Francisco de Chinchilla, alcalde de Madrid |
IV
Del dicho al hecho,
no va mucho trecho
Marlene María Pérez Mateo
La literatura sapiencial saturada de historias, mitos, personajes y
sobretodo gran saber es parte de todo pueblo. En el saber popular se crece:
“Vox populus, vox Deus”. Es esta sencilla, pero para mi entrañable reseña, un viaje por su razón y origen en la patria cubana,
y en las muchas patrias que a ella dieron origen. “La sabiduría viene llamando
por las calles y levanta su voz en las plazas”, nos recuerda un versículo
bíblico (Pro 1, 20). Así sea.
“Lo conocen hasta los perros”
El ser reconocido hasta por los canes recuerda a Francisco de Chinchilla,
un alcalde de Madrid, la capital española, a finales del siglo XVIII; además de
Ministro del Santo Oficio.
De Chinchilla era inflexible, severo y
para nada analítico. Las medidas puestas en práctica por el y su administración
rayaban en el extremismo. Por lógica la reacción airada de los vecinos no se
hizo esperar y la animadversión a su persona era sobrada.
Como
parte de su estrategia estuvo la de mandar a matar a pedradas y a palazos
limpios a todos los perros que al paso de cualquier transeúnte se encontraran.
Su objetivo era la sanidad pública. Los pobladores atribuían a los canes cierto
sentido de presagio por lo que al verles salir corriendo o huir, o al escuchar
sus aullidos, tenían por seguro que el tal De Chinchilla andaba cerca.
La casa de dicho alcalde se ubicaba en
la intercepción de las calles Gran Vía y Adaba. Hasta allí muchas veces
llegaron muestras de los incómodos pobladores
en no pocas ocasiones.
El ser conocido hasta por los perros,
se entiende por tener gran popularidad y gran arraigo entre la gente, aunque no
necesariamente negativo.
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