15 de diciembre de 2016

CANTAR PARA DIOS

 
Cantar para Dios
La Coral Cubana de Miami ha estado de aniversario por partida doble durante este año. Celebran los 60 años de su fundación original, como Coral Juvenil Cubana (1956-1962), y su refundación en 1962, en Miami.

Dirigida por Carmen Riera, surgió como coro de la Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana.

A la llegada del castrismo al poder, muchas de sus voces salieron al exilio y volvieron a reunirse en Estados Unidos, sumando voces nuevas. En Miami, donde contaron especialmente con el apoyo de Mons. Agustín Román, se convirtieron rápidamente en el coro de la Arquidiócesis.

Carmen Riera (1937-2011), una cubana nacida en Valencia, España, llegó a Cuba con cinco años. Aprendió la música con su madre, asistió al Conservatorio Peyrellada y recibió clases de Gonzalo Roig y de maestros corales alemanes. Enseñó música en el Colegio de las Dominicas Americanas desde sus 14 años. Su memoria es una gran inspiración para los miembros de la Coral, que destacan que su mérito radica no sólo en haber fundado el coro sino también en su labor para preservar la cultura cubana.

La Coral Cubana ha participado prácticamente en todos los actos solemnes sacramentales de la Arquidiócesis de Miami, comenzando por la Misa que ofrecieron los refugiados cubanos por la memoria del presidente Kennedy, oficiada por el Cardenal Richard James Cushing, en esa época Arzobispo de Boston.

Recuerdan especialmente la celebración del Bicentenario de Miami; la Misa por la muerte de los miembros de Hermanos al Rescate asesinados por Migs soviéticos de Cuba; la Misa en la iglesia Gesu por el descanso de Celia Cruz, y una oficiada por el Papa Juan Pablo II en Roma.

La Coral Cubana ha cantado en las iglesias de barrios humildes, en asilos de ancianos, cárceles, colegios y orfelinatos. Han participado en diversos programas radiales y televisivos y han grabado seis discos.

Ensayan una vez a la semana y no cobran por sus actuaciones ni perciben beneficio económico; son una organización cultural sin ánimo de lucro. Los ingresos que reciben en las pocas ocasiones en las que se cobra entrada para sus conciertos se destinan a obras de caridad y, en la actualidad, a una especial: para pagar al artista que esculpirá un busto de Carmen Riera, para el que el Condado de Miami ha concedido un espacio en el Dade County Auditorium.

Cantar en la Coral ha sido el ejercicio de un ministerio para sus miembros, que repiten palabras de Carmita: “Cantamos para Dios”.

Después de la muerte de su fundadora, Mons. Román le pidió al matrimonio Trujillo que no dejaran morir la obra de la Coral. Darleene toca el piano, su hija la flauta y Andrés Trujillo, su actual director, es un hombre asombroso que toca varios instrumentos y hace la proclamación de los salmos a capella.

“La Coral es una familia”, explica Andrés Trujillo. La forman unos 35 miembros. Entre sus integrantes hay personas de otras nacionalidades: Nicaragua, Puerto Rico, Santo Domingo, Venezuela, México, Perú, Honduras, Ecuador y Colombia.

Trujillo es como un niño travieso que disfruta de las actuaciones de la Coral de una manera muy peculiar. Con frecuencia, le auxilia la talentosa directora coral Greisel Domínguez porque, a la más mínima, Trujillo “echa mano del violín, del cencerro (¡nos parece que de todo lo que pueda sonar...!)  y le vemos todo el tiempo haciendo caras”.

El repertorio de la Coral Cubana incluye más de 200 piezas del arte vocal europeo, clásico polifónico, americano, cubano y arreglos afro. Y, aunque no es el coro de ninguna parroquia ni sus temas son exclusivamente religiosos, la coral tiene un amplio repertorio concebido para los dos momentos litúrgicos más importantes de la Iglesia: la Navidad y la Pascua de Resurrección.

http://www.miamiarch.org/CatholicDiocese.php?op=Article_cantar+para+dios_S

**** La Coral Cubana ofrecerá este domingo 18 de diciembre su tradicional Concierto de Navidad, en la iglesia St. Dominic, Miami, a las 3:00 PM. Entrada: $20.00

14 de diciembre de 2016

CARLOS III


Carlos III
Se conmemora este año el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III. Antes de cerrar el calendario de 2016, y aprovechando que hoy, precisamente, es aniversario de su muerte, recordamos a este rey de España que ha pasado a la historia como el máximo representante del “despotismo ilustrado” del siglo XVIII, mediante un resumen de su vida de un artículo aparecido en el blog

Carlos III fue el prototipo de numerosos liberales españoles que vivirían en los dos siglos posteriores. Capacitado por casi tres décadas de reinado en las Dos Sicilias e inteligentemente secundado por un núcleo de eficaces y cultos ministros afines al emociclopedismo francés, bajo su gobierno España pudo experimentar un breve pero intenso resurgimiento, definitivo en muchos aspectos. Sometiéndolo a un profundo reformismo, sentó las bases para que el país, hasta entonces en franca decadencia, se preparase para el inmediato advenimiento del capitalismo.

Durante su reinado España pudo mostrar por última vez, su poderío. No sólo por la vasta extensión de sus posesiones sino por el tono cultural y europeo que el monarca imprimió a sus iniciativas de renovación y, en general, a todos los actos de Estado.

Las casi tres décadas de gobierno del rey Carlos III están consideradas por la mayoría de historiadores y estudiosos del siglo XVIII español como un paréntesis abierto en medio del proceso de decadencia de la monarquía; y buena prueba de ello fue el rápido declinar de tanta prosperidad en cuanto la muerte lo alejó del trono. A pesar de sus errores, fue el perfecto representante del déspota benévolo, y, como monarca ilustrado y preclaro, comparable a sus gloriosos contemporáneos Federico el Grande y José II.

Como este último, también, fue sin duda un doctrinario que, influido por los enciclopedistas franceses y sin un conocimiento profundo de la idiosincrasia de su país, quiso implantar en varias ocasiones reformas, ajenas y difíciles de arraigar en las circunstancias españolas.  

El fruto de la ambición

Primogénito del matrimonio formado por Felipe V de Borbón, primer monarca de esta dinastía que ocupó el trono español, y de su segunda esposa, Isabel Farnesio, Carlos III nació el 20 de enero de 1716 en Madrid, en el antiguo alcázar de los Austrias. A pesar de los adjetivos «robusto» y «hermoso» con que la Gaceta madrileña anunció el suceso, frente a aquel nuevo vástago rubio y pálido, menudo y decididamente poco agraciado, nadie podía sospechar que brillaría con mayor fulgor que muchos de sus antepasados, contemporáneos y sucesores.

Nadie excepto la reina consagró obsesivamente todos sus esfuerzos a lograrlo. Los hijos de primer matrimonio del rey con María Luisa Gabriela de Saboya, Luis, príncipe de Asturias, y los infantes Felipe y Fernando, ostentaban un indiscutible derecho de preferencia en la herencia de la corona de España; no obstante, el empeño de Isabel Farnesio sobre todo, y de otro lado el azar, iban a modificar el futuro previsto. Con la ayuda del destino, su ambición y la inestimable colaboración de sus ministros, Isabel Farnesio vería cumplirse como por milagro cada uno de sus sueños logrando que su hijo Carlos fuera, a pesar de todos los augurios, Rey de España.  

En la primavera de 1738, Carlos contrajo enlace por poderes con la princesa María Amalia de Sajonia; pero la futura reina, pese a su evidente desarrollo físico, no había dado aún, a sus doce años, señales de pubertad, por lo que debieron esperar al año siguiente para consumar la unión.   Unidos ya, desde mediados de 1738, llegarían a concebir, durante las dos décadas que duró el matrimonio, trece hijos.

España esperaba el arribo desde Nápoles de los nuevos monarcas con sentimientos encontrados. Si al fondear en el puerto barcelonés fueron recibidos con salvas lanzadas desde Montjuïc, en Madrid se los acogió con cierto recelo. Desconfiaban de un rey que, a sus cuarenta y tres años, había pasado veintiocho en el extranjero.    

Carlos III estaba entonces en el apogeo de su vida. Poseía gran experiencia de los hombres y los asuntos de gobierno e iba a reinar aún veintinueve años. Nunca volvió a casarse y de sus dos amores confesados, la reina y la caza, dedico su viudez al que le quedaba.

Sólo hacia el fin de su vida se quebranto su salud, ya que fue un hombre sano, que pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre. Persuasivo antes que autoritario, inspiraba temor a sus ministros, pese a despertar admiración por el dominio de sí y por la gentileza que demostraba.

Su prolongada estancia napolitana le había dotado de un gran sentido del humor y una perspicacia muy de Italia. En España fue, con la posible excepción de su descendiente Alfonso XIII, el más cosmopolita de los Borbones. Pero de su país sabía poco, y lo iban a demostrar los acontecimientos.

Tuvo mano dura, sin embargo. Primero con sus ministros italianos, Grimaldi y Esquilache; más tarde, secundado por Floridablanca y el conde de Aranda, llevó una política interior y exterior activa y radical. Reprimió los amotinamientos y expulsó a los jesuitas cuando se opusieron a su decisión de convertir a la Iglesia en un mero departamento de Estado.

Contrarrestó asimismo la despoblación rural, reformó y unificó la moneda, fundó hospitales, asilos y casas de caridad por todo el país, cajas de ahorros e instituciones benéficas. Impulsó la industria y, contrario a las ideas neutralistas de su antecesor, reconstruyó e incrementó el ejército y la marina, interviniendo en cuanta contienda se librara en el extranjero que tuviese algún interés para España. Pero jamás vertió —como lo había hecho su padre por instigación de Isabel Farnesio— sangre española para fines dinásticos.

Uno de sus primeros actos fue tomar parte en la guerra de los Siete Años como aliado de Luis X. Éste fue un error, pues Inglaterra, gobernada por Pitt, no era ni mucho menos un contrincante fácil, y España se vio inmersa en sucesivos desastres, tanto en América como en Filipinas, debiendo ceder al final, por el Tratado de París de 1763, Florida a los ingleses.

Asimismo, su reorganización administrativa de la América hispana debilitó los lazos que la unían a la península y, como consecuencia del aumento del número de virreinatos, las poblaciones comenzaron a actuar unitariamente por su independencia. Si bien Carlos III murió antes de que estallara la tormenta, él fue quien sembró el germen de los movimientos de liberación.

También se le ha criticado la no recuperación de Gibraltar. Es posible que en 1783 tuviera la ocasión de obtener su devolución, pero para ello habría tenido que ceder en cambio importantes colonias en América. Si algo puede criticársele, fue el haber dado demasiada supremacía a la corona, que, al acaparar todos los poderes, se convirtió, por consiguiente, en la responsable también de todos los fracasos.

Carlos III murió el 14 de diciembre de 1788, afectado hondamente por el fallecimiento, ocurrido dos semanas antes, de su hijo predilecto, el infante Gabriel. Su sucesor, su hijo Carlos IV, llevaría el trono de España a la ruina.

http://historiaespana.es/biografia/carlos-iii-espana

La Avenida de Carlos III en La Habana


 
La Avenida de Carlos lll
en La Habana

Posted by Derubin Jacome in “Cuba en la memoria”

La Avenida de Carlos III, ubicada La Habana fue el paseo que el gobernador Miguel de Tacón puso en funcionamiento en el año 1836. Al crearla se le llamó “Paseo de Tacón”. Años más tarde se le llamó Carlos III en honor del rey de España y se le colocó una estatua del monarca. La Avenida de Carlos III comienza en la intersección con las calzadas Ayestarán y Presidente Menocal o Infanta. Continúa Infanta hacia el norte, a la derecha, haciendo cuchillo con la calle San Francisco que corre detrás del Edificio Manzanares.

La conocida con el monárquico nombre de Carlos III, con sus más de 50 metros de ancho contribuye como ninguna otra a descongestionar la circulación vial desde y hacia la zona más añeja de La Habana, sobre todo por sus cuatro carriles. Es la arteria citadina más ancha de Cuba.

El plan de embellecimiento de La Habana concedido por el ingeniero Mariano Carrillo de Albornoz por allá por la tercera década del siglo XIX, contemplaba la construcción de un buen paseo, cómodo y hermoso que sirviera para el esparcimiento de los vecinos de la ciudad, que iba extendiéndose cada vez más de sus originales límites ya enmarcados por el famoso cordón amurallado que la protegía de ataques extranjeros.

Al mismo tiempo dicho paseo debía propiciar una mejor comunicación con las tropas coloniales destacadas en el castillo del Príncipe, pues hasta ese entonces se hacía muy difícil llegar a esa instalación militar al tener que sortear un camino bajo y cenagoso que se hacía prácticamente intransitable en épocas de lluvias.

Posiblemente esa fue la razón por la que se le llamara “Paseo Militar”, aunque su nombre oficial fue el de “Miguel Tacón”, gobernador de la Isla entre 1834 y 1838 en cuyo mandato comenzó la construcción del paseo. Cuando cesó el gobierno de Tacón, todavía no se había concluido el Paseo y la obra continuó hasta terminarse en 1850, pero el monumento erigido al rey Carlos III, de España, a la entrada del Paseo, hizo que se le identificara con el nombre del monarca.

Sobre los motivos originales del Paseo, escribía el propio Tacón, que devino en algo así como el primer ecologista en Cuba: …“Carecía la capital de un paseo de campo, donde se pudiera respirar el aire puro y libre, y me resolvía a emprenderle desde el campo que llaman de Peñalver hasta la falda de la colina donde se halla el castillo del Príncipe.

“Quedó realizado el Paseo con arboleda, jardines, fuentes, cascadas y estanques que, sirviéndoles de adorno, hacen la atmósfera fresca y agradable y satisfacen a la concurrencia, que es siempre numerosa, particularmente en los días festivos.”

Constaba el “Paseo de Tacón” primitivo con tres calles y cuatro filas de árboles para dividirlas. Las dos calles laterales tenían bancos de piedra en sus intermedios, y la central, de triple ancho que las otras, se destinaba al tránsito de los carruajes. Embellecido además por además por cinco glorietas o rotondas, trazadas a distancias distintas y rodeadas de verjas y asientos circulares.

Las glorietas estaban adornadas con pinos de Nueva Holanda. La rotonda o glorieta más decorada era la primera, cerca de Belascoaín, que era la que iniciaba el Paseo. Ostentaba, a cada lado, dos pilares de piedra que sostenían sendos leones tallados en mármol y que miraban al Oriente. Exhibía también dos columnas dóricas, que es de lo poco que se conserva hoy en día.

En 1902, fecha de la instauración de la República tras la retirada de las tropas norteamericanas, el Ayuntamiento habanero cambió su nombre por el de “Avenida de la Independencia”, por el que nunca la llamó nadie. En 1936, el insigne historiador Emilio Roig consiguió del Alcalde de La Habana que se le restituyera su nombre de “Carlos III” pues nunca pegó entre los habaneros el patriótico nombre para su mayor avenida.

En 1955, para “modernizarla”, se le arrancó sin piedad su arbolado antiguo y frondoso. Muchas de sus estatuas y fuentes fueron suprimidas ese año. Las columnas que lo habían engalanado por siempre también fueron eliminadas, aunque al año siguiente fueron restituidas las que todavía se observan muy cerca del Gran Templo Masónico de la isla y que tienen que ver con la amplia simbología de la mundialmente conocida fraternidad.

Otro cambio de nombre sufriría en la década del 70, pero al igual que sucedió en 1936, nadie llama a esta vía por su nombre oficial de “Salvador Allende”. Para todos, sigue siendo, como siempre, Carlos III.

https://cubaenlamemoria.wordpress.com/2012/10/24/avenida-de-carlos-iii/

13 de diciembre de 2016

MIS 30 AÑOS CON FIDEL


Mis 30 años con Fidel

Alejandro Rodríguez Rodríguez

Este ha sido el año de Fidel en Cuba. Primero por su m,uy sonado 90 cumpleaños y segundo porque tres meses después se murió. Los locutores de la televisión deben estar que cierran los ojos de noche y sienten el eco de su nombre repicándoles el cráneo, y la gente, toda la gente, también.

Por eso yo iba a pasar del asunto, por respeto al derecho del internauta a leer cosas que no tengan que ver con Trump y con Fidel, pero entonces se hizo domingo y me aburrí.

Yo nací en 1986 y ya estaba muerta Ubre Blanca. La vida real en Cuba era mas jodida en la concreta que en los discursos de un Fidel Castro canoso.

En los 30 años que tengo siempre fue viejo Fidel; siempre pudo morirse “en cualquier momento” por causas bastantes naturales, de modo que no me sorprendió la noticia de su muerte, como no creo que haya sorprendido a nadie sobre la faz de la tierra.

En mi barrio nunca fue precisamente el héroe de los chistes populares y nadie se alegraba demasiado tras la inminencia de alguno de sus discursos las noches con 2 canales de televisión: las mujeres preferían aprovechar el alumbrón para ver el rostro del galán de la telenovela, y los hombres la película del sábado, por muy recontra malísima que estuviera.

Teóricamente había que odiarlo o amarlo, pero allí siempre fue posible sobrevivir ajeno a la dicotomía: la gente tenía la extraña costumbre de guardarle el cariño a sus hijos y el rencor al vecino enemigo que alguna vez le frustró la venta ilegal de croquetas de yuca mediante la polémica práctica del chivatazo cederista.

Durante los últimos 30 años, además, no recuerdo haber escuchado de la boca de Fidel ninguna noticia que me pareciera suficientemente alentadora, ni haber descubierto en su rostro la expresión con qué vibrar para siempre en sintonía. No a través de una imagen en colores.

Tampoco me sorprendió, tras su muerte, la reacción de quienes quedaron vivos.  

Cuando era niño, mi grupo de clases asistió a un acto fuera de la escuela y de regreso descansábamos en el portal de una casa en cuya puerta principal se leía: “Fidel, estamos contigo”. Niño al fin, se me ocurrió completar la rima con un “…lo juramos por el ombligo” o algo así, que no cayó muy bien a los adultos. Los dueños de la casa, por ejemplo, vociferaron que en su portal había que comportarse como un revolucionario; el maestro por su parte, vociferó que “¡Qué vergüenza de niño!”

Un niño que se divertía con la rima de una consigna  fidelista era un niño-vergüenza que nunca sería revolucionario en la Revolución de Fidel.

Desde entonces sé que para algunos cubanos los eventos naturales son motivo de exagerada reacción.

Así habrán trascendido los festejos de Miami y los funerales de la Carretera Central aunque en Miami celebraran mas personas de las que pueden declarar una sola razón para hacerlo y en la Carretera Central lloraran mas de las que en realidad van a extrañar a Fidel.

Yo, al saber de su muerte, no sentí alegría ni desconsuelo, ni angustia por el futuro, o esperanza en que una Cuba mejor se aproxima sin su apellido. Sentí lo mismo que seguramente hubiese sentido él al conocer la noticia de la mía. Así de justa fue nuestra relación.

Reproducido de su blog alejo3399