La eutanasia infantil
o la maldición de la ley
por Roberto Esteban Duque,
Teólogo
Bélgica despenaliza la eutanasia de
niños ante el supuesto de un menor “suficientemente maduro” a juicio de sus
médicos -quienes confirmarán su capacidad de discernimiento-, y que por el
sufrimiento causado en su entorno por una enfermedad incurable no desea seguir
viviendo.
Será cuando se manifieste un
sufrimiento físico insoportable, su muerte a corto plazo sea inevitable y la
solicitud de una muerte asistida sea “repetida y constante”, con la
certificación del visto bueno de los padres. A esta bestialidad, la diputada
socialista Karen Labieux le llama evolución de la sociedad y de las
leyes, porque “es nuestra responsabilidad garantizar una vida digna, pero
también la posibilidad de una muerte con dignidad”.
El parlamento federal aprobaba el
pasado jueves por un resultado de 86 votos a favor, 44 en contra y 12
abstenciones la eutanasia infantil sin límite de edad. La volonté générale
hace posible la barbarie, convirtiéndose en fundamento del totalitarismo. De la
voluntad general, de la inmolación de las voluntades personales en el altar
pagano de las mayorías hacia el progreso de una razón cerrada a la
trascendencia, arranca el camino de una cultura hacia la muerte.
Quizá la mayor perturbación que padece
el hombre actual sea su afán de afirmar su autonomía, ofreciendo culto a los
ídolos vicarios, la pretensión de ser como dioses, libres de las leyes de la
naturaleza, dueños absolutos del propio destino. Con la idea del hombre
autónomo se termina en el Estado totalitario, el Estado como única vida moral
en su existir auténtico y el poder como barbarie. A la exaltación
individualista corresponderá la soberbia del hombre entregado a la lógica
brutal del horror, obligado a fabricarse sus propios ídolos en su eterno afán
de suficiencia: “De los altares olvidados han hecho su morada los demonios”,
sentenciará Ernst Jünger.
Existe el denominado argumento de la
“pendiente resbaladiza”, según el cual, una vez que la eutanasia es admitida
legalmente para algunos casos-límite, se desemboca en una pendiente que se
desliza hacia abajo, más allá de cualquier control. La argumentación ha sido
criticada como catastrofista, pero lo que ocurre en los países donde la
eutanasia está legalizada demuestra que el fenómeno de la “pendiente
resbaladiza” es real. Lo demuestra el hecho de que tras unos años aplicándose
en Bélgica la eutanasia para adultos, ahora se extiende ya a los niños. La
tendencia ha sido hacia una mayor ampliación de la permisividad de la ley hasta
llegar a la eutanasia en contra de la misma voluntad del enfermo. La
negatividad de los efectos de la admisión de la eutanasia es tal que exige al
legislador la limitación del ejercicio de la autodeterminación del enfermo en
lo que se refiere al presunto derecho de decidir cómo y cuándo procurarse la
muerte.
El primer bien que debe ser reconocido
y respetado es el derecho inviolable de todo ser humano a la vida, del que
derivan otros derechos, como es el caso de la tutela de toda vida inocente. La
eutanasia siempre será una falsa piedad. La verdadera compasión se expresa en
la solidaridad con el que sufre y no en la privación de su vida por causa del
sufrimiento. El camino del amor y de la piedad es el camino del ánimo y del
consuelo como remedio espiritual, el camino de la presencia, incluso como
último deber médico. La eutanasia extendida a los niños se convierte en la
máxima expresión de rechazo del amor debido al ser humano, de nuestra incapacidad
para comprender y aceptar el sufrimiento.
Ante el sufrimiento de los inocentes
la única actitud adecuada es el amor. Importa ser humildes en el comportamiento
del hombre con la vida, incluyendo la vida no nacida y la vida del que sufre,
atendiendo a los límites de la ciencia y la biomedicina. Se impone resistir a
la corrupción interior de la cultura occidental, buscar una ética cuyas leyes
sustenten pero limiten la libertad. Se impone el deber de resistencia, que es
tanto como un deber de solidaridad, de ayuda al que sufre, una nueva conciencia
que restituya al hombre lo espiritual, una conciencia religiosa que no se deje
arrastrar por el empuje de un tiempo sin espíritu donde se legaliza la
eutanasia infantil, que es tanto como invocar la maldición de la ley. Lo que
importa del hombre, dirá Alfred Delp antes de ser ejecutado, “es
devoción, adoración, amor. Sólo esto es el hombre. Lo demás es camino; largo,
largo camino necesario, que hemos de recorrer hasta que vuelvan a encenderse
las luces de los pocos corazones que adoran y que aman”.
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