La Tristeza
Por el Rev. Martín N. Añorga
¿Quién no
ha estado triste alguna vez en la vida? Le hice la pregunta a un amigo exiliado
y me dijo: “me siento triste al temer por mis hijos y mis nietos que han de
crecer en este mundo lleno de guerras, tener que envejecer en tierra ajena y ver
con dolor cómo mis compañeros se van, llevados por la muerte dejándome solo”.
Una joven
francesa llamada Francoise Sagan, a sus dieciocho años, escribió una novela
titulada “Buenos Días, Tristeza”, la que en el año 1958 alcanzó fama mundial al
ser llevada al cine por Otto Preminger, y protagonizada por David Niven. La
frase, tan repetida, sin embargo, no es original de la autora, sino que
apareció mucho antes en una de las composiciones del prolífico poeta Paul
Eluard; pero el hecho es que conocemos a muchas personas que al despertar, en
lugar de alabar la luz del sol graban sus vistas en la oscuridad de las nubes.
Después de una noche, de descanso o de inquietud, hay que disfrutar el regalo
de un día que amanece, alabando a Dios y confiando en que habrá sonrisas y no lágrimas.
Jamás digamos “Buenos días, tristeza”. La frase de los que saben superar
escollos y conflictos tiene que ser esta: “Adios, tristeza”.
La tristeza
es una de las emociones inevitables del ser humano. Suele definirse como “el
estado afectivo provocado por un decaimiento de la estabilidad emotiva, lo que
desata el deseo de llorar, las expresiones faciales de abatimiento, la
falta de apetito y de interés en las cosas habituales de la vida.” Sentir
tristeza es una experiencia normal de la cual no hay que asustarse, pues no se
trata de una enfermedad. El problema consiste en la permanencia ininterrumpida
de la tristeza. Hay personas que viven anegadas en el pantano de la desilusión
y pierden la capacidad para disfrutar de momentos gratos y placenteros, especialmente
las que le colocan al luto la etiqueta de perpetuidad.
Leí esta
frase en un artículo y me impresionó: “Dulce es al hombre en su penoso duelo, cuando el tormento
pertinaz le aterra, decir a la mezquina tierra: ¡Allá es mi patria!, y señalar
al cielo”. Luto es un vocablo que proviene del latín “luctus”, y significa
“dolor, sufrimiento, aflicción, angustia, desolación y tristeza”. En efecto, es
todo eso; pero cuando hay valores espirituales, convicciones religiosas y
especialmente fe en Dios, ha de prevalecer el sentimiento de consuelo y
victoria. “Es mediante la actualización y la expresión de los sentimientos que
la persona en duelo se puede sentir aliviada y liberada” (Jorge Bucay).
Aunque la
tristeza es un problema anímico, y no exactamente un conflicto espiritual, es
acudiendo a las fuentes del espíritu como suele diluirse, vencida por un
sentimiento de victoria. Recordemos estos emotivos versos de Amado Nervo:
“Dios mío, yo te ofrezco mi dolor
¡Es todo lo que puedo ofrecerte!
Tú me diste
un amor, un solo amor,
¡Un gran amor!
Me lo robó la muerte
y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor,
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte”.
La
lección es simple y concreta: el dolor y la tristeza que le entregamos a Dios
se nos quitan del alma y se nos ausentan del corazón. Se puede “reír llorando”
como afirma el poeta Juan de Dios Peza. Bien claro se dice en un versículo de
Los Salmos: “echa sobre Dios tu carga, y El te sustentará”. Hay que recordar también el consejo de
San Pablo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos! (Filipenses 4:4).
A menudo
una tendencia humana es la de prenderse de tristes recuerdos. Jules Renard
escribió: “¡No despertéis la pena que duerme!”. Y Romain Rolland dijo que “la vida no es triste. Tiene horas tristes!”.
Entre varios casos que pudiera citar recuerdo el de una joven madre que perdió
a su hijito de cinco años abatido por la leucemia. Mantuvo intacta la
habitación del muchachito y todas las noches iba a su camita vacía a despedirse
de él, y en la mañana, al despertar, acudía a besar su almohadita y a llorar
sobre ella. Esta mujer era la estampa de la tristeza, vivía atada a un
doloroso recuerdo y se abatía en las lágrimas del mismo. Alguien dijo:
“¡cuidado con la tristeza! Puede convertirse en un vicio”. Esta madre de la que
hablamos superó el martirio de la aflicción el día en que la convencimos de que
donara el juego de cuarto de su hijo fallecido, su ropita y juguetes a una
familia necesitada. “Otro niño será feliz en nombre del que se fue con Dios -- le dije -- no repitas que lo perdiste, hazlo vivir ayudando a padres pobres hacer
felices a sus criaturitas”.
Ciertamente
la tristeza puede convertirse en un vientre en el que se geste la generosidad y
se enaltezca la memoria de los seres amados, amando a los demás. La tristeza es
un camino o un abismo. Depende
de cómo la manejemos.
Nosotros, los exiliados, somos muy propensos
a la tristeza. En los atardeceres otoñales, cuando el cielo se pinta de colores
como de acuarela, el silencio empieza a envolver el ambiente y nuestra mirada
se enturbia de nostalgias, no podemos reprimir una opresión de tristeza en el
pecho. Para mí, sin embargo, estos momentos no son de dolor, ni de muerte, sino
de vida. Dirigidos por el índice de la tristeza recorremos los parajes de
nuestra niñez, los paisajes que una vez nos deslumbraron, los cariños de que
disfrutamos y los incidentes gratos, y aún los desagradables, que le dieron
sentido a nuestra vida.
La tristeza
de la patria lejana es ternura, candidez, pureza y entusiasmo. Es paradójico,
pero el hecho de que odiemos a los tiranos que profanan nuestro suelo, no implica
que dejemos de amar el recuerdo de nuestra cuna, de nuestro pasado y la ilusión
de regresar algún día con una bandera redimida, contemplando un cielo sonriente
de libertad. La tristeza de la distancia refuerza nuestro amor por la patria y
por los que allá han quedado.
Uno de los
grandes poemas de la historia es “Oda al Niágara”, del insigne poeta cubano
desterrado José María Heredia. En sus versos, traducidos a todos los idiomas
del mundo, el poeta exalta la deslumbrante e imponente belleza de las cataratas
del Niágara; pero en medio del torrente de su poema, introduce esta
estrofa:
“Mas,
¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con
inútil afán? ¿Por
qué no miro
Alrededor
de tu caverna inmensa
` Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas
Que en las
llanuras de mi ardiente patria
Nacen
del sol a la sonrisa y crecen,
Y al soplo
de las brisas del Océano,
Bajo
un cielo purísimo se mecen.
Este
recuerdo a mi pesar me viene…..
Hay muchos
motivos para que estemos tristes; pero la tristeza de haber perdido a Cuba es
la más grande de todas. Esa tristeza desaparecerá tan solo cuando le devolvamos
a la patria el bendito don de la libertad.
Remitido por Blanca DePriest.
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