16 de febrero de 2014

La eutanasia infantil o la maldición de la ley



La eutanasia infantil
o la maldición de la ley

por Roberto Esteban Duque,
Teólogo

Bélgica despenaliza la eutanasia de niños ante el supuesto de un menor “suficientemente maduro” a juicio de sus médicos -quienes confirmarán su capacidad de discernimiento-, y que por el sufrimiento causado en su entorno por una enfermedad incurable no desea seguir viviendo.

Será cuando se manifieste un sufrimiento físico insoportable, su muerte a corto plazo sea inevitable y la solicitud de una muerte asistida sea “repetida y constante”, con la certificación del visto bueno de los padres. A esta bestialidad, la diputada socialista Karen Labieux le llama evolución de la sociedad y de las leyes, porque “es nuestra responsabilidad garantizar una vida digna, pero también la posibilidad de una muerte con dignidad”.

El parlamento federal aprobaba el pasado jueves por un resultado de 86 votos a favor, 44 en contra y 12 abstenciones la eutanasia infantil sin límite de edad. La volonté générale hace posible la barbarie, convirtiéndose en fundamento del totalitarismo. De la voluntad general, de la inmolación de las voluntades personales en el altar pagano de las mayorías hacia el progreso de una razón cerrada a la trascendencia, arranca el camino de una cultura hacia la muerte.

Quizá la mayor perturbación que padece el hombre actual sea su afán de afirmar su autonomía, ofreciendo culto a los ídolos vicarios, la pretensión de ser como dioses, libres de las leyes de la naturaleza, dueños absolutos del propio destino. Con la idea del hombre autónomo se termina en el Estado totalitario, el Estado como única vida moral en su existir auténtico y el poder como barbarie. A la exaltación individualista corresponderá la soberbia del hombre entregado a la lógica brutal del horror, obligado a fabricarse sus propios ídolos en su eterno afán de suficiencia: “De los altares olvidados han hecho su morada los demonios”, sentenciará Ernst Jünger.

Existe el denominado argumento de la “pendiente resbaladiza”, según el cual, una vez que la eutanasia es admitida legalmente para algunos casos-límite, se desemboca en una pendiente que se desliza hacia abajo, más allá de cualquier control. La argumentación ha sido criticada como catastrofista, pero lo que ocurre en los países donde la eutanasia está legalizada demuestra que el fenómeno de la “pendiente resbaladiza” es real. Lo demuestra el hecho de que tras unos años aplicándose en Bélgica la eutanasia para adultos, ahora se extiende ya a los niños. La tendencia ha sido hacia una mayor ampliación de la permisividad de la ley hasta llegar a la eutanasia en contra de la misma voluntad del enfermo. La negatividad de los efectos de la admisión de la eutanasia es tal que exige al legislador la limitación del ejercicio de la autodeterminación del enfermo en lo que se refiere al presunto derecho de decidir cómo y cuándo procurarse la muerte.

El primer bien que debe ser reconocido y respetado es el derecho inviolable de todo ser humano a la vida, del que derivan otros derechos, como es el caso de la tutela de toda vida inocente. La eutanasia siempre será una falsa piedad. La verdadera compasión se expresa en la solidaridad con el que sufre y no en la privación de su vida por causa del sufrimiento. El camino del amor y de la piedad es el camino del ánimo y del consuelo como remedio espiritual, el camino de la presencia, incluso como último deber médico. La eutanasia extendida a los niños se convierte en la máxima expresión de rechazo del amor debido al ser humano, de nuestra incapacidad para comprender y aceptar el sufrimiento.

Ante el sufrimiento de los inocentes la única actitud adecuada es el amor. Importa ser humildes en el comportamiento del hombre con la vida, incluyendo la vida no nacida y la vida del que sufre, atendiendo a los límites de la ciencia y la biomedicina. Se impone resistir a la corrupción interior de la cultura occidental, buscar una ética cuyas leyes sustenten pero limiten la libertad. Se impone el deber de resistencia, que es tanto como un deber de solidaridad, de ayuda al que sufre, una nueva conciencia que restituya al hombre lo espiritual, una conciencia religiosa que no se deje arrastrar por el empuje de un tiempo sin espíritu donde se legaliza la eutanasia infantil, que es tanto como invocar la maldición de la ley. Lo que importa del hombre, dirá Alfred Delp antes de ser ejecutado, “es devoción, adoración, amor. Sólo esto es el hombre. Lo demás es camino; largo, largo camino necesario, que hemos de recorrer hasta que vuelvan a encenderse las luces de los pocos corazones que adoran y que aman”.

revistaecclesia.com

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