en mi propia personalidad, pero no recuerdo amargura siquiera en aquella ocasión en que se me pusieron los dedos de los pies cianóticos, porque los pies de los niños crecen y las primeras zapatillas no.
Para nosotros el Período Especial (versión jodida de la actualidad…) no fue otra cosa que una fiesta. Tanto gusto me daba entonces ir a las recién estrenadas tienda en divisas por las primeras zapatillas (que olían a nuevo, a yuma), que marcar la plantilla en un pedazo de cartón para que la remendona del barrio me cosiera unos tenis con suela de neumático de camión.
 
En la inocencia aquella no veíamos el clarísimo trabajo que pasaban nuestros padres para que siguiéramos siendo niños.
 
¿Hubo o hay trabajo infantil? Algunos dicen que sí, que hay niños en Cuba que sudan para empujar sus míseras economías familiares, pero yo, que sudé, creo que en realidad lo que hice fue divertirme en aquel montecito de marabú donde mi padre logró sacar medio saco de arroz y varias mazorcas de maíz que vendimos en el acto a un costado de la carretera. Y también vendí limones, y pollos vivos y conejos flacos, pero el rostro de ese niño no era una cara abusada de esas que típicamente ilustran el trabajo infantil en los folletos de la ONU.
 
En el barrio vi una vez a tres hermanos almorzarse un aguacate. Luego vi, mientras vacacionaba en un campismo popular, a otros dos hermanitos guajiros con una jaba de nylon tocando puertas, pidiendo algo para comer. Y después otro, en Obispo, pidiendo dinero a tres de la madrugada.
 
Pero el hecho de que recuerde esos casos, casi sus rostros, significa que no se trata de algo común, porque lo común insensibiliza, y no ha pasado. Cuando surjan grupos auténticos de la sociedad civil cuyo objetivo sea salvar niños del hambre y la explotación, entonces valdrá calificar de desgracia el panorama infantil cubano.
 
Un dato curioso es que quienes defendieron siempre los valores de la familia, afectada por tantos años de excesiva intromisión estatal en la educación de los niños, se quejan ahora de que la familia tendrá que hacerse más presente frente al deterioro del sistema educacional. No los entiendo.
 
No veo desgracia o privilegio significativo en crecer en Cuba con escuelas y sin juguetes. Pudiéramos haber tenido más y mejores juguetes, pero igual hubiésemos podido crecer alejados de una escuela.
 
En fin, que la pregunta del título fue solo una trampa para arrastrarlo hacia estas reflexiones incoherentes, sobre las cuales tengo una sola certeza: cuando el asunto es la vida de los niños, la propaganda ideológica y la política se vuelven más asquerosas que de costumbre.
alejo3399.com

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