21 de febrero de 2016

¿Qué pasó la única vez que un presidente norteamericano visitara la Isla?

 
¿Qué pasó la única vez
que un presidente norteamericano
visitara la Isla?
 
John Calvin Coolidge y su esposa con Gerardo Machado,
La Habana, enero de 1928. (AP)

Hace 87 años el presidente de los Estados Unidos de América John Calvin Coolidge Jr. se subió en Cayo Hueso al acorazado USS Texas y tras una noche de navegación tranquila entró en la bahía de La Habana para convertirse en el primer mandatario del país vecino (y único hasta el día de hoy) en visitar la Isla en plenitud de sus funciones. 

Trigésimo presidente de Estados Unidos, Coolidge gobernó el país entre 1923 y 1929. Viajó a Cuba en enero de 1928 para participar en la VI Conferencia Internacional de Estados Americanos, que se celebraba en La Habana el día 16. Se trasladó con su esposa, en el que fue su único viaje al extranjero durante su mandato, y tuvo un encuentro con el entonces presidente de la Isla, Gerardo Machado. 

A raíz del anuncio del presidente Obama de su intención de visitar Cuba en los próximos días, los medios norteamericanos han rememorado aquella visita de 1928 cuya huella en las crónicas de la época explora un artículo publicado por la Calvin Coolidge Presidential Foundation

Cita el artículo al biógrafo de Coolidge, quien afirma que este desembarcó en la Capitanía del Puerto, situada a solo unos cientos de yardas  del lugar donde tres décadas antes explotara y se hundiera el Maine para dar fin al imperio español y al comienzo a la consolidación de la joven potencia norteña. 

 Acorazado USS Texas entrando a La Habana, con el presidente Coolidge a bordo, en enero de 1928. (LIBRARY OF CONGRESS)

Los cronistas norteamericanos de la época cuentan que aquel enero de 1928 "los cubanos se agolparon en la bahía de La Habana para ofrecer la más grande acogida que hasta ese momento habían dedicado a un líder extranjero. Miles se encaramaron en el Castillo del Morro y en las azoteas de los edificios, alargando sus cuellos para echar un vistazo al acorazado USS Texas entrando en el puerto. Cada balcón cercano a la bahía se encontraba repleto de familias que vitoreaban. Sobre las cabezas de todos, seis aeroplanos del Ejército Cubano giraban para proteger al Texas y su largo convoy, formado por tres destructores y el crucero Memphis. Los silbatos sonaron; el Texas disparó un saludo con su artillería de dieciséis libras que fue correspondido por los cañones de La Cabaña". 

El reportero del Saturday Evening Post, Beverly Smith, al recordar el viaje en un artículo de 1958 titulado "To Cuba With Cal", describía el recibimiento: "La multitud era enorme y entusiasta. Aclamaban hasta quedarse roncos al presidente Coolidge. Se amontonaban junto a su auto, lanzando besos y flores". 

Esta cordialidad expansiva del carácter nacional, la cual sería cultivada con fervor en años posteriores "impresionó visiblemente a Cal, no acostumbrado a tal muestra de efusión latina, haciéndolo mostrarse más animado de lo normal. Saludaba con reverencias, sonreía, se quitaba su sombrero de seda". 

Hay que tener en cuenta que Coolidge era famoso por su carácter áspero. "Amamantado en vinagre" decían de él. Un escritor, político y editor de la época, William Allen White, lo describió como "un hombrecito menudo y distante, que graznaba por la nariz cuando hablaba… no palmeaba el hombro de nadie, no estrechaba la mano a nadie". 

Sin embargo, Coolidge sonreía cuando fue recibido por el general Gerardo Machado en el Palacio Presidencial junto a una comitiva que incluía al secretario de Estado Frank Kellogg; el antecesor de este en el cargo, Charles Evans Hughes; el embajador, Dwight Morrow; el famoso periodista, H.L. Mencken y el no menos famoso humorista Will Rogers quien en una de sus sátiras resumiría la presidencia del ilustre visitante: "No hizo nada", —se refería a su política de laissez-faire gubernamental—, "pero eso es lo que la gente quería que se hiciera". 

El encuentro fue recogido por la prensa de la época, que nos ha dejado las imágenes de los dos presidentes con sus esposas, posando en la finca de Machado, donde fueron agasajados los visitantes. 

Como en Estados Unidos regía la Ley Seca, el reportero Smith estuvo atento a si Coolidge aceptaría alcohol, que era ofrecido por un camarero "en una gran bandeja llena de delicadas copas de  cocktail, espumeando hasta el borde con daiquirí —ron, jugo de lima fresca y azúcar, bien batido". El mandatario norteamericano salvó la situación dando la espalda a la bandeja mientras se le acercaba, con la excusa de señalarle a Machado las bellezas de la vegetación tropical.

'Diplomacia de control'

Pero más allá de estas actividades protocolares, el presidente estadounidense no estaba en Cuba solo para una visita de buena voluntad. Su principal objetivo era la inauguración en La Habana de la VI Conferencia Internacional de Estados Americanos, precursora de lo que hoy es la Organización de los Estados Americanos (OEA). 

Esta cita celebrada en Cuba tenía una importancia especial para todas las partes implicadas porque se convocó en un momento difícil para las relaciones de Estados Unidos con el resto del continente. Después de un período donde las intervenciones militares norteamericanas se habían sucedido a través de la geografía del hemisferio —días antes una nutrida fuerza de marines había sido enviada a Nicaragua—, muchas naciones del sur comenzaban a alzar su voz contra estas políticas.

La delegación norteamericana necesitaba imponer su "diplomacia de control" para sofocar este descontento liderado por Argentina y probablemente utilizó la asistencia del mismo presidente como un mensaje de la importancia que le otorgaban en Washington a las relaciones regionales. 

Según alguna historiografía norteamericana, el discurso que pronunció Coolidge en La Habana lo hace un precursor de la política del Buen Vecino que presentaría su sucesor Franklin D. Roosevelt en la siguiente Conferencia Panamericana realizada en 1933 en Montevideo, Uruguay, y que moderaba la intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de otros países de la región sustituyendo así a la Doctrina Monroe. 

Para otra corriente de historiadores, en cambio, la Conferencia de La Habana no fue más que una forma de utilizar a sus más complacientes aliados, entre los que destacaría Machado, para legitimar por consenso las acciones de dominio norteamericanas. Se afirma que en el viaje que hizo antes el presidente cubano a Estados Unidos, una de las garantías ofrecidas por él consistía en evitar a toda costa algún planteamiento o denuncia en relación a la Enmienda Platt, así como la de ofrecer su apoyo a la posición norteamericana. 

Coolidge no compareció ante la prensa en La Habana y las únicas palabras que quedan de su visita son las de su discurso en la Conferencia en el cual exhortaba a las naciones del Hemisferio Occidental a abrazar los principios de paz, libertad y democracia. El tiempo ha llegado, dijo, "de convertir nuestras espadas en arados". También enfatizó la igualdad existente entre las repúblicas independientes de las Américas: "El más pequeño y el más débil hablan aquí con la misma autoridad que el más grande y el más fuerte".

Respecto a Cuba, el presidente norteamericano dijo: "Treinta años atrás Cuba clasificaba como una posesión extranjera… Hoy Cuba es su propia soberana. Su pueblo independiente, libre, próspero y pacífico, disfruta de las ventajas de la autodeterminación… Lo que Cuba ha hecho, otros lo han hecho y lo están haciendo… Entre nuestras repúblicas… el pueblo se ha hecho cargo de sus propios asuntos… una actitud de paz y buena voluntad prevalece entre nuestras naciones". 

Al comentar su visita ante la prensa de su país después de su regreso, Coolidge resumió sus impresiones: "Naturalmente, nuestro Gobierno está encantado con mi recepción en La Habana. Una de las más placenteras oportunidades que se me ofreció allá fue viajar a la finca del presidente, lo cual me dio la oportunidad de recorrer un buen número de millas por territorio cubano donde tuve la oportunidad de observar a la gente y ver algo del progreso que están consiguiendo. En el momento de marcharme me pareció que la conferencia se encontraba en la posición de realizar un trabajo excelente". 

Después del discurso, el presidente norteamericano volvió a su país y dejó a sus eficaces delegados en la Conferencia para hacer el resto del trabajo. Estos tuvieron éxito en contener las críticas a las intervenciones militares y el proteccionismo económico, evitando que pasaran al documento de la declaración final.

En lugar de regresar en el acorazado USS Texas, Cal embarcó en el más rápido crucero USS Memphis que lo dejó al otro día, mareado, en Cayo Hueso. Cuando llegó a Washington se enteró que el Ayuntamiento de La Habana había votado que el nombre de la calle 17 se cambiara por el de Calle Presidente Coolidge.

Diario De Cuba.
Remitido por Blanca dePriest.

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