25 de mayo de 2016

De calendas y calendarios


De calendas y calendarios

Ana Dolores García

El calendario que mide nuestros días y meses tiene apenas poco mas de cuatrocientos años y es el que hasta el presente los humanos hemos podido dotar de mas precisión, aunque de cualquier modo cíclicamente haya que corregir un poco la medida de sus años.  

Antes de él hubo otros que conocemos, y sabrá Dios cuántos mas habrá que no han podido descubrir los arqueólogos. En sí, un calendario no es mas que el modo en que los humanos hemos tratado de medir el tiempo para de ese modo satisfacer una necesitad imperiosa para regular la vida. Pero, ¿cómo serían los calendarios de los hombres de la edad de piedra?   

Al menos, el primer calendario del que se tiene noticia lo encontraron en Escocia y es de una antigüedad envidiable: probablemente existió ocho mil años antes de Cristo, por allá por el período mesolítico de nuestra prehistoria. Medía el tiempo basándose en las fases del sol y de la luna, habida cuenta de que todos los calendarios siempre han tratado de crear un acoplo entre la ocurrencia del quehacer humano y el ciclo de los fenómenos siderales.  

Etimológicamente, la palabra “calendario” proviene de una palabra latina, “calenda”. Calendario lo llamaron los romanos ya que para ellos era el conjunto de las calendas, nombre con que designaban al primer día de cada mes.   

LOS EGIPCIOS

También antes de Cristo -tercer milenio- surgió el calendario civil egipcio, que sigue siendo el primer calendario solar conocido de la civilización. Habían tenido anteriormente un calendario lunar y otros de menos precisión. Este año civil egipcio, solar, constaba de 365 días y estaba dividido en 12 meses de 30 días cada uno, organizado cada mes en tres periodos de 10 días. Al final del último mes de cada año se añadían los cinco días que faltaban para completar el año solar y que dedicaban a varios de sus dioses.

Aunque no era para nada exacto, el triunfo del año solar sobre los que le precedieron fue conclusión a la que llegaron los sacerdotes egipcios al observar que las fechas del calendario solar coincidían con las de las crecidas del Nilo. Para un pueblo de agricultores, el poder prepararse para la época de las inundaciones era una cuestión primordial. Por ello los egipcios establecieron la primavera como la entrada de cada nuevo año.

LOS GRIEGOS

Acercándonos mas al mundo occidental nos encontramos con los calendarios helénicos. En plural, porque los griegos fueron muy espléndidos al asignarse calendarios de acuerdo con sus regiones. Incluso han llegado hasta nuestros días unas “calendas griegas” que nunca existieron. Pues “calendas” fue el nombre que los romanos dieron al primer día de cada uno de sus meses y los griegos nunca tuvieron esa costumbre ni esa palabra. Por ello es que el uso de “calendas griegas” se emplea para nombrar algo que vendrá en un tiempo que nunca ha de llegar. Humor romano a costa de los griegos.

El calendario de los helenos era del tipo lunisolar y fue mas o menos copiado de los babilonios con algunas variaciones según la región donde se usara. El año ateniense (el de Atenas),  se componía de 12 meses lunares. Al principio cada mes contaba con 30 días, luego hubo que hacer un ajuste con el ciclo lunar alternando un mes de 29 días y uno de 30 días.  Esto produjo un año de 354 días, es decir 11 días menos en relación con el año solar, por lo que intercalaban un decimotercer mes de 30 días después de cada segundo año lunar. Parecía ser todo tan sencillo como si fuera solo cosa de quita y pon.     

LOS ROMANOS

Los romanos pudieron contar con varios calendarios (no iban a ser menos que los griegos), pero no los diferenciaron por regiones, sino por épocas.  El primero de todos dicen que fue instituido por Rómulo, el fundador de Roma, y ha pasado a la historia como el Calendario de Rómulo.

En aquel calendario de los inicios de Roma el año comenzaba con el equinoccio de primavera en martius, en honor al dios de la guerra, Marte, y aunque no todos los historiadores están de acuerdo, este calendario al parecer constaba solo de diez meses.

De ellos, los cinco primeros estuvieron dedicados a sus dioses: aprilis, que  seguía a martius, fue dedicado a la diosa de la fertilidad Apru; maius para Maio, diosa de la primavera, y junius para Juno, la esposa de Júpiter y diosa de los matrimonios. Les seguían quinctilis, el quinto mes, sextilis, septembris, octobris, novembris y decembris.   

Ese calendario se fundaba el el ciclo lunar. Aquellos diez meses no tenían una duración igual, inútil recurso empleado en busca de coincidir con el ciclo lunar: 31 días para cuatro de ellos y 30 para los seis restantes, con lo que lograban un total de 304 días. Resultado: se quedaba muy corto en relación con el ciclo solar.
 
En el año 700 a.C. el emperador Numa Pompilio creó un nuevo calendario que constaba de doce meses y 305 días. Se acortaron los días de varios meses del Calendario de Rómulo y se agregaron los meses de  ianuarius con 29, y februarius con 28 días Se conoce como el Calendario Numa, que de todos modos resultaba corto en relación con el ciclo solar. Para resolverlo, Numa Pompilio ordenó que se le añadiera un mes cada dos años, de 22 días en el segundo y sexto años, y de 23 días en el cuarto y octavo, haciendo un ciclo de ocho años. ¡Muy complicado! Remedio o remiendo que no tuvo seguimiento popular aunque si fue utilizado por los sacerdotes para sus cultos.

El año 46 a.C. marcó el inicio del imperio de Julio César, y de la llegada de un nuevo intento para obtener un calendario capaz de acoplarse con mas exactitud al ciclo solar. Cronometrar el tiempo con mirar solamente a la luna no daba resultado porque con el paso de los años el desajuste se hacía evidente y el invierno llegaba cuando los calendarios marcaban que se estaba en el otoño…

Julio César decidió llevar a cabo una nueva reforma y así surgió el Calendario Juliano. La experiencia de tanto fallido experimento anterior logró hacer que se llegara, si no a la exactitud, al menos a una aproximación muy cercana a ella. Como primera medida se determinó que ese año del comienzo constara de 445 días en vez de 365 para poder corregir la desproporción que existía entre el tiempo real y el que señalaba el calendario.    

Y ya a partir del 44 a.C. todos los años romanos constaron de 365 días y cada cuatro años se agregaba un día al mes de febrero repitiendo la fecha del día 24, que se llamaba “día sexto”. Ese nuevo día, que aparecía solamente cada cuatro años, resultaba ser un segundo “sexto” y por eso se le llamó “bi-sexto”, derivado al español en “bisiesto” con el que hoy en día conocemos a ese año de 366 días que se repite cada cuatro años.  

Sin embargo no todos estuvieron conformes y se empeñaron en establecer un año bisiesto cada tres años en lugar de cada cuatro. Por consiguiente el desfase comenzó a crecer de nuevo y en el año 10 a.C. el emperador César Augusto decidió regresar a la fórmula original del calendario Juliano, aunque antes se tuvo que eliminar durante treinta y seis años el día adicional de cada año bisiesto. No fue sino hasta el año 8 d.C. en que volvió a reinstalarse el original calendario Juliano. Augusto, al igual que lo había hecho Julio César al crear julius, se dedicó un mes a su nombre: augustus.

Parecía que se había encontrado la fórmula mágica y definitiva para medir el tiempo,  pero  el paso  los  siglos  fue demostrando  que  aquella  mínima  diferencia que el calendario juliano no había logrado evitar –pequeño fragmento de hora-, se había ido incrementando en horas y ya llegaba a 10 días en 1582.

EL CALENDARIO GREGORIANO

Mas de doce siglos después, el calendario juliano dio paso a otro preparado por estudiosos de la universidad de Salamanca. Eran los años del Renacimiento de la cultura y del arte, del florecimiento de las ciencias en toda Europa, y para todos aquel calendario ya resultaba obsoleto.

El Papa Gregorio XIII fue su promotor, movido primordialmente por la necesidad de ajustar el calendario al desarrollo de los ciclos astrales, pues para la Iglesia  la fecha de la celebración de la Pascua está regulada por la de la primera luna llena de primavera, lo que en consecuencia también afecta otras fechas religiosas móviles.

Este nuevo calendario por el que aún se rigen nuestros días, tomó el nombre de Calendario Gregoriano. Corrigió grandemente cálculos erróneos de su predecesor pero no ha llegado aún a la perfección, porque adelanta 1/4 de minuto cada año, lo que significa que se requerirá el ajuste de un día cada 3300 años.   

El Calendario Gregoriano mantiene la regla general de años de 12 meses y de un año bisiesto cada cuatro años, aunque con la excepción de los años múltiplos de 100, excepción que a su vez tiene otra excepción, la de los años múltiplos de 400, que sí serán bisiestos. La nueva  fórmula establece que los años serán de 365 días menos los bisiestos que tendrán 366, al agregarse un día al final del mes de febrero. Cuatro meses tendrán una duración de treinta días, y siete contarán treinta y uno, mientras febrero solamente tendrá veinte y ocho salvo en los años bisiestos.

Valga terminar con los fáciles versos que aprendimos en la escuela para recordar la duración de cada uno de esos meses:

Treinta días trae noviembre
con abril, junio y septiembre.
Los demás traen treinta y uno
menos febrero que es mocho
pues solo trae veinte y ocho.

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