Lo
que sí dijo el Papa Francisco
del
don del celibato sacerdotal
Un periodista alemán preguntó al Papa
Francisco, en la rueda de prensa en su viaje de regreso de Tierra Santa, que,
si en aras al ecumenismo, la Iglesia católica podría “aprender algo –palabras
textuales del periodista- de las Iglesias ortodoxas”, en relación al matrimonio
de los sacerdotes, “una pregunta –apostilló el informador- que interesa mucho
en Alemania”. El Santo Padre, que no rehúye pregunta alguna, comenzó su
respuesta recordando que en la Iglesia católica de rito oriental existe esta
praxis “porque el celibato no es un dogma de fe; es una regla de vida que yo
aprecio mucho y que creo que es un don para la Iglesia. Al no ser un dogma de
fe, la puerta siempre está abierta. En este momento no hemos hablado de eso,
como programa, por lo menos para este tiempo. Tenemos cosas más fuertes que
emprender”.
Y respondiendo íntegramente a la pregunta del periodista acerca de
la implicación del celibato en el ecumenismo, Francisco no pudo ser más claro:
“Con Bartolomé, este tema no se ha tocado, porque es secundario, realmente, en
nuestras relaciones con los ortodoxos”.
Esto, ni más ni menos, fue lo que dijo
Francisco. La novedad del contenido de sus declaraciones es, obviamente,
escasa, por no decir ninguna. Recordó lo que es sabido –o debe ser sabido por
todos-, apuntó y encomió el sentido de don del celibato sacerdotal, señaló las
consecuencias que de su naturaleza no dogmática sino disciplinar se derivan y
subrayó que esta no una prioridad “por lo menos para este tiempo”.
Y lo demás, los debates interesados,
los revuelos mediáticos, los sensacionalismos, temores y anquilosamientos
varios, en una u otra dirección, están fuera de lugar. Son reinterpretar e
incluso instrumentalizar y hasta manipular al Papa. Lo que del celibato
sacerdotal ha dicho Francisco es, como no podía ser de otro modo, lo que
dijeron sus antecesores. Escuchemos y sigamos al Papa Francisco, en su
integralidad, con su letra y con su música. Y dejémosle que siga siendo el Papa
Francisco, este extraordinario don que Dios nos regala para el bien de su
Iglesia y de su misión evangelizadora y para el bien de la entera humanidad.
Editorial de revistaecclesia.com
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