3 de febrero de 2016

Nos merecemos a Sánchez

Nos merecemos a Sánchez
Salvador Sostres

Los españoles merecemos que Pedro Sánchez haya recibido el encargo de formar gobierno. Es exactamente lo que merecemos. Un país que da 90 diputados a un PSOE liderado por un mequetrefe tercermundista e indocumentado, y 69 a la extrema izquierda anticapitalista y -valga la redundancia- merece un escarmiento, aunque sea en forma de susto, porque aunque todo puede suceder, parece poco probable que Sánchez pueda lograr los apoyos que necesita.

Merecemos, nos merecemos que el Rey le haya acabado encargando a Pedro Sánchez, merecemos vernos en este espejo de nuestra propia mediocridad, en este espejo degradante, humillante para cualquier sociedad articulada. Lo peor en España no ha sido la crisis, sino la gente. Ese histerismo. Esa virilidad en entredicho. Esa ingratitud que es la característica de los pueblos bárbaros, de la tribu.

Es cierto que el Partido Popular ha descuidado durante sus últimos cuatro años su agenda política, que ha tenido casos de corrupción, y que podría haber ido un punto más allá en la reforma y adelgazamiento que sin duda precisa la administración del Estado.

Lo peor en España no ha sido la crisis, sino la gente. Ese histerismo. Esa virilidad en entredicho

Pero Mariano Rajoy llegó a La Moncloa cuando España vagaba perdida en su noche más oscura, con la economía destrozada, la moral por los suelos y unos horizontes francamente poco halagüeños. Y mientras una Rosa Díez tremenda -nunca vamos a olvidarlo- agitaba el espantajo del rescate, como si prefiriera nuestro mayor sufrimiento a cambio de tener razón; y en Cataluña la espuma secesionista parecía estar a un paso de lograr sus objetivos, el presidente del Gobierno tuvo el acierto y el aplomo de trabajar sin hacer ruido y sin perder la calma, desoyendo a los que le acusaban de no hacer nada, e insistiendo en su receta que se ha demostrado cierta: España es hoy un país que goza de una salud económica remarcable, con unos notables índices de crecimiento y que por supuesto necesita seguir tomando medidas serias y no siempre fáciles para consolidarse. En Cataluña, la estrategia marianista de no añadir leña al fuego, se ha demostrado la correcta, y el independentismo, cuando no ha podido crecer en el agravio del enemigo, se ha hecho un lío.

Todo ello lo han podido conseguir el presidente Rajoy y su gobierno sin altercados remarcables, con tranquilidad en la calle, y sin que en ningún caso ni en ninguna esfera la sangre llegara al río. Entre lo vertiginoso de la situación y las histéricas del otro extremo que le pedían mano dura, ha sabido mantener un muy meritorio equilibrio.

Si la respuesta de la sociedad española a estos logros es darle a la izquierda invertebrada 159 diputados, más los dos de Izquierda Unida, más los ocho de Democràcia i Llibertat, que se supone que vienen de la burguesía catalana, resulta innegable que nos encontramos ante un conjunto de individuos que como los niños buscan los límites, y juegan a tocar el fuego, por ver si de verdad quema. Que una auténtica nulidad como Pedro Sánchez esté formalmente negociando un gobierno es una derrota salvaje para lo que se supone que es un país civilizado.

Es una tendencia muy española hacerse un lío completamente innecesario cada tantos años. Es una tendencia bastante extraña, pero no poco habitual si repasamos nuestra Historia.

Esperemos que esta vez, con la humillación de Sánchez intentándolo, tengamos bastante, y no buceemos en los terribles errores de nuestro pasado, que tan trágicas y nefastas consecuencias nos procuraron.

 

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