Leyendas españolas
en la Noche de San Juan
en la Noche de San Juan
Mónica Arrizabalaga
Cuentan que la Encantada (ya sea
mora o cristiana, según el lugar) lleva todo el año esperando a esta noche de San
Juan para aparecerse en numerosas localidades españolas, peinándose
su larga cabellera junto a alguna fuente, arroyo o castillo y que en las
profundidades del lago de Sanabria voltea una campana de la mítica
Valverde de Lucerna aunque solo quienes están «en gracia de Dios» la escuchan.
Hoy es noche de hogueras y de leyendas que han pervivido durante siglos.
La
Encantada
Dulciades se
llama la joven y bellísima princesa que despierta cada Noche de San Juan en Villarrobledo
(Albacete). Hija del señor de un castillo, fue raptada por el depravado
Drakolín y al morir éste por la maldición del aya, su padre Hastrano ordenó que
la encerraran en una mazmorra y la mataran con un veneno. Cuando se lo
suministran, se aparece el aya, que empareda a la bruja Nasanta y consigue que
la princesa no muera, sino que duerma en un estado letárgico del que solo
despierta por San Juan. «Esa noche aparece La Encantada, una delicada y
bellísima joven de tez clara, peinando su larga y hermosa cabellera con un
peine de oro, para regar y cuidar unas flores extrañas que sólo crecen allí.
Otras versiones de leyenda añaden que, si la ves y te mira fijamente a los
ojos, ocuparás su lugar», recogen Elvira Menéndez Pidal y José María Álvarez en
sus «Leyendas de
España» (SM).
En la Cueva de la Camareta, en la zona del embalse de Camarillas (Hellín,
Albacete) cuentan que la dama se peina con un peine de oro y pregunta a
quien pasa por allí qué le gusta más si el peine o ella. En cierta ocasión
cuentan que un pastor le respondió que el peine y ella le respondió airada:
«¡Maldito seas, que por tu culpa seguiré encantada!».
Otras leyendas
similares son las de La Encantada de Benamor (Moratalla), la de las Tosquillas
(Caravaca), la de la Rambla de Nogalte (Puerto Lumbreras), la Dama de la
Terrera de los Argálvez (Baza, Granada) o la Bruja de Aketegui (Guipúzcoa).
En Coy o
Manzanares el Real la encantada es una princesa mora que se enamoró de
un joven cristiano y fue encerrada por su familia en una cueva. Allí murió
esperando ser rescatada por el caballero cristiano, que no regresó jamás.
Cuentan que se aparece en la noche de San Juan, vestida de blanco junto a un
manantial o una fuente.
También en Rojales
(Alicante), la Encantá (Zulaida o Zoraida) busca en la noche de San Juan a
algún valiente que la lleve en brazos hasta el río Segura para bañar sus pies
en el agua y romper así el maleficio de su padre por haberse enamorado de un
príncipe cristiano. Pero quien se presta a llevarla acaba cayendo desfallecido
por el peso cada vez mayor de la joven, que queda encerrada en el monte. Sobre
el pobre hombre cae entonces la maldición de la Encantá de morir con la lengua
fuera.
En la noche de
San Juan se dice que se escucha un canto irresistible de mujer desde la fuente
de La Velasca, en Badajoz, aunque nadie ha vivido para contarlo. Atraídos
por los espectros de tres princesas moras, los hombres se lanzaban al agua y
morían ahogados. José María Merino recoge el relato en sus «Leyendas españolas de todos
los tiempos» y la fórmula mágica con la que en una noche de San Juan
fueron desencantadas las tres jóvenes.
En la noche de
San Juan quedaban anulados los poderes de la temida Juáncana, que raptaba a los niños y los devoraba en su cueva
en Cantabria. Era el momento que aprovechaba la gente para buscarla y acabar
con su vida, aunque según Merino parece que nunca pudieron conseguirlo.
Fantasmas
en el castillo
Entre los
muros del Castillo de
Loarre se cuenta que falleció el conde Don Julián y que enterraron
al mayor traidor de la historia de España a la entrada de la iglesia, para que
todos pisotearan sus restos por haber abierto las puertas de la Península a los
musulmanes por el comportamiento de Don Rodrigo con su hija Florinda, más conocida como La Cava.
Hay quien dice que su alma atormentada merodea por las torres del castillo
lamentando el trágico fin de Florinda, que se habría suicidado arrojándose
desde una torre. Otros creen ver (cómo no, en la misma noche de San Juan) a la
abadesa doña Violante, sobrina del Papa Luna, cuya tumba tampoco ha sido aún
hallada.
Campanadas
bajo el agua
Hay quien
asegura que en la noche de San Juan aún voltea una campana de la iglesia de
Valverde de Lucerna desde las profundidades del Lago de Sanabria.
No está claro si la que repica en esta noche mágica es la campana de Redondo o
Bragado, los dos bueyes que corrieron asustados al lago y engancharon sin
querer las campanas de la iglesia. Los animales arrastraron una de ellas al
salir del agua, pero la otra quedó bajo el lago donde, según la leyenda, yace
el mítico pueblo de Valverde, Villaverde o Villa Verde de Lucerna.
Cuenta la
leyenda que hasta esta localidad zamorana llegó un día un pobre andrajoso
pidiendo limosna, pero todos cerraban las puertas cuando se les acercaba. Solo
en una casa apartada, el panadero le animó a pasar y sentarse junto al fuego
mientras metía en el horno la última masa de pan que le quedaba. Cuando el buen
hombre fue a sacar el bollo de pan, la masa había aumentado tanto de tamaño que
casi no cabía por la boca del horno. El pobre le dijo entonces al panadero que
guardara el pan «porque de él tendrán que comer usted y su familia hasta que
alguna barca pueda venir a rescatarles», según relata Luis Díaz Viana en
«Leyendas populares de España».
Otras
versiones, como la que recoge la web de Turismo de Sanabria, sitúan el relato en
una desapacible noche previa a la fiesta de San Juan. Son unas mujeres quienes
acogieron al mendigo y se salvan de su castigo. Antes de abandonar el pueblo,
el viejo, que era el mismísimo Jesucristo según la leyenda, cogió el cayado y
dijo: «Donde clavo este bastón, que salga un borbollón». El agua inundó el
lugar, sumergiendo por completo el pueblo. Hay quien cuenta que en noches
oscuras se ven luces que parecen andas sobre las aguas, las almas de los
desaparecidos que intentan huir del profundo lago, y que por eso se le llama
Villa Verde de Lucerna.
También en la laguna de
Antela decían que los muertos de la legendaria ciudad de Antioquía
pedían perdón volteando las campanas la noche de San Juan «pero ni les llega ni
les llegará nunca porque están condenados por toda la eternidad», según
escribía Camilo José Cela en «Mazurca para dos muertos».
De las
legendarias ciudades sumergidas en Galicia, quizá la de Antioquía era más
conocida. Decían que su idolatría al gallo y sus pecados llegaron hasta tal
extremo que Dios decidió castigar a la ciudad. Jesucristo quiso salvar a los
justos y bajo el aspecto de un mendigo, recorrió las calles pidiendo limosna sin
dar con nadie que se conmoviese de sus súplicas. Solo una pobre vieja le acogió
en su casa, le dio algo de comer y le dejó su propia cama para que descansara.
Al amanecer, un lago había cubierto por completo la ciudad. Solo la anciana se
había salvado.
Para decepción
de los más crédulos, en la década de los 50 se desecó la laguna de Antela sin
que apareciera rastro alguno de Antioquía.
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