28 de octubre de 2017

HAZME UNA CRUZ SENCILLA, CARPINTERO

Hazme una cruz sencilla, carpintero

(1ª Parte)


Marlene María Pérez Mateo



León Felipe (1884-1968)

 En una ocasión León Felipe, escritor español exiliado en México, se encontraba sumamente  enfermo; su sobrino  político y torero Carlos Arruza le trajo para la cabecera del paciente una bellísima cruz muy elaborada, una joya de orfebrería. La intención era  excelente, pero Felipe  pidió  fuera cambiada por otra,  esta vez de madera cuya confección encomendó a un simple carpintero vecino de los bajos en la residencia,  por entonces, del artista. Y porqué no, la petición la hizo por medio de la poesía, su arma de batalla por excelencia; y así quedó: “Hazme una cruz sencilla carpintero...”, que a continuación reproduzco

                         “Hazme una cruz sencilla carpintero,
                           mas sencilla, mas sencilla, mas sencilla, 
                           sin barroquismos,
                           sin añadidos ni ornamentos,
                           que se vean desnudos los maderos,
                           desnudos y decididamente rectos.
                           Los brazos en abrazo hacia la tierra,
                           el astil disparándose a los cielos.
                           Que no haya un solo adorno
                             que distraiga este gesto,
                           este equilibrio humano
                           de los dos mandamientos.
                           Sencilla, sencilla, mas sencilla.
                           Hazme una cruz sencilla, carpintero.  

Las palabras huelgan ante tal lírica, el poema es impecable. Es una obra
perfecta, y de esas donde la simplicidad toma empinado vuelo. 
               
Quisiera en esta reseña en las alas de la poesía de Don Felipe, hacer un periplo añorado desde hace varios años. Su verdadera autora es mi abuela, quien ayudó a sembrar y hacer  crecer como solo las viejecitas saben hacer, la semilla de la inquietud en la tradición  religiosa  de antaño. Ella dejó para mi y para todos los que le conocieron el listón bien alto; y en ese su calidoscopio de hondas raíces me atrevo a tomar uno de sus muchos espectros de colores para dar vida a estas páginas:  La cruz, y con ella, las múltiples expresiones que con el devenir  de los tiempos se ha ido enriqueciendo el acerbo del pueblo cristiano.

                                          Los altares de Cruz


Una de las variopintas  historias con que se meció mi cuna, de esas cuyo deleite aun resuena en  zigzagueante armonía: los altares de Cruz. En  vísperas del 3 de mayo, a inicios del siglo XX,  fácil resultaba echar andar el proyecto de tal festividad en la Cuba de entonces en un medio donde la “españolicidad” y la cristiandad estaban a flor de piel. Era en honor a la Santa Cruz de Caravaca de la Reina; cuyo arraigo popular se manifestaba en la velada. El centro de la fiesta era un altar improvisado construido con  una amplia mesa como base, una  estructura en posición escalonada a manera de pirámide, luego cubierta por manteles y engalanada a su vez con flores, helechos y arecas. En la cima de tan improvisado montículo una cruz coronaba y encabezaba la celebración. Luego frutas, dulces  y golosinas se sumaron al decorado y a agasajo al paladar de los asistentes. Un padrino y madrina servían de anfitriones, puesto dado por razones de respeto a los de mayor edad. Por base musical  un gramófono y discos  del momento, el danzón por excelencia. 

   Las cruces y su historia:

La Cruz de Calatrava

Es una cruz emblemática de los gules (heráldica de color rojo en la antigua Francia). Se caracteriza por flores de lis en los extremos. Formas parte de los emblemas de La Orden de Calatrava, la Universidad de Santo Tomas en Bogotá, Colombia y del escudo de Buenos Aires, Argentina.  

La Cruz Celta


Su mayor distinción es la de un círculo rodeando la intercepción de los dos brazos. Es muy típica de Irlanda y del mundo celta. Se le conoce desde el siglo VII. A la forma circular se le ha dado distintas interpretaciones:  la de simbolizar al sol, a la luna, de ser coronas de flores o de hojas, utilizada para espantar al diablo o para garantizar  la estabilidad del objeto. Muy unida con la figura de San Patricio.

La cruz de los hugonotes



Es una cruz muy relacionada con los protestantes del sur de Francia conocidos como hugonotes, siendo en cierta manera una imitación de la cruz de la Orden del Espíritu Santo. Existe una leyenda atribuyendo su confección a un orfebre de Nime, llamado Maystre, hacia 1688. Es una cruz patada, es decir sus cuatro brazos tienen igual dimensión. Cada extremo se abotona doblemente, simbolizando las ocho bienaventuranzas y en las cuatro intercepciones hay una flor de lis, significando la trinidad y a su vez delineando cuatro corazones. En el extremo inferior cuelga una paloma representando el Espíritu Santo y a veces un colgante a su vez en forma de pequeña lámpara de aceite.   

La cruz patada



Es una cruz con iguales dimensiones en sus cuatro extremos, lo cual le identifica como patada, pero cuyos brazos se ensanchan al final. Asociada a los caballeros templarios cuando su color es rojo datándose desde 1147 y de los Caballeros teutónicos de color negra originarios de Prusia. Se usa en la actualidad en los mapas para la localización de de templos cristianos; en la escritura delante de los nombres del Obispo y aun en la actualidad en las regiones al noreste de Francia.

La cruz de Malta


Data desde 1120, cuando los frailes de la  Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén ya la usaban quizás a sugerencia del Beato Gerardo por ser símbolo de su  ciudad natal Amalfi. Es una cruz ensanchada en los extremos con los brazos hendidos por una escotadura y terminación en dos puntas, coincidiendo con el ocho de las bienaventuranzas, las ocho obligaciones de los caballeros y las ocho leguas del perímetro de naciones permitidos en la Orden hasta 1462. Se utilizó en la primera cruzada.