13 de septiembre de 2015

El día y medio de Alfred Einstein en La Habana

Retrato por Gonzalo Lobo (1930)
 
El día y medio de Albert Einstein
en La Habana

Albert Einstein, Premio Nobel de Física y el científico más importante del siglo XX, visitó fortuitamente La Habana el 21 y 22 de diciembre de 1930. Su estancia en la capital se debió a que el Belgenland, barco en que viajaba desde la ciudad holandesa de Amberes, hizo escala en el puerto de La Habana antes de cruzar por el canal de Panamá con destino a la ciudad de San Diego, en la costa norteamericana del Pacífico. En este último lugar lo recibiría Edwin  Hubble, director del Instituto Tecnológico de California, para que perfeccionara su famosa Teoría General de la Relatividad en el observatorio del Monte Wilson, el mayor y más potente telescopio del mundo en aquel momento.

La alegría de los científicos cubanos de conocer y dialogar con el más notable de los físicos de todo el mundo era tan grande como la preocupación que  tenían por la tensa situación social y política que vivía Cuba.  Los dirigentes de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y de la Sociedad Geográfica de Cuba trataron de hacer todo lo posible para disimular aquella realidad y darle el tratamiento que correspondía a tan distinguida y singular personalidad.  A las ocho de la mañana del día 21 abordaron el barco para darle la bienvenida. También decenas de periodistas.

Einstein agradeció el saludo de los académicos, dijo algunas palabras a los reporteros y posó para los fotógrafos y camarógrafos cubanos y extranjeros.  

Aunque era el mes de diciembre Einstein sudaba mucho y constantemente colocaba sus manos sobre los ojos, a modo de visera, para protegerse de la intensa claridad del sol. Los anfitriones le propusieron un programa que comenzaba con una visita oficial al secretario de Estadio de Cuba para luego continuar a la Academia de Ciencias, donde recibiría el homenaje de los científicos cubanos, seguidamente saludaría a la comunidad hebrea residente en la capital y terminaría la jornada matutina almorzando en el hotel Plaza. Él lo aceptó con su acostumbrada cortesía y sencillez, pero pidió que antes lo llevaran a algún lugar donde pudiera comprar un sombrero que resguardara su cabeza y sus  ojos de aquel intenso y molesto sol.

"El Encanto" en la década de los años 30
Sus anfitriones eligieron “El Encanto”,  la mas famosa tienda de ropas de la ciudad, considerada una de las mejores del América Latina. Previamente el Ingeniero Millas había llamado a José Solís, gerente del establecimiento, para prevenirle de la visita y de su objetivo. Solís recibió al sabio en la entrada de su establecimiento e inmediatamente lo llevó al departamento de sombreros. En aquellos tiempos era moda usarlos y el comerciante buscó en sus almacenes el mejor que tenía: un sombrero de Panamá.

A Einstein le agradó mucho porque era muy cómodo y justo a su medida. Pensó que era fabricado en nuestra isla, pero le llamó la atención oír que era de Panamá y quiso que lo sacaran de esa duda. Solís le dijo que el sombrero no estaba hecho ni en Cuba, ni en Panamá, sino en Ecuador, en una región llamada Jipijapa donde abunda una palma del mismo nombre cuyas hojas tienen unas características muy especiales y cuyos aborígenes heredan, por generaciones, la habilidad de trenzar y darle forma y tamaño a cada sombrero que requiere de dos a tres meses de tesonera labor para hacerlo.
 
Y continuó Solís: este sombrero usted podrá estrujarlo, aplastarlo o pisotearlo y siempre volverá a adquirir su elegante aspecto original. Así es este genuino  sombrero de Jipijapa. En cuanto a su otro nombre, -continuó explicando el dueño de la tienda- lo pusieron los ingenieros y jefes de obras norteamericanos cuando construían el canal de Panamá a principios del siglo XX.

Ellos no sólo lo usaban por su comodidad, frescura, y elegancia, sino también porque al ser tan exclusivo y caro se diferenciaba de las raídas gorras o sucios sombreros que usaban los peones o trabajadores simples. Así se reconocía de inmediato, como si fuera la gorra entorchada de un general, la autoridad de los mandamases extranjeros que preferían decir que sus sombreros eran de Panamá  a darle crédito a aquella humilde región ecuatoriana que los producía.  

Einstein escuchó con atención esos relatos e insistió en pagar por el sombrero. Solís, hombre agradable y convincente,  le dijo que era un obsequio de la tienda. A insistencia de Einstein en retribuir aquel gesto, Solís le expresó entonces que sería un honor para “El Encanto” el tener de recuerdo un retrato suyo hecho en la fotografía de su comercio.  El científico lo complació a pesar del poco tiempo disponible.

Gonzalo Lobo era uno de los mejores retratistas de La Habana y firmaba sus fotografías con el pomposo nombre de Van Dyck. Su estudio formaba parte de la gran variedad de departamentos que tenia la tienda para complacer a la exigente burguesía cubana. El fotógrafo con su desenvoltura habitual colocó al sabio delante de un fondo negro para resaltar las canas que cubrían la desordenada cabeza del sabio y captó su expresión característica con la mirada bondadosa y de aguda percepción que caracterizaba el rostro del sabio. Esa fue la primera visita que realizó el sabio en La Habana, acompañado por su esposa Hedwig y los cicerones cubanos el Dr. Planas, el Dr. Gran y el Ing. Millás.

Luciendo su fresco sombrero de Jipijapa fue a la Secretaria de Estado y después, escoltado por un ejército de periodistas, asistió al homenaje que le brindaran los miembros de la Academia de Ciencias. Saludó a la colonia hebrea de La Habana y concurrió al almuerzo que le brindaran los científicos en el hotel Plaza.  Por la tarde se interesó por ver la naturaleza cubana y en dos autos dieron un recorrido por la zonas rurales de Santiago de las Vegas, donde pudo admirar las palmas reales y el verdor de la campiña criolla, el recién inaugurado aeropuerto de Rancho Boyeros, la Escuela de aviación Curtis, el embellecido pueblo de Boyeros con su flamante Escuela Técnica Industrial, el Asilo para enfermos mentales de Mazorra y los hermosos jardines del acueducto de Vento.

Luego recorrieron el exclusivo reparto Miramar y las lujosas Sociedades del Havana Yatch Club y el Country Club.    No hubo paradas, solo un rápido vistazo por todos aquellos lugares porque a las cinco de la tarde estaba señalada una recepción en la Sociedad Cubana de Ingenieros.  

La comitiva no llegó a la hora señalada sino mucho más tarde. Estaban agotados y a Einstein le esperaban, como en la mañana, saludos, abrazos, discursos, brindis y una interminable fila de caza autógrafos. En medio de aquella agobiante aglomeración de invitados y curiosos, de oír palabras cuyo idioma desconocía y de sonreír a todo el que se le acercaba,  se detuvo unos instantes para solucionar mentalmente una ecuación rápida y exacta para su maltrecho animo. El resultado fue escabullirse hasta el auto donde su esposa lo aguardaba. Prácticamente huyeron para refugiarse en el camarote de su barco. Pero también allí le esperaba una invitación especial que el gobierno le hacía para que descansara en el recién construido Hotel Nacional, el mejor hotel del Caribe. Agradeció el ofrecimiento, pero rehusó aceptarlo.

Al día siguiente, temprano, el director del Observatorio Nacional, ingeniero Millás y su esposa fueron a buscarlo al trasatlántico y como sabían que no le gustaban el protocolo ni los halagos, le propusieron ir a donde él quisiera. Einstein agradeció la idea y pidió ver los lugares más pobres de la ciudad. Y  Millás lo llevó a los solares de la Habana Vieja y los repartos de “Llega y Pon” y “Pan con Timba” nombres que le resultaron muy ocurrentes y simpáticos porque reflejaban el humor de aquellos infortunados, en su mayoría negros.

También conoció el Mercado Único con sus tarimas  llenas de pescados, frutas y carne fresca, y escuchó a los pregoneros con sus alegres ofertas. Ello le dio una visión real de la miseria en que vivía la mayoría de los cubanos. A su regreso, el barco ya estaba listo para continuar su viaje. Lo esperaba el viejo Solís para regalarle una elegante ampliación del retrato captado por Lobo  y también estaban  las autoridades, académicos,  periodistas y otras personalidades para despedirlo. El barco partió a la una en punto de la tarde y mientras se alejaba, en la cubierta, el sencillo sabio decía adiós a sus amigos habaneros agitando su sombrero de jipijapa

Al atardecer de ese mismo día, en la vidriera principal de “El Encanto” en la calle Galiano,  el decorador dio los toques finales a una elegante escenografía para homenajear a Einstein. Se apreciaba una gigantesca ampliación del retrato que le hiciera Gonzalo Lobo acompañada de una docena de fotos del reportero grafico Rafael Pegudo, del periódico El País, que mostraban varios momentos de la visita del científico a la capital. En un rótulo cuidadosamente dibujado se destacaba una frase que Einstein había dicho a la prensa a su llegada a La Habana:

“La Ciencia une a los hombres y evita las guerras”

Qué monstruoso es descubrir que la humanidad ha guardado tan prodigioso pensamiento en el más oscuro y polvoriento anaquel de la Historia.  

Enviado por Mary Acebo

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