El Capitolio
Nacional de Cuba
El Capitolio, del latín Capitolium, era una de
las Siete Colinas de Roma. El Capitolinus Mons (Monte Capitolino) era la
ubicación del centro religioso y político establecido durante la antigua
república romana. Actualmente se le conoce con el nombre en italiano
“Campidoglio” y la plaza que lo forma fue diseñada por Miguel Ángel. Constituye
hoy la sede del gobierno de la ciudad.
El Capitolio Nacional de La Habana es un
magnífico edificio construido en 1929 bajo la dirección del arquitecto Eugenio
Raynieri Piedra, destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del
Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Como muchos otros
capitolios, sedes de los gobiernos de diversos países del mundo y con igual
nombre, la inspiración de su estructura y su estilo neoclásico se basan mayormente
en el capitolio de los Estados Unidos, inaugurado en 1800.
El
origen de esta zona de la ciudad se remonta a finales del siglo XVIII, y está
estrechamente vinculado a la construcción de la nueva Alameda de Extramuros, propiciada por los
nuevos espacios obtenidos de la demolición de las murallas a partir de 1863. Se
trataba de un espacio abierto, con una rotonda arbolada en cuyo centro se
encontraba colocada la estatua de Isabel II, que constituyó el antecedente del
actual Parque Central de La Habana.
En
su entorno se organizaron áreas verdes y parques y fueron emplazados
establecimientos de servicios, hoteles y teatros que hicieron de la zona
(engarce entre la antigua ciudad intramuros y el desarrollo que se efectuó en
el exterior), el centro recreacional más importante de la Capital.
La
historia particular de los terrenos hoy ocupados
por el Capitolio de La Habana comienza cuando el lugar, ocupado por una ciénaga,
fue dragado
a principios del siglo XIX para su aprovechamiento urbano. El terreno estaba ocupado por un vertedero de basura ubicado junto a la muralla
de tierra, y se instaló allí un jardín botánico, el primero en la historia de
la ciudad, fundado el 30 de mayo de 1817. Bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1834
este Jartín Botánico se trasladó a los terrenos de los Molinos del Rey,
actual Quinta de los Molinos, situados en las faldas
de la loma de Aróstegui, donde está emplazado el Castillo el Príncie.
En este mismo año
comenzó en el mismo emplazamiento la construcción de una estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines.
Se le dio el nombre de Estación de Villanueva, llamada así en memoria de
Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, Intendente General de
Haciendas y primer presidente del Consejo Directivo del Ferrocarril. En 1817 se inauguró el primer tramo a Bejucal y un año después llegó a Güines. En 1839
se concluyó dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte y en 1840 la línea ferroviaria
alcanzaba ya la localidad de Cárdenas.
En 1910 se produjo un cambio
de los terrenos ocupados por la Estación de Villanueva, que con los años se quedó
insuficiente y desubicada. Después de
innumerables avatares, de inicios y paralizaciones que abarcaron un prolongado
periodo de casi quince años, el lugar se había convertido en un gran caos en el
que convivían los restos del edificio abandonado, con las estructuras de un
parque de diversiones.
En el año 1925
el General Gerardo Machado Morales asumió su primer período presidencial con la
idea de celebrar en La Habana en 1928 la Sexta Conferencia Internacional
Panamericana en un edificio adecuado.
Carlos Miguel
de Céspedes, su secretario de Obras Públicas, encargó a la firma de arquitectos
Govantes y Cabarrocas el estudio del nuevo proyecto del Capitolio a partir de
unas bases ya sentadas, introduciendo las modificaciones que fueran necesarias.
Se creó una
comisión a tal efecto a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en
la que participaron también los miembros del equipo francés que se encontraba
en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano.
Dicho equipo se encontraba dirigido por el urbanista y paisajista Jean-Claude
Nicolas Forestier, que participó también en los estudios del proyecto del
Capitolio. Forestier aportó un conjunto de nuevas soluciones, en las que se
hallan muchos de los elementos exteriores que hoy apreciamos en el edificio,
como la gran escalinata y las logias laterales de la fachada principal.
La dirección
del proyecto fue llevada a cabo por arquitectos cubanos: Raúl Otero fue
designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de
planos y los detalles del proyecto, y Eugenio Raynieri fue nombrado Director
técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto y asumiría más tarde también
la parte artística del trabajo hasta su culminación.
El arquitecto
José M. Bens también introdujo modificaciones muy importantes, como la
proyección exterior de los cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda
línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La compañía
norteamericana Pudrí & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción
del edificio.
Al proyecto
del capitolio cubano resulta imposible asignarle una autoría exclusiva
porque fue una obra que ya desde el principio fue recibiendo a través de
estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño cuya materialización dio
lugar a la expresión y la imagen final del edificio.
Con el
propósito de realizar un proyecto de organización urbana de la ciudad de La
Habana, Gerardo Machado contrató los servicios del destacado arquitecto,
urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, quien había
realizado importantes trabajos anteriores en España, Marruecos y Portugal.
Además de sus realizaciones en La Habana, entre 1925 y 1929 intervino en
compañía de sus colaboradores más cercanos, Louis Heitzler y Théodore Leveau,
para aportar sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto
del Capitolio y sobre todo en lo referente a los parques y jardines del entorno,
que servían de marco paisajístico para el conjunto.
El plan para
remodelar La Habana contaba como motivo principal el edificio del Capitolio,
que albergaría las sedes del Poder legislativo, la Cámara de Representantes y
el Senado de la República. Forestier, en su propuesta, respetó básicamente la
estructura existente de la ciudad colonial. La remodelación empezó con los
parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos
terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la
franja del Paseo del Prado, el conjunto de parques de la plaza del Palacio
Presidencial y los de la Avenida del Puerto.
El proyecto
para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos
floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes
fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías
que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo
integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, empleaban una composición
con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan las
direcciones o destacan puntos o áreas determinadas.
Estatua de Mefistófeles en un jardín interior |
El estudio de
la vegetación, desarrollado a partir del dominio y el conocimiento del
paisajismo y la jardinería que Forestier tenía, se dirigió a enmarcar la
monumentalidad del edificio, compaginando la arquitectura del capitolio con
especies como lantanas moradas, calas rojas y amarillas, embelesos, y un
conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como
culminación del tratamiento, un elemento típico de la vegetación tropical y
símbolo de la nacionalidad cubana. La influencia de las aportaciones de Forestier
resultó un importante legado que marcó el posterior desarrollo urbanístico de
la ciudad de La Habana. Una estatua extraña y poco acostumbrada se erigió a Mefistófeles en uno de los jardines interiores.
La
construcción ocupó un área total de 43,418 m², de los cuales 13,484
corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de
26,391 m². El resto, 3,543 m², se dedicaron a la ampliación de las calles y su
entorno.
El gran
edificio se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la
compañía norteamericana Pudrí & Henderson, que ya había ejecutado con
anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital. La
longitud total de la construcción fue de 207,44 m, y su composición
arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central
compuesto por la escalinata monumental, de casi 36 m de ancho por 28 m de largo
y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos intermedios.
A ambos lados
de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce por
el artista italiano Angelo Zanelli: La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo,
de 6.50 m de altura cada uno. En la ejecución final se invirtieron, cinco
millones de ladrillos, 38,000 m³ de arena y 65,000 m³ de piedras, 150,000
bolsas de cemento, 3,500 toneladas de acero, 2,000 de cabillas y 3,500,000 pies
de madera. Trabajaron más de 8,000 obreros especializados.
El pórtico
central, de 36 m de ancho y 16 de alto, es sostenido por doce columnas jónicas
de granito. En este espacio se encuentran las tres puertas de los accesos
principales al edificio, con 7.70 metros de alto y 2.35 de ancho, así como un
conjunto de bajorrelieves de mármol realizados por el mismo artista italiano.
La cúpula, de
una altura de 92 m, fue en su momento la quinta más alta del mundo con un
diámetro de 32 m. Tiene 16 nervios entre los que destacan los paneles recubiertos
con láminas de oro de 22 quilates. La cúpula culmina con una linterna con 10
columnas jónicas en cuyo interior había hasta 1959 cinco reflectores giratorios
que fueron retirados.
En el interior de este espacio se materializa el
simbolismo arquitectónico en la imponente escultura de La República, situada
bajo el domo, obra también de Zanelli, hecha en bronce, con 15 m de altura y 30
T de peso, que en su momento fue también la segunda más grande del mundo bajo
techo.
Este espacio
constituye el nudo de articulación del gran Salón de los Pasos Perdidos, el más
monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con
casi 50 m de largo, 14.5 de ancho y casi 20 m de puntal; y que sirve de vínculo
con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajas, y en
los que predomina la horizontalidad con respecto al bloque central.
La gran
escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas
secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó
piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores.
Resulta
notable la variedad y riqueza de los materiales empleados en esta construcción,
como las 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo
empleados en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los
herrajes de bronce de puertas y ventanas, las lámparas, apliqués, candelabros, pinturas
murales que decoran los hemiciclos, las decoraciones y molduras de fina
ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estuco. También
son destacables las maderas preciosas, particularmente la caoba, empleadas en
la ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de
talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y
lucernarios de vidrio emplomado.
En la parte
baja de la escalinata principal del edificio se encuentra la “Tumba del Mambí
Desconocido”. Está situada debajo y a ambos lados de ésta es posible apreciar
dos arcos que conducen a un pasadizo cubierto donde se encuentran las entradas
a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce
que representan cada una las seis provincias de la república.
Pero no sólo
la arquitectura es importante en el Capitolio. Los elementos decorativos y la ambientación
de sus espacios constituyen un complemento destacado de las soluciones
arquitectónicas del edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd.
radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en
interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación
general del proyecto, y constituye uno de los aspectos más destacados de su
interiorismo.
De modo
particular se encargó a diferentes empresas el diseño y elaboración de
elementos, como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de
Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París
tuvieron a su cargo la lamparería; las casas Fratelli Remuzzi de Italia y
Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y ónix,
y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de
caracol y faroles de los jardines fueron ejecutados por los señores Guabeca y
Ucelay cuyo taller se localizaba en Luyanó.
Además de esto
debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas
consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y
mármol que se encuentran incorporados en las fachadas del edificio y en algunos
espacios interiores, realizados por notables artistas nacionales entre los que
se encuentran Juan José Sicre, Alberto Sabas y Esteban Betancourt, e
internacionales, como Drouker, Remuzzi, Casaubon, Fidele, Lozano y Struyf etc,
etc…. Algo similar ocurre con las tallas de las grandes puertas monumentales
que incorporan conjuntos y escenas diversas, y con las tribunas, estrados y
mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado.
También es
destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos
ambientes particulares que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach,
Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros. Tapizados,
cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce
formaban parte de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el
gusto y el momento en que fue concebido el edificio.
Paralelamente,
se concibió otro ambicioso proyecto que superaba el ámbito de La Habana, que
fue la construcción de una red de carreteras nacionales, cuyo kilómetro cero
estaría marcado simbólicamente por un refulgente diamante de 25 quilates
colocado bajo la cúpula del Capitolio. El diamante perteneció al último zar de
Rusia, Nicolás II, y había llegado a La Habana a manos de un joyero turco llamado Stephano que lo había adquirido en París. Se decía que tenía facultades curativas y poderes mágicos. El joyero había pasado apuros económicos y se desesperó, no sólo porque necesitaba dinero sino porque decía que el diamante atraía la mala suerte: «El Zar que lo poseía había sido derribado del poder y asesinado con toda su familia. La duquesa a quien se lo compró en París murió inesperadamente diez días después; el ruso que le sirvió de intermediario fue herido en un cabaret, quedando ciego; el propio Stéfano, desde que lo tenía en su poder fracasaba en cuanto intentaba»... Por fin Stéfano pudo vender la gema. El Estado cubano lo compró en 12,000 pesos, y a partir de la inauguración del Capitolio, estuvo allí, siempre custodiado.
Rusia, Nicolás II, y había llegado a La Habana a manos de un joyero turco llamado Stephano que lo había adquirido en París. Se decía que tenía facultades curativas y poderes mágicos. El joyero había pasado apuros económicos y se desesperó, no sólo porque necesitaba dinero sino porque decía que el diamante atraía la mala suerte: «El Zar que lo poseía había sido derribado del poder y asesinado con toda su familia. La duquesa a quien se lo compró en París murió inesperadamente diez días después; el ruso que le sirvió de intermediario fue herido en un cabaret, quedando ciego; el propio Stéfano, desde que lo tenía en su poder fracasaba en cuanto intentaba»... Por fin Stéfano pudo vender la gema. El Estado cubano lo compró en 12,000 pesos, y a partir de la inauguración del Capitolio, estuvo allí, siempre custodiado.
A pesar de
estar protegido por un sólido cristal tallado y considerado irrompible, el
diamante fue robado el 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año
siguiente. Nunca se supo
quien lo robó aunque los rumores populares señalaban a un teniente
de la policía especial del Ministerio de Educación.
Teorías muy
fundadas insisten en la autoría por ese policía de sobrenombre “El mosquito”
que estando preso por un hecho de sangre le confesó a su compañero de prisión
que él había sido el autor del robo del diamante.”El mosquito” pudo realizar el
robo porque esa noche había sido clausurada una exposición de arte auspiciada
por el Ministerio de Educación, la cual estaba instalada en el Salón de los
Pasos Perdidos, y que ese individuo, precisamente por su condición de policía
de ese ministerio, participaba del cuidado de la exposición, y seguramente
se quedó escondido dentro del Capitolio. Los técnicos del Gabinete Nacional de
Investigación encontraron en el lugar un pedazo de papel periódico
ensangrentado, pero ni una sola huella dactilar.
Dos cosas
pudieron favorecer que ese hombre realizara el robo: Una, que el cristal que
protegía al diamante estaba quebrado, ya que otro policía, con el fin de
demostrarles a unos turistas que el cristal era irrompible, le dio un fuerte
golpe con el tacón del zapato, quebrándolo. La otra es que existía la leyenda
de que el fantasma de Clemente Vázquez Bello, muerto en un atentado unos años
antes, se paseaba por el Salón de los Pasos Perdidos y los guardias nocturnos
del Capitolio evitaban ir por esa zona y vigilarla.
El diamante tenía
un precio superior a los 25.000 pesos, una cantidad muy alta para la época, lo
que dificultaba encontrar un comprador además del riesgo de venderlo, de forma
que el ministro de Educación corrió la voz entre los bajos fondos de que
pagaría 5,000 pesos por el diamante y no se tomarían represalias contra el
ladrón. De esa forma el ministro recuperó el diamante. Cierta o no la historia,
lo que si resultó noticia bien divulgada
por prensa y radio, fue que el 2 de junio del año siguiente el diamante del
capitolio apareció en una gaveta del escritorio del Presidente de la República,
por entonces el Dr. Ramón Grau San Martín.
En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó el original en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba. No se ha permitido nunca a ningún periodista desde entonces tener una prueba gráfica de la real situación del famoso diamante.
El Capitolio fue inaugurado el 20 de mayo de 1929, Día de la Independencia, con
un costo total de casi diecisiete millones de pesos, lo que equivalía a la
misma cantidad de dólares de la época.
El
Capitolio de La Habana ocupa su lugar en la historia como sede de la Asamblea
Constituyente que promulgó la famosa Constitución de 1940. Más tarde, en 1959,
el nuevo gobierno revolucionario lo transformó en la sede de la Academia de
Ciencias y del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
Con el paso de
los años los jardines exteriores han sufrido cierto deterioro pero la
estructura arquitectónica, debido a su sólida y resistente construcción, se
mantiene en un buen estado de conservación, habiendo sido sometida en los
últimos años a varios procesos de restauración para preservar su apariencia
original.
Una parte fundamental de los datos e información
de esta entrada ha sido tomada de la Red especialmente de Wikipedia,
Enciclopedia Libre y reproducida por Almejeiras (Vigo) en su blog “La pluma del
tocororo”.
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