18 de mayo de 2011

MAHLER

.


MAHLER

Cuando se cumplen 100 años de la muerte de Gustav Mahler, (18 de mayo de 1911), su música está más vigente que nunca. Su profunda verdad ha calado hondo. "Mi tiempo llegará", decía ante el desprecio de críticos y directores de orquesta. Y llegó. Hace poco superó a Beethoven como el músico más interpretado en auditorios. Desde Abbado o Boulez hasta Rattle o Chailly, las batutas más importantes se han examinado con su obra.

"Mi tiempo llegará", solía clamar cuando se sentía despreciado por críticos y directores de orquesta. Su tiempo era el futuro. Fue visto y anunciado por los radicales, a los que apoyó sin dudarlo. Elegante y magnético, nervioso y entregado, Mahler no necesitaba mucho tiempo para engalanarse. Adornaba con discreción su metro sesenta de estatura, pero cuando entraba en un café a tomarse una cerveza por la noche -uno de sus placeres-, las cabezas se tornaban. Y en las tertulias sorprendía su tono de voz: barítono cuando estaba relajado y tenor si se encontraba inquieto.

Llamaba la atención y a la vez era un misterio. ¿Era Mahler bueno?, se pregunta el autor en el libro. "Un santo", dijo Schoenberg. "Un genio y un demonio", le calificaba el director Bruno Walter. "Encontrar al verdadero Mahler es una batalla expedicionaria a través de sus contradicciones", cree Lebrecht.

¿Estaba loco? Era una pregunta muy frecuente. A menudo se lo podía encontrar uno hablando y gesticulando solo por la calle. Muchas veces se mostraba irascible y sus estados de ánimo oscilaban entre la euforia y la depresión. Freud lo llegó a tratar en una sola sesión de cuatro horas y lo consideró "un hombre genial" , de quien le fascinaba, dijo, "el misterioso edificio de su personalidad". Pero amaba la vida y cuando se sentía realmente hundido, encontraba esperanza en la mera melancolía. "La tristeza es mi único consuelo", llegó a escribir. 

Ese ser desarraigado, el nómada interior y quien desde niño tuvo que enfrentarse tantas veces a la muerte y a su indiferencia, se consideraba tres veces apátrida: "Como bohemio en Austria, como austriaco entre los alemanes y como judío en todo el mundo", decía. "Anticipa los principios de la multiculturalidad. Observa su entorno como un judío en los márgenes de un imperio católico en decadencia y anticipa su desintegración", comenta Lebrecht.

Nació el 7 de julio de 1860 en Kalischt, aunque ese mismo año sus padres se trasladan a Iglau, hoy Jihlava, perteneciente a Bohemia. Hijo de unos taberneros, pasó la infancia traumatizado por la muerte de muchos de sus hermanos. Es un tema presente en su Primera sinfonía, 'Titán', en la que incorpora una marcha fúnebre irónica por medio de la que trata de expresar lo que siente al ver salir hacia el cementerio los cadáveres de los niños ante la indiferencia de los borrachos.

Pero su hábitat vital más intenso será Viena. Allí se convirtió en una celebridad. Allí estudió y sufrió el desprecio por su condición de judío -se sintió sucio y asqueado de sí mismo al verse obligado a convertirse al catolicismo para prosperar en su carrera- y la admiración del público por su obsesión perfeccionista como director de orquesta, una manera de trabajar que marcó época por el rigor y la entrega sin tapujos al arte.

En la Viena de la década de los setenta, adoptó como padrino a Anton Bruckner, a quien pasaba por alto sus comentarios antisemitas por el gusto de disfrutarle como mentor. En aquellos tiempos, la actitud contra los judíos era tan natural como inconscientemente poco amenazante. Así que Mahler llegó a idolatrar a Wagner al tiempo que se hacía vegetariano. Se obsesiona con el ejercicio físico y en el poco tiempo libre que le resta se dedica a componer encerrado en una cabaña junto a un lago o en sus casas de campo, a menudo acompañado de las mujeres que más amó: primero la violinista Natalie Bauer-Lechner y después Alma Maria Schindler, con quien se casó en 1902 y mantuvo una relación que ha inspirado novelas, películas y tratados amorosos.

Entre la pasión desatada -"cuando te acercas a él, te quemas", confesaba Alma en sus diarios-, la traición -le engañó con el arquitecto y diseñador prusiano Walter Gropius, entre otros, con quien acabaría casándose-, la muerte de una hija y los problemas de salud, Gustav y Alma han pasado a la historia como dos protagonistas amantes a quien su experiencia nutrió y devastó a partes iguales. Tanto que cambió la historia de la música. Ella fue musa e inspiración para crear una Décima sinfonía que se construye sobre una disonancia de nueve notas, no regida por ninguna ley armónica anterior. 

Su huella como director de orquesta es fundamental. Crea escuela allá donde va: en Leipzig, en Hamburgo, en Budapest y en Nueva York, donde dirigió en el Metropolitan, adonde llegó como un profeta -eso sí, muy bien pagado, "cinco veces más que en Viena", especifica Lebrecht- y acabó realmente enfermo por los disgustos que mermaban su libertad creativa. 

Son los directores, una vez muerto, quienes le encumbran a su dimensión crucial en la historia de todas las artes. Le cuesta ser reconocido y lo logrará en vida, pero no con la trascendencia que lo es hoy. Su legado crece a partir de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo gracias a Bruno Walter, Leonard Bernstein, Bernard Haitink y después Claudio Abbado, Pierre Boulez, Simon Rattle o Ricardo Chailly, entre otros. Hoy, la prueba Mahler es el certificado por el cual debe pasar cualquier gran orquesta o director. El examen final, un digno termómetro de la más pura sensibilidad del público contemporáneo.

Fue difícil entenderlo en su tiempo y éste, en vida, fue relativamente corto. Apenas cumplió 51 años. Su enfermedad coronaria, una endocarditis irreversible, se manifestó en Estados Unidos. La misma Alma culpó a las tensiones que sufrió en la Filarmónica de Nueva York. "En Viena era todo poderoso, allí tenía a 10 señoras diciéndole lo que tenía que hacer".

El mal era intratable. Quiso morir en Viena. Alma permaneció a su lado. Inmerso en su agonía, Alma le escuchó decir: "Mozart". Había dejado instrucciones de que en su lápida del cementerio de Grinzing solo se leyera: Mahler. "El que venga a verme sabrá quien fui. El resto no necesita enterarse".

Editado de
Jesús Ruiz Mantilla, El País. Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario