Prisioneros del Pasado
Rev.
Martín N. Añorga
El
presidente Barack Obama, cuando anunció que Estados Unidos y Cuba, después de
más de medio siglo de confrontaciones restablecerían las relaciones
diplomáticas, estrenó una interesante exclamación: «Nosotros no tenemos que ser
prisioneros del pasado».
¿A qué
pasado se refería el mandatario de Estados Unidos? No podía ser el suyo, porque
su conocimiento de Cuba no cubre una década de historia. Se refería, por
supuesto, a la nación que gobierna, adjudicándose la representación de los
nueve presidentes que le han antecedido en el cargo. Obama quizás haya
intentado aprender algo de la historia, pero es evidente que los que le han
guiado no han sido equitativos profesores; porque ciertamente es el pasado lo
que no justifica que se le haya extendido una mano de cordialidad a la infame
tiranía comunista impuesta, ya por cincuenta y seis años, sobre la sufrida Isla
de Cuba.
Obama
debió haber tenido en cuenta que Cuba está bajo el dominio de un llamado
presidente que fue designado por su hermano sin consultar a nadie, en un
ejemplo descarado de nepotismo. No le ha hecho caso a la violación continuada
de los derechos humanos, a los abusos contra el pueblo y a la negación absoluta
de los procesos democráticos. No le importa, no ya el pasado, ni siquiera el
nefasto presente de una nación secuestrada por una pandilla de facinerosos que
se aprovechan de su ingenuidad, o de su fragilidad como gobernante. En cuanto a
la frase del presidente que hemos citado al al principio de este trabajo,
quiero afirmar, y espero que muchos otros coincidan, que «yo sí soy prisionero
del pasado».
Vivo,
como es natural, en el presente y apenas me queda un tramo de futuro; pero mi
vida se sustenta y se reafirma en mi pasado. Y me duele que un presidente ajeno
a mis simpatías se adueñe de un pasado que no le pertenece para tomar acciones
que son vergonzosas.
Sé que
en la Isla cautiva y por los caminos del mundo hay muchos cubanos que viven
desprovistos del amparo de un pasado que es digno de recordar. No critico a las
generaciones recientes que desconocen la historia, que carecen de héroes que
recordar y no tienen nociones de patria y democracia. Quisiera de veras que no
hayan emprendido la escapatoria del destierro para olvidarse de la Isla en que en que nacieron, y confío en
que lleguen a ser capaces de sacudirse las cadenas que le han esclavizado la
razón y le han cercenado la esperanza.
¡Que
grato es tener un pasado sobre el cual recostarse, cuánta dignidad hay en el
sacrificio que se haga por reconquistarlo! Yo, como cubano que cargo sobre mis
hombros la encantadora presencia de Cuba, amo su pasado y resiento que otros lo
ignoren o quieran enterrarlo en aras de futuros sin dignidad ni justicia.
Amo mi
pasado porque allí estuvieron las manos que me ampararon en la niñez y me
guiaron en mi adolescencia, porque allí había familia, se gozaba del hogar y se
disfrutaba de la amistad sin sospechas ni traiciones. Amo mi pasado porque allí
no hubo pelotones de fusilamiento que devoraron las vidas de jóvenes plenos de
ideales, porque las cárceles eran para delincuentes, no para hombres y mujeres
decentes que querían una patria con dignidad, justicia y paz. Amo mi pasado
porque allí nadie quiso mutilar las alas de mis pensamientos ni inculcarme
ideologías que marchitaran mis iniciativas personales.
Muchas
razones hay para que ame mi pasado. Allí reina la grandeza de Martí, la
valentía de Maceo, la entereza de Máximo Gómez y la entrega de un desfile de
patriotas que sin aspiraciones banales donaron sus vidas para vestir de gloria
la patria. La historia de Cuba está
engalanada por educadores, escritores, poetas, maestros creadores, damas de
decoro y peleadores que vaciaron su sangre sobre la tierra que amaban. ¡Cómo
permitir que un presidente errático reduzca nuestro pasado a unas cuantas
decenas de años, y lo use como plataforma para sancionar crímenes, robos,
asaltos, impertinencias y desatinos!
Una
característica de todas nuestras organizaciones patrióticas del exilio es la de
exaltar respetuosamente los valores de nuestra historia. No mencionamos nombres
porque queremos evitar los riesgos de involuntarias omisiones; pero puedo
asegurar, gracias a que las conozco todas, que en cada una Cuba es la palabra
de pase. Algunos, despistados o frustrados, podrían decir que las
organizaciones del exilio son un refugio en crisis para ancianos. Los que así
piensan son personas que han salido de Cuba y en el exilio se la han sacado de
adentro, porque es en nuestras organizaciones donde se mantiene vivo y vigente
el pasado de la patria.
Parecería
un absurdo que nos declaremos prisioneros de la historia cuando de la misma nos
separa un rimero de años y cuando es axiomático que la historia se recuerda,
pero no se repite. Ciertamente los que
amamos el pasado no pensamos idílicamente regresar a él, no es ese el tópico de
nuestro amor. Queremos nuestro ayer porque nos enseña, nos inspira, nos tapiza
almohadas y porque es materia de lo que somos y de lo que queremos seguir
siendo. Y mucho más porque el pasado fue el escenario por el que desfilaron
nuestros antecesores y en el que se fue creando, tramo a tramo, la patria
gloriosa que clama por nuestro rescate.
Los que
pretenden la evasiva del olvido, se convierten en huérfanos de historia, son
como transeúntes del mundo, sin punto de partida ni meta a la cual llegar. Me
recuerdan la novela del médico francés Eugenio Sué, “El Judío Errante”, basada
en la leyenda del judío que se negó a socorrer a Cristo y fue maldito por El a
vagar por toda la eternidad. ¡Qué triste caminar siempre por nuevos caminos sin
tener viejas huellas que recordar!
Los
cubanos tenemos que dejarnos aprisionar por el pasado, fuente inagotable de la
que podemos extraer fuerza y visión para el noble futuro que nos espera.
Yo me
enorgullezco en ser “prisionero del pasado”. Confío en que usted, amigo lector sea mi compañero de celda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario