¿Todo por esta foto?
Hollande ante Castro: de la denuncia a la
fascinación
Luis Rivas,
París
¡Fidel Castro
nos recibe! La delegación de la presidencia francesa sentía que le había tocado
el premio gordo. François Hollande, sus voceros y su séquito no habían parado
de machacar desde hacía días con el mensaje de que esta era la primera
visita de un jefe de Estado occidental a Cuba, desde el anuncio de deshielo
entre Estados Unidos y la isla después de que Obama y Raúl Castro enterrasen la
guerra Fría.
“Un viaje
histórico”, repetían con poca originalidad en La Habana y en París. Hollande
ha desenfundado más rápido que su homólogo norteamericano. El orgullo del
gallo francés, tocado por la crisis interna y la pérdida de mercados en el
exterior, se desgañitaba con un cocoricó
que llegaba a rozar el patetismo.
Hollande se
llevaba en su avión a varios ministros y unas decenas de empresarios
deseosos de participar en “en uno de los últimos mercados casi vírgenes del
planeta”. Mientras, París insistía: el viaje estaba preparado desde hace más de
un año y nada tiene que ver con la iniciativa de Obama. Laurent
Fabius estuvo en Cuba hace poco más de un año, pero no se habló del viaje
presidencial hasta hace pocas semanas.
Hollande,
viajante de comercio
Hollande, convertido
ahora en viajante de comercio para su país, había acordado con La Habana
una visita que cerraba la serie de desplazamientos que realizaron sus
colaboradores durante los últimos meses. El secretario de Comercio, Mathias
Feckl, ya pisó la isla acompañado de otro grupo de empresarios en marzo.
Su viaje se sumó al paso por la capital cubana de representantes oficiales
franceses de todos los ámbitos, incluido el cultural.
El canciller
cubano, Bruno Rodríguez, inició en París su gira europea, tras la “Cumbra de
las Américas” de Panamá. El régimen cubano sabía ya que la jugada de Barack
Obama no sólo ponía fin a lo que quedaba de la (crítica) “posición común”
hacia Cuba, inspirada por José María Aznar en 1996, sino que le concedía una
Golden Visa para Schengen. La batalla de los principios morales y de
los derechos humanos pasaba del primer capítulo a la letra pequeña de los
futuros acuerdos con la Unión Europea.
De la denuncia a
la fascinación
Corría el año
2003 cuando Hollande escribió en Le Nouvel Observateur un artículo
titulado "La hermosa Revolución se ha vuelto una pesadilla… Decir
la verdad", en el que criticaba “el poder personal y familiar,
la censura, la falta de elecciones libres, la represión y el encarcelamiento
de dirigentes, los campos de trabajo, la pena de muerte…”.
En
ese mismo año y en la misma revista, Laurent Fabius manifestaba: “Fidel
Castro, que reclama un nuevo reconocimiento por parte de la comunidad
internacional, es, sencillamente, un dictador. (…) Las dictaduras no son de
izquierdas o de derechas, son infames”.
Pero las
hemerotecas no sirven para frenar el juego político y las necesidades
económicas. La realpolitik o, mejor, la realeconomy dicta
ahora la gestión de la política exterior de un mundo en crisis. Solo las oenegés reprochan a los Gobiernos
democráticos negociar con dictaduras. Como diría el expresidente Miterrand, si
no se pudiera hacer negocios con las dictaduras, nos quedaríamos solos.
Hollande, vendedor en jefe de productos franceses, venía además de Qatar y
Arabia Saudí, circunstancia aprovechada por los partidarios de silenciar en
las jornadas habaneras el capítulo que cabrea.
Quizá no se
pueda reprochar lo que se silencia, pero Hollande no estaba obligado a caer en
los clichés del agit-prop castrista sobre la Educación y la Salud en
Cuba. No se refirió ni una vez en público a la disidencia interna ni al
respeto a los derechos humanos. Su discurso ante los estudiantes “elegidos”
en la universidad fue soporífico, en la mejor línea de las visitas de los
antiguos “compañeros del campo socialista”. Hizo incluso un elogio de los
médicos cubanos desplazados en África o Haití, obviando cómo el régimen los
utiliza como mercancía y les paga una miseria.
Premio al buen
comportamiento
Hollande viajó a
Cuba con un capricho que se elevaba por encima de todo: hacerse una foto con
el mayor de los Castro. Fidel, no obstante, esperó a comprobar cómo
se comportaba el presidente de Francia para concederle el honor
del encuentro. Y como Hollande se portó bien y obvió que representa a la
“patria de los derechos humanos”, al final tuvo su premio.
El suspense duró
horas. Jacques Audibert, consejero diplomático de Hollande, recibió la esperada
llamada que iluminó el rostro del presidente de la República francesa. Los flashes
y el breaking news de los medios nacionales anunciaban el
acontecimiento a miles de kilómetros: “¡Hollande ha sido recibido por Fidel!”.
Minutos después y algunas fotos más tarde, el jefe del Estado francés se
emocionada al decir que había visitado “a un hombre que ha hecho historia”.
“Le he
encontrado muy informado y muy alerta. Dice que se informa a través
de internet”, manifestó Hollande, a quien ningún asesor advirtió de
que los cubanos no tienen posibilidades de utilizar libremente las redes
sociales.
Si hay algo del
castrismo que ha funcionado hasta ahora es la propaganda, un hecho que en
Francia ha quedado reflejado estos días en los platós de televisión, en los
estudios de las radios y, con excepciones, en la prensa escrita. Periodistas
con pocos conocimientos sobre Cuba entrevistaban a supuestos especialistas que
repetían sin rubor los clichés sobre “el antiguo prostíbulo de los
norteamericanos”, los “avances de la sanidad” o el “altísimo presupuesto de
educación” en la isla. Exiliados y disidentes cubanos en París, como la
escritora Zoe Valdés o el profesor Jacobo Machover, disentían
tanto con datos como con argumentos, tan alejados del discurso propagandístico,
que dejaban boquiabiertos a sus poco documentados interlocutores. Pero ya daba
igual. Hollande tenía su foto con Fidel y se citaba con Raúl para la
próxima “cumbre latinoamericana” con la Unión Europea.
La onda de
choque del 'caso Padilla'
Francia fue uno
de los países europeos donde la Revolución cubana encontró un eco
intelectual más positivo. Las figuras de la época, los Sartre, Beauvoir,
Françoise Sagan… por hablar de los visitantes más publicitados, acudían a la
isla a comprobar in situ, en viajes organizados por el régimen, los
avances del proceso iniciado en enero del 59. Pocos eran los periodistas
franceses que en la época se atrevían a mostrarse críticos o escépticos
con la marcha de la Revolución. Hay que decir, para poder comprender el
momento, que la fuerza e influencia del Partido Comunista Francés era todavía
considerable.
El 'caso
Padilla' (por el escritor Heberto Padilla) tuvo su onda de choque en
París, y fue el inicio de la desafección de algunos intelectuales hacia
el joven régimen. La capital francesa es tanto una tierra de acogida de
disidentes cubanos como de simpatizantes locales del castrismo. Ejemplo de esto
último fue el apoyo incondicional de Danielle Mitterrand al régimen de
La Habana. La esposa del expresidente visitó la isla con su marido en 1970,
cuando este era primer secretario del Partido Socialista. Veinticinco años
después, la primera dama invitó al Elíseo –y besó en público– a Fidel
Castro, a pocos días del fin del mandato del líder socialista.
¿Y España?
A partir de
ahora se verá si las empresas francesas reciben trato de favor en Cuba o si,
simplemente, servirán para que los pretendientes comerciales extranjeros jueguen
a la competencia política. La prensa francesa ha hablado de oportunidades
para sus empresas, sin mencionar en un solo momento a sus rivales
españoles. Como si los únicos competidores en la isla fueran los
norteamericanos.
La nueva
política de Obama hacia Cuba ha dejado descolocados a los críticos en Europa
con el régimen de La Habana. Ahora que se ha levantado la veda, todos
responsabilizan a Aznar de la Posición Común e intentan evadirse con un
pueril “yo no fui”. Cuba se lo está haciendo pagar también al Gobierno
de Mariano Rajoy, mientras el ministro de Exteriores Margallo sigue
esperando un encuentro con Raúl Castro. La Habana siempre ha mantenido una
política de cal y arena con Madrid. Y las crisis siempre se han superado hasta
la llegada de la siguiente. Pero con el régimen cubano legitimado por el
“eterno enemigo” y por la Unión Europea, la diplomacia española lo tiene
difícil si quiere mantener la línea aznarista.
La Unión
Europea, a través de la jefa de su diplomacia, Federica Mogherini, prepara
el nuevo marco de relaciones con La Habana. Obama se refirió abundantemente
al respeto de los derechos humanos durante el mensaje simultáneo con Raúl
Castro. Mogherini insiste en que Europa también lo hará. Mientras, el régimen
castrista admite la mención sobre el papel y habla de “diferencias de puntos de
vista”. Cabe preguntarse si Madrid recibiría la misma respuesta.
En Cuba -y en el
exilio- todos son conscientes de que mencionar el respeto a los derechos
humanos no resuelve el problema, pero es, al menos, una señal de
reconocimiento para los que luchan cada día en la isla por tener los mismos
derechos que los ciudadanos franceses o españoles. Sin sufrir palizas o prisión
por ello.
Reproducido de
El Confidencial, Madrid.
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