9 de julio de 2011

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El búcaro de Las Meninas

A mediados del s. XIX, el director del Museo de Prado, el pintor Federico Madrazo, denominó a la obra de Diego de Velázquez titulada “Retrato de familia”, como “Las Meninas”, nombre por el que hoy conocemos una de las obras cumbres de la pintura universal.

Menina es una palabra de origen portugués para designar las damas jóvenes que solían acompañar a las infantas, y portugués será con seguridad el barro del que está hecho el búcaro que la "menina", doña María Agustina Sarmiento ofrece, sobre una bandeja de plata, a la Infanta Margarita, en aquel momento de cinco años de edad, y que el pintor sevillano refleja extraordinariamente.

¿Por qué un objeto tan humilde, como es un pequeño recipiente de barro, se encuentra en una cámara real y es, si nos fijamos bien, casi centro de atención de la pintura? 

En primer lugar hay que decir que primitivamente un búcaro, palabra de origen latino (butticula = tonelito), es un recipiente que, como norma, posee una boca y cuello angosto y un vientre abombado, realizado en un material muy fino y poroso, con una tierra roja arcillosa de olor característico que, en principio, se importaba de Portugal. […]

Pero volvamos al cuadro de Velázquez. La imagen de la pintura parece "congelarse" en el momento en el que la Infanta Margarita, con gesto rutinario, alarga su mano para coger el pequeño búcaro de barro que le ofrece doña María Agustina Sarmiento. Velázquez muestra de esta manera una de las costumbres más curiosas entre las damas del Siglo de Oro español: la búcarofagia.

En aquella época se consideraba la blancura de la piel femenina como algo especialmente seductor. Un sistema para adquirir ese color de piel, era masticar y comer los recipientes de barro, lo que producía una forma de clorosis o anemia que se denominaba “opilación” (obstrucción), y que bloqueaba, entre otros, los conductos biliares. A veces, el color blanco perseguido, se trasformaba en un amarillento enfermizo, o en otros tintes extraños, seguramente porque los búcaros eran de arcilla muy roja o poseían engobes coloreados.

Aparte del efecto cosmético citado, hay quien mantiene que comer barro producía efectos narcóticos y alucinógenos, pero, también, la obstrucción u opilación intestinal hacia disminuir o desaparecer el flujo menstrual, por lo que la ingesta de barro se convertía en un anticonceptivo, dando lugar a que la Iglesia de la época lanzara sus más furiosas diatribas y sermones contra las mujeres que tenían esa costumbre, llegando a imponer los confesores como penitencia, quedarse varios días sin probar el barro. 

La obstrucción intestinal se combatía con purgantes y aguas ferruginosas. Era famosa en Madrid, la “Fuente del Acero”, al otro lado del Puente de Segovia, cuya agua había que beber y "pasearla", lo que se denominaba “pasear el acero”, que resultaba una buena excusa para los encuentros entre enamorados. Una de las comedias de Lope de Vega, El acero de Madrid, versa precisamente sobre el asunto; una de las estrofas de la obra no deja duda sobre el asunto:

"Niña de color quebrado,
o tienes amores
o comes barro."

El búcaro de la Infanta Margarita es, sin duda, la dosis que normalmente se prescribía: “un búcaro al día”. Después de beber su contenido de agua fresca, la Infanta lo mordería y masticaría en pequeños trozos como deliciosa golosina.

Está claro que por su edad no lo utilizaría como anticonceptivo, pero es conocido que la Infanta sufría de una pubertad precoz, posiblemente padecía el síndrome de Albright, que provoca una muerte temprana (murió con veintidós años). Este síndrome se caracteriza por tumor tiroideo, bocio, talla corta y unas hemorragias menstruales anormales, que haría de la ingesta de barro, uno de los remedios para obstruir u opilar los conductos sangrantes.

Pero no hay que descartar la utilización del barro por la Infanta Margarita como uso cosmético con el fin de lograr una piel más blanca, e igualmente, como “golosina viciosa”, como la define el diccionario clásico de Covarrubias a propósito de la definición de búcaro, y como bien remarca un entremés anónimo del s. XVIII titulado Los gustos de las mujeres, en el que una dama confiesa:

“Yo señor, gusto del barro
que me agrada ver que suena mascadito,
poco a poco, en los dientes y en las muelas.”

Recogido de http://www.fonsado.com

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