13 de marzo de 2010


Diatriba Habanera

Lic. Amelia M. Doval

Nací en la Habana, Cuba, una ciudad sitiada por la nostalgia, vestida de harapos, con la gran dignidad de la vieja aristocracia, dotada de esa cultura innata que deviene en orgullo, porque también los comunistas saben que la burguesía no es un status social, es un condicionamiento mental, una manera muy peculiar de vivir, decir y hacer. Mi Habana tiene un malecón que en las diestras manos de la ciudad pareciera un abanico dando acceso y convidando al mar para que se acerque pues siempre está invitándola a bailar entre sus brazos, olas infinitas y dulces a pesar de lo salado de sus aguas.

Mi vieja ciudad contribuye a la riqueza universal porque esconde la historia de siglos anteriores, se maquilla a gusto de quienes tratan de venderla como dama libertina, ella se niega y sacude su ropaje para dejar en el ambiente ese olor a abandono con perfume caro, orine de borracho y pintura barata. Mi Habana huele a llanto, nostalgia, churre y tristeza. Es una dama medio loca que lava su cara para no ser reconocida, pues aun en su semiinconsciencia enamora a quienes la visitan.

Rodeada de plazas militares y castillos que custodian su virginal atadura a los recuerdos, intenta mantener erecta su figura a cualquier precio, sustentada sobre columnas mordidas por el tiempo, devastadas por la guerra de la imprudencia y el olvido. Dividida entre los hipnóticos y absurdos seguidores de una política arruinada desde su nacimiento, los incapaces de pensar y quienes piensan pero no tienen opción, se siente imposibilitada de actuar con el libre albedrío de los que meditan, rezan y creen. Ella se define como católica aunque mercadea como turista entre santos, cantos y ceremonias afro.

Mi ciudad coquetea sin recato, es imprudente y vanidosa, ostenta la osadía de sus libertinos habitantes que reniegan de su condicionamiento mental porque están cansados de ser la capital del desmemoriado; por sus venas, que corren de extremo a extremo uniendo los viscerales repartos, se puede oler el desenfreno del sexo que se apodera de la sangre de los que viven bajo el sol bañado de sal que es condimento esencial de la coquetería y el desenfreno de no tener fronteras aparentes, porque en realidad son más fuertes estos muros mentales.

Mi Habana es antropófaga y autodestructiva, es pecadora, avasalladora, abruma su tumulto de habitantes que buscan lo que no encuentran pues caminan sin destino aparente; mas a pesar de las críticas, los odios reprimidos y sueltos la llevo prendida del alma, no me puedo librar de ella, cierro los ojos y me siento a mirar sus calles. Siento su olor inconfundible y barato, su sabor a muelle, a playa, gasolina casera. Leña citadina, sabor a té, galletas inteligentes que provocan el intelecto y la discusión.

La imagino artística, danzante, amante del cine, el teatro, el ballet, la pelota, el dominó, aspirando su olor a sudor callejero, a playa, arena, escuchando su sonido de guitarra, piano, lata de galleta volteada, alumbrada con “quinqué”, vela y oscuridad, con sabor a hambre, frijoles y comida sufrida, vestida del sacrificio de la separación, de negocios culposos. Despreocupada, ansiosa, vengativa, desesperada, lluviosa, soledad, calurosa. Pienso en mi habana y recuerdo su barrio chino, sus solares infranqueables, sus ciudadelas sin policias, refugio de delincuentes. Fiestas de dudosa procedencia, negocios que se llaman “bisnes” y transacciones que se basan en la bolsa negra y no de valores. Mi Habana, con la mayúscula autonomía de autodestruirse como única prueba de su rebeldía constante, en algún momento, quizás el día no esperado vuelvas a ser la señorial amante de esposo concedido bajo el signo de la total aprobación y la purificadora democracia.

Lic.Amelia M.Doval
3-11-2010
Foto: Google
Justificar a ambos lados_____________________________

1 comentario:

  1. Anónimo2/10/2013

    Como nadie, Amelia ha sabido describir a LA HABANA como esa capital cautivadora y otrora una de las capitales mas bellas del mundo, iluminada, bullangera y alegre, musical y deliciosa; hoy menesterosa, llena de ruinas, y oscura, donde de noche por sus calles llenas de baches, pululan las jineteras, pobres mujeres que venden su joven cuerpo por un jean o un par de zapatos, o tal vez por un plato de comida que poner en la mesa familiar. Eso es lo que han hecho los Castro de La Habana, mi querida ciudad donde nací.
    Martha Pardiño

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