Así buscaron los Clinton
los ángulos en Haití
Mary Anastasia O’Grady
Wall Street Journal
Es la percepción del Congreso que la transparencia, responsabilidad,
democracia y buen gobierno son factores integrales en cualquier decisión
legislativa con respecto a la ayuda de Estados Unidos, incluyendo la asistencia
a Haití”.
—“Ley de Evaluación del Progreso en Haití de 2014, sección 4”.
El
nuevo libro de Peter Schweizer, Clinton
Cash, ha atraído el interés de los medios y el público en parte por
indicar que la mayoría de los negocios de Bill y Hillary Clinton han sido con
países pobres con un débil estado de derecho. La legislación estadounidense
citada arriba señala particularmente a Haití.
Difícilmente
se podría encontrar un mejor ejemplo de cómo las maquinaciones de los Clinton
han socavado el desarrollo. El Congreso estadounidense tiene parte de la culpa
y ahora busca enmendar su error.
Los
padres fundadores de EE.UU. hicieron un gran esfuerzo para crear una república
guiada por el imperio de la ley y no el de los hombres. Si hay un principio
singular que ha diferenciado a EE.UU. de los países al sur del Río Bravo es el
sistema de pesos y contrapesos que protege contra el poder de los caudillos.
Sin
embargo, tras el terremoto de enero de 2010, mientras Hillary Clinton era
secretaria de Estado, el gobierno del presidente Barack Obama y el
Congreso le dieron carta blanca a Bill Clinton para manejar cientos de millones
de dólares de los contribuyentes estadounidenses que fluyeron hacia Haití para
su recuperación y reconstrucción. Eso se tradujo en un enorme poder político
para el ex mandatario en el país más pobre del hemisferio, lo que lo convirtió
en un cacique de facto.
A
Bill Clinton le encanta caracterizarse como un redentor del tercer mundo, como
lo hizo en una entrevista en un pueblo africano con un reportero de la cadena
de televisión NBC que fue emitida la semana pasada. El periodista preguntó
sobre las acusaciones de que la práctica de la Fundación Clinton de recibir
grandes cantidades de dinero de gobiernos y donantes acaudalados durante la
gestión de Hillary como secretaria de Estado era un conflicto de interés.
Clinton respondió diciendo que está ayudando a los pobres.
Mientras
un narrador de NBC describía las actividades de la Fundación Clinton, se podía
divisar al ex presidente y su hija midiendo audífonos ortopédicos a los
aldeanos. Pravda no podría haber creado una mejor pieza de propaganda.
No
obstante, al remover la capa de “caridad” encontrará que el estilo Clinton ha
causado gran daño a los pobres en los países en desarrollo ya que ha socavado
el respeto al estado de derecho que es tan necesario para el crecimiento
económico. Si un ex presidente de EE.UU. se salta los protocolos
anticorrupción, ¿por qué los habitantes del lugar tendrían que respetarlos?
Los
haitianos descubrieron la afinidad de Clinton por el amiguismo después de que
en 1994 usara a los Marines para devolver al poder a Jean Bertrand Aristide.
Como he documentado en esta columna, los “amigos de Bill” fueron premiados, en
secreto, con un ventajoso acuerdo con el monopolio estatal de
telecomunicaciones, Haití Teleco, que les dio una ventaja sustancial sobre las
tarifas obligatorias de larga distancia fijadas por la Comisión Federal de
Comunicaciones de EE.UU.
Menos
de dos semanas después del terremoto de 2010 en Haití, ya se hablaba en el
Departamento de Estado de que Bill Clinton estaría a cargo de los esfuerzos de
reconstrucción de EE.UU. “Eso significa”, me dijo una fuente y lo informé en
una columna del 25 de enero de 2010, que “si no tiene conexiones con los
Clinton, no podrá participar en el juego”.
El
“juego”, como mi fuente lo llamó, implicaba conseguir cientos de millones de
dólares en contratos entregados sin licitación por parte de la Agencia de
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, la cual pertenece al
Departamento de Estado, y subvenciones de instituciones multilaterales como el
Banco Interamericano de Desarrollo, el cual recibe el grueso de su financiación
de EE.UU.
Los
Clinton niegan que el poder de Bill sobre las arcas del Departamento de Estado
fuera usado para asegurar donaciones a la Fundación Clinton. Pero al menos dos
donantes que aportaron más de US$1 millón, como describí en una columna del 9
de marzo, incluyendo el Banco Interamericano de Desarrollo, se beneficiaron de
la ayuda de EE.UU. ligada al terremoto.
Hay
mucho que no se hizo. En el norte del país, el Parque Industrial Caracol,
propuesto por Clinton, tendría supuestamente 40 edificios para la industria de
la confección y generaría 65.000 empleos. Sigue siendo un misterio por qué sólo
hay tres edificios en operación y apenas 5.000 empleos, pese a un gran interés
de los inquilinos.
Los
haitianos son renuentes a criticar a los Clinton en público debido a su poder.
“Nadie quiere estar en el lado equivocado del próximo presidente de EE.UU.”, me
dijo un haitiano durante una visita que hice al país en diciembre.
Sin
embargo, el Congreso quedó tan escandalizado por los funestos hallazgos de un
informe de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno sobre los gastos en la
reconstrucción de Haití, que finalmente aprobó una ley de “Evaluación del
Progreso” que exige informes periódicos sobre el destino del dinero de los
contribuyentes.
El Congreso
está al tanto de los abusos de los Clinton. Su “percepción” de que la ayuda
extranjera, “incluyendo” a Haití, debe estar ligada al estado de derecho es una
admisión de que bajo los Clinton, los protocolos establecidos para protegerse
contra la corrupción fueron dejados de lado.
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