27 de enero de 2016

Gracias a él podemos llamarnos teresianos.


 
ENRIQUE DE OSSÓ

Las comunidades teresianas en todo el mundo están hoy de fiesta: es el día de san Enrique de Ossó, su fundador. Había sido un día como el de hoy, en 1896, cuando dejó esta vida terrenal para empezar a compartir con  santa Teresa de Jesús y todos los santos que viven la vida eterna en la Gloria del Reino.

Evoco hoy la figura de este hombre que, tomando a Teresa como modelo de perfección, anduvo su camino para reunir mujeres que bajo la inspiración de la santa castellana respondieran al llamado del Señor  formando futuras mujeres en la virtud y el temor de Dios.

Para ello transcribo algunos párrafos sobre su vida, encontrados en la página del Centro de Iniciativas de Pastoral de Espiritualidad (Cipe). [adg]:

Y hoy, cinco años después, sacamos de nuestro archivo este homenaje a San Enrique de Ossó.

En estos tiempos son menester amigos fuertes de Dios.
 (Teresa de Jesús de Ávila, Vida 15,5)

Este pensamiento teresiano revela a Enrique de Ossó. Su época fue dura; su amistad con Dios, Jesús, intensa; su espíritu teresiano providencial.

Nacido en Vinebre, pueblecito de Tarragona, un 16 de octubre de 1840, hijo de Jaime de Ossó y Micaela Cervelló, fue el menor de tres hermanos: Jaime, Dolores y Enrique. Tras una infancia feliz, el padre, agricultor acomodado, procuró asegurar el futuro de los dos jóvenes: envió a Jaime a Barcelona y a Enrique a Quinto de Ebro y Reus para que aprendieran el oficio de comerciantes. Las previsiones paternas pronto fueron alteradas por uno de los factores distorsionadores de la edad moderna: las epidemias de cólera y de fiebre amarilla. Enrique apenas contaba catorce años cuando murió su madre. En la ausencia, sus palabras: “Hijo mío hazte sacerdote”, cobraron vida propia dejando en la sombra el deseo del hijo: “Quiero ser maestro”. Semanas más tarde, ante la negativa paterna de seguir la vocación sacerdotal Enrique huyó a pie a Montserrat. Movido por su deseo de ser misionero de paz y amor, desconocía en esos momentos que si el enfermo siglo XIX le había quitado a una mujer, su madre, él siendo fiel a su sacerdocio iba a dar al mismo siglo una mujer que lo sanara: Teresa de Jesús.

Desde los primeros años de su vida las obras de Teresa le acompañaron callada pero tenazmente. Su tia Mariana, las visitas a El Desierto de las Palmas, el profesor Dómine Sena, pusieron los cimientos del conocimiento y admiración de la Santa. Las verdades teresianas fueron calando en su interior mientras estudiaba en los seminarios de Tortosa y Barcelona (1860-61 y 1863-66), ejercía como profesor de Física y Matemáticas del seminario tortosino -ya antes de su ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1867- y dirigía la obra del Catecismo en Tortosa. También los acontecimientos que se sucedían a su alrededor penetraban en él: enfrentamientos e intolerancia ideológica, levantamientos y asesinatos, ignorancia y desconcierto, inestabilidad política y guerras carlistas.

Enrique no era hombre que permaneciera impasible ante las situaciones críticas y en el mes de julio de 1872 se sintió interpelado: “¿Qué haría Teresa de Jesús si viviese hoy entre nosotros?” La figura de Teresa emergió con fuerza en su persona y el vigor del espíritu teresiano cobró forma en la creación de la Revista Teresiana. Por medio de la divulgación mensual de sus escritos Teresa de Jesús estará viva, actuará como lo hizo en el s.XVI. Para lograrlo Enrique le pide a Teresa “Alcánzanos de tu esposo Jesús una parte, si no todo, de tu espíritu” El primer fruto de la publicación fue la Archicofradía de Hijas de Maria y Teresa de Jesús. El espíritu de Teresa, más que por palabras, debía transmitirse por la vida de esas jóvenes.

Desde su fundación, octubre de 1873, la archicofradía se extendió por pueblos y ciudades. El Rebañito del Niño Jesús –niños- y la Hermandad Josefina –hombres- en 1876 fueron otras asociaciones que nacieron de esa fidelidad al carisma teresiano. En junio del mismo año fundó la Compañía de Santa Teresa para “la educación de la mujer según el espíritu de Santa Teresa de Jesús”, su obra principal y de la que él mismo decía: “Ha de ser en los últimos tiempos una de la que más y mejor ha de celar la honra de Jesús por medio de Teresa”

Acompañó siempre la acción con la palabra escrita. Escribió un total de 66 obras dedicadas en su mayor parte a fomentar la piedad y orientar las Asociaciones que organizó. Destacamos la Guía práctica del Catequista en 1872 y El Cuarto de Hora de oración de 1874.

 
http://www.cipecar.org/es

No hay comentarios:

Publicar un comentario