8 de abril de 2015

El cardenal equivocado


El cardenal equivocado

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba CUBANET.– Gracias a un amigo, pude leer el Número 2931 de la revista católica Vida Nueva, correspondiente a la semana terminada el pasado 6 de marzo. Se trata de una publicación que se autodefine como “una palabra comprometida en la Iglesia”.

Aparecen allí varios escritos referentes a nuestro país; entre ellos, una entrevista de Darío Menor al cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana. El trabajo utiliza como título una apreciación del propio prelado: “En el proceso en que está Cuba, las marchas atrás serían imposibles”.

El material hace hincapié en el actual proceso de normalización entre nuestra Isla y Estados Unidos. Figuran interesantes informaciones sobre la intervención del papa Francisco en el desbloqueo de la situación. Se le atribuye al prelado cubano un papel protagónico en la “labor callada que propició la liberación de los presos retenidos por uno y otro país”.

Ortega destaca que el actual General-Presidente, desde su arribo al poder, “dijo que traía un ramo de olivo porque quería la paz con Estados Unidos”. En relación con el cambio de clima hacia Cuba en la Casa Blanca, el arzobispo destaca el papel desempeñado en esa mejora por “el lenguaje más civilizado de Raúl Castro y de los miembros de su gobierno”.

El periodista formula a su entrevistado una pregunta muy concreta: “¿Queda algún preso político?” La respuesta del cardenal resulta sorprendente, por decir lo menos: “No. Hace tiempo que no quedan. Hace poco que salieron unos cuantos, pero de esos que habían creado problemas y estuvieron en la cárcel durante dos, tres o seis meses”.

Esta contestación —a todas luces falsa— deja muchísimo que desear, máxime cuando proviene de un príncipe de la Iglesia tan bien informado sobre las interioridades de esa faceta de la realidad cubana.

¿Olvidó el prelado que los miembros del Grupo de los 75 que se negaron a emigrar pese a su insistencia para que lo hicieran, salieron en libertad mediante una licencia extrapenal que pudiera ser revocada mañana mismo? Esto implicaría su inmediato reingreso en prisión para terminar de cumplir sus larguísimas e injustas condenas, que siguen vigentes. Por consiguiente —y mientras no se solucione de manera definitiva su situación— continúan siendo cautivos de conciencia.

¿No sabe Ortega que hay una veintena de ciudadanos que llevan privados de libertad entre 12 y 23 años por delitos contra la seguridad del Estado? Es cierto que se trató de acciones violentas, pero ellas tuvieron mucha menor envergadura que las perpetradas en su día por los hermanos Castro y sus compinches. Ninguno de los primeros atacó una fortaleza militar ni dio lugar a decenas de muertes. Negar su condición de presos políticos equivale a decir lo mismo de quienes asaltaron el Cuartel Moncada.

Y los compatriotas que permanecieron encarcelados durante meses, ¿dejaban por ello de ser prisioneros de conciencia! ¿Qué quiso expresar al decir que “habían creado problemas”? ¿Ignora Ortega que unos fueron puestos en libertad, pero otros no? En las listas confeccionadas por organizaciones defensoras de los derechos humanos, siguen figurando veintenas de nombres: ¿Desconoce también esto Don Jaime?

Como laico católico, estoy de acuerdo con que la Iglesia no pretenda constituir un partido de oposición. No es ésa su misión. Quizás sea mejor así, pues —al igual que otras denominaciones religiosas o ciertas asociaciones fraternales— su condición de parte “no beligerante” la capacita mejor para desempeñar un papel mediador, algo que es probable que sea llamada a hacer en un futuro no lejano.

Lamento tener que criticar determinados aspectos de la actividad pública del obispo que me confirmó en la fe. Sobre todo cuando han pasado tres años (como en enero recordó él mismo durante la entrevista que le hizo Yarelis Rico para Palabra Nueva) desde que presentó su renuncia por razón de edad, y es posible que ella sea aceptada “quizás, durante este año”.

Es razonable —pues— pensar que en buena medida estemos hablando del legado que le dejará Jaime Ortega a la Iglesia Cubana. En ese contexto, deploro que, al afirmar falsamente que en nuestro país no hay presos políticos, el cardenal se haya inhabilitado a sí mismo como posible mediador entre el gobierno castrista y su creciente oposición. ¿Cómo podría terciar en el conflicto quien niega la existencia misma de uno de los grandes problemas de la Cuba de hoy!

¿Es ésa la herencia que dejará a la institución más antigua de nuestro país Su Eminencia Reverendísima? ¿Un legado envenenado?

 

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