29 de noviembre de 2012

ASTURIAS, PATRIA QUERIDA, GÉNESIS Y METAMORFOSIS DE UN HIMNO



Asturias, Patria querida,
Génesis y metamorfosis de un himno

Por: Nicolás Aguila

Cuentan que cuando Juan Pablo II visitó Asturias en el año 1986, lo recibieron como era de rigor con los acordes del himno asturiano. Y el Papa, que además de ser polaco las cazaba al vuelo, les dijo con cierta picardía a los altos cargos presentes en el acto: "Esa música… a mí me suena". Y cómo no le iba a sonar si era una melodía de su propio país, trasplantada a Asturias tiempos atrás por mineros polacos que se habían asentado en esa región al norte de España.

Para algunos era casi un escándalo constatar que la música del himno no fuera originariamente asturiana —más aún, ni siquiera española en general—, sino que había sido importada de Polonia como los pepinillos encurtidos. ¿Quedaba entonces el consuelo de la letra, al parecer tan auténticamente asturiana como la fabada misma? Eso era lo que se creía hasta que los investigadores se pusieron a examinar con lupa el texto de la canción devenida en himno y hallaron que todas las pistas apuntaban a una inevitable conexión cubana. La letra, si se juzgaba por su origen, era tan dudosamente asturiana como en su tiempo lo fuera El Encanto, la famosa tienda habanera gestionada por empresarios astures residentes en Cuba y precursora de los grandes almacenes Galerías Preciados y El Corte Inglés.

El letrista desconocido de repente dejaba de serlo. Salía del armario del anonimato, pero con un nombre que no tenía nada de anónimo ni de anodino. Se llamaba Ignacio Piñeiro, y así se sigue llamando, puesto que es una figura inmortal de la música popular cubana junto con su afamado Septeto Nacional. El maestro Piñeiro fue nada menos que el autor de éxitos tan sonados e inolvidables como Suavecito y Échale salsita, este último parcial y descaradamente plagiado por George Gershwin en su mundialmente famosa Rhapsody in blue.

Antes de conocer la letra original de Ignacio Piñeiro, ya yo había conocido en Cuba, de niño y en un contexto escolar, una versión de Asturias, Patria querida con la letra adaptada a fines religiosos. De ahí que a mí también me sonara esa musiquita que guardaba en el último rincón del disco duro. Se trataba de un canto sencillo que solo saco del cajón de los recuerdos porque no deja de resultarme curioso haber cantado en mi niñez una versión, digamos catequética, de Asturias, Patria querida, muchos años antes de conocer el himno asturiano como tal. Si la memoria remota no me hace quedar mal, la estrofa decía textualmente así:

Tengo que ser fervoroso,
tengo que amar a Jesús
llevándole todos los días
una pequeñita cruz.

Llegados a este punto, conviene aclarar que Asturias, Patria querida aún no había alcanzado por entonces su rango de himno regional. No fue sino hasta 1984, poco antes de la visita del Papa, cuando fue oficialmente declarado himno del Principado de Asturias. En mis tiempos de escolar con las hermanas de El amor de Dios, Asturias, Patria querida era simplemente una canción muy conocida en España, cantada en fiestas y celebraciones, muy especialmente entre asturianos. De ahí que, con excepción de la invocación patriótica del primer verso, que le da título a la composición, le falte el patriotismo y la marcialidad que caracterizan a los himnos nacionales.

La finalidad de Ignacio Piñeiro, al componer su canción, no era otra que homenajear al padre nostálgico a través de un tema que exaltase los valores de su Asturias natal. Y tanto lo logró con su texto sencillo y candoroso, que llegó a popularizarse como el canto por excelencia a la tierra asturiana. Con el tiempo –vaya usted a saber cómo y cuándo— la letra se divorció de la música original para casarse con la melodía polaca y alcanzar así su avatar definitivo de canción sincrética y transcultural, en mi opinión dignificada con toda justicia al elevarla a la categoría de himno asturiano.

No importa que la haya compuesto en Cuba o durante el viaje con su padre a España, como se ha discutido. Eso sería lo de menos. La pieza del maestro Piñeiro, dedicada a Asturias como a una novia lejana, está concebida por y desde la asturianidad más honda. Es asturiana por el tema y la intención, y lo es por la devoción filial del autor, un criollísimo cubano, mestizo por añadidura, hijo de padre astur y madre cubana afrodescendiente que muy probablemente sea la “morena” de la segunda estrofa del himno.

Si el ansia por recuperar el amor perdido de María Félix --que triunfaba sola y por la libre en los Madriles de fines de los cuarenta—fue la fuerza motriz que condujo al mexicano Agustín Lara a componer el chotis Madrid, desde México y sin conocer aún España; y si, sin proponérselo don Agustín, el número se convirtió en la canción emblemática madrileña, nada tendría de extraño que el canto asturiano por excelencia sea una pieza con música originalmente polaca, pero a la larga asturianizada, y con letra escrita por el músico habanero que triunfó y arrasó abriéndole nuevos rumbos estilísticos al repertorio sonero.

Pero sin ir más lejos, ¿acaso La Ma Teodora no se sigue considerando el primer son cubano? Más aún, es incluso reverenciada por muchos como la madre de todos los sones, no obstante el jarro de agua fría que nos lanzara el novelista y musicólogo Alejo Carpentier tras revisar viejos archivos y demostrar documentadamente, con meticulosa erudición de aguafiestas, que La Ma Teodora no pasaba de ser una copia de una antigua copla extremeña. Basta, sin embargo, con haber oído La Ma Teodora interpretada por el dúo Los Compadres, por poner un ejemplo señero, para no dudar en lo más mínimo de su raigal cubanía, sin importar que sus orígenes inciertos se remonten a una copla antiguamente cantada en la región de Extremadura, de la cual acaso no haya nadie que se acuerde en la actualidad.

De la misma manera, para entender por qué Asturias, Patria querida es el canto emblemático del Principado a mí me bastó sólo con haber contemplado a unos jóvenes asturianos cantando en un bodegón una canción que es suya por derecho propio. Independientemente de su génesis y metamorfosis, fruto de la interacción cultural inevitable en un mundo que en muchos aspectos ya era una aldea global antes de ponerse de moda la globalización posmoderna, lo autóctono del himno viene dado ante todo por la voluntad de los asturianos de hacerlo suyo.

La paternidad de una criatura no está determinada tanto por la huella genética de los progenitores como por el amor con que la acogen los padres de adopción. Asturias, patria querida es tan genuinamente asturiana como la sidra o la fabada, a pesar de su condición de hija adoptiva, o quién sabe si precisamente por ello. Y es tan asturiana como don Carlos, aquel simpático personaje de mi infancia que, siendo apenas un adolescente, emigró a Cuba y allí murió sin ver jamás de nuevo su terruño natal, pero con toda Asturias intacta en su corazón de astur cubanizado.

Reproducido de El País, Madrid
Nicolás Aguila, blog “Cuba al dente”

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