Nos merecemos a
Sánchez
Salvador Sostres
Los españoles merecemos que
Pedro Sánchez haya recibido el encargo de formar gobierno. Es exactamente lo
que merecemos. Un país que da 90 diputados a un PSOE liderado por un mequetrefe
tercermundista e indocumentado, y 69 a la extrema izquierda anticapitalista y
-valga la redundancia- merece un escarmiento, aunque sea en forma de susto,
porque aunque todo puede suceder, parece poco probable que Sánchez pueda lograr
los apoyos que necesita.
Merecemos, nos merecemos que el Rey le haya
acabado encargando a Pedro Sánchez, merecemos vernos en este espejo de nuestra
propia mediocridad, en este espejo degradante, humillante para cualquier
sociedad articulada. Lo peor en España no ha sido la crisis, sino la gente. Ese
histerismo. Esa virilidad en entredicho. Esa ingratitud que es la
característica de los pueblos bárbaros, de la tribu.
Es cierto que el Partido Popular ha
descuidado durante sus últimos cuatro años su agenda política, que ha tenido
casos de corrupción, y que podría haber ido un punto más allá en la reforma y
adelgazamiento que sin duda precisa la administración del Estado.
Lo peor en España no ha sido la crisis,
sino la gente. Ese histerismo. Esa virilidad en entredicho
Pero Mariano Rajoy llegó a La Moncloa
cuando España vagaba perdida en su noche más oscura, con la economía
destrozada, la moral por los suelos y unos horizontes francamente poco
halagüeños. Y mientras una Rosa Díez tremenda -nunca vamos a olvidarlo- agitaba
el espantajo del rescate, como si prefiriera nuestro mayor sufrimiento a cambio
de tener razón; y en Cataluña la espuma secesionista parecía estar a un paso de
lograr sus objetivos, el presidente del Gobierno tuvo el acierto y el aplomo de
trabajar sin hacer ruido y sin perder la calma, desoyendo a los que le acusaban
de no hacer nada, e insistiendo en su receta que se ha demostrado cierta:
España es hoy un país que goza de una salud económica remarcable, con unos
notables índices de crecimiento y que por supuesto necesita seguir tomando
medidas serias y no siempre fáciles para consolidarse. En Cataluña, la
estrategia marianista de no añadir leña al fuego, se ha demostrado la correcta,
y el independentismo, cuando no ha podido crecer en el agravio del enemigo, se
ha hecho un lío.
Todo ello lo han podido conseguir el
presidente Rajoy y su gobierno sin altercados remarcables, con tranquilidad en
la calle, y sin que en ningún caso ni en ninguna esfera la sangre llegara al
río. Entre lo vertiginoso de la situación y las histéricas del otro extremo que
le pedían mano dura, ha sabido mantener un muy meritorio equilibrio.
Si la respuesta de la sociedad española a
estos logros es darle a la izquierda invertebrada 159 diputados, más los dos de
Izquierda Unida, más los ocho de Democràcia i Llibertat, que se supone que
vienen de la burguesía catalana, resulta innegable que nos encontramos ante un
conjunto de individuos que como los niños buscan los límites, y juegan a tocar
el fuego, por ver si de verdad quema. Que una auténtica nulidad como Pedro
Sánchez esté formalmente negociando un gobierno es una derrota salvaje para lo
que se supone que es un país civilizado.
Es una tendencia muy española hacerse un
lío completamente innecesario cada tantos años. Es una tendencia bastante
extraña, pero no poco habitual si repasamos nuestra Historia.
Esperemos que esta vez, con la humillación
de Sánchez intentándolo, tengamos bastante, y no buceemos en los terribles
errores de nuestro pasado, que tan trágicas y nefastas consecuencias nos
procuraron.
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