EL DOLOR DEL DESTIERRO
Aunque la separacion ha sido larga hasta alli he llegado a cada amanecer.
...si yo no he salido tan lejos!
...si yo no he salido tan lejos!
Autor: Agustin Tamargo
...Los destierros -así se llamaba bellamente antes a lo que ahora se llama exilio- son siempre dolorosos. Desterrarse es perder la tierra propia, flotar en suelo extraño, dejar de respirar el aire que se respiró desde el nacer. Una experiencia trágica, que sólo conoce el que la padece, un modo de orfandad. La siente la planta trasplantada aunque no lo puede decir, la siente el tigre en su jaula del zoológico. Ambos, la planta y el tigre, siguen viviendo, pero esa ya no es vida, porque en ese existir falta el hálito de la autenticidad. Cuando el desterrado no es una planta ni una bestia sino un hombre la tortura es peor, agónica, indefinible. Porque el suelo que no puede tocarse con las manos se lleva dentro del pecho y entonces ya no es un suelo sino dolor.
El
desterrado verdadero no vive, sobrevive, aferrado a una esperanza que le
da vueltas y más vueltas dentro de la cabeza. A un republicano español
exilado en Buenos Aires le preguntó al regreso un periodista de Madrid: ¿Y
cuántos años hace que usted se fue de aquí? Y el exilado respondió:
¿Irme, hijo? ¡Pero si yo nunca me he ido!
Los
hijos levantiscos de los españoles que somos los cubanos [como yo que
soy hija de asturiano, -dice María Teresa y ahora también comprendo yo], entendimos
muy bien a aquel español. Lo entendimos entonces y lo entendemos
mejor hoy, cuando nosotros ingresamos en esa trágica familia de los
perseguidos por sus ideas, por sus lealtades y por su amor. La patria que
deja el emigrante es una, la patria de la que arrojan por la fuerza al
desterrado es otra. Aquel puede volver, este no. Y en ese no poder
volver, en ese dar con la cabeza todos los días contra el muro de la
nostalgia, el desterrado busca un consuelo, y lo halla. Ese consuelo es
el mundo de recuerdos y añoranzas que llena su hálito vital, es el
embellecimiento mental de todo lo que vivió, o leyó, o presenció.
Cuando
la memoria no le basta, el desterrado busca libros, películas, discos,
cartas, todo tipo de documento que pueda ponerle delante la tierra natal
a la que no le permiten volver. Es un modo de resurrección, una
reconstrucción mental de lo que en su día fue natural. Una manera de no
morir.
Los
que llevamos en el destierro muchos, muchos años, ahora es que entendemos
lo que habrán sufrido los desterrados cubanos del siglo XIX en el que Cuba
estaba convertida de tierra de todos en feudo de pocos, de ámbito histórico en
que se oían muchas voces en sombrío cautiverio en el que se oía la voz de
uno solo, tal como sucede hoy. El destierro actual es más largo que
todos los anteriores y es, desde luego, el peor porque ha sido impuesto
por el hermano contra el hermano. Tan largo ha sido que se juntan en el los
hijos de por lo menos tres generaciones. La del treinta, la del cincuenta
y la del ochenta, para simplificarlas. Unos añoran unas cosas, otros
cosas distintas, a veces las contrarias.
El
desterrado viejo conoció las persecuciones pero conoció también la pluralidad
de la libertad verdadera, la civilizada madurez del que sabe que la razón no la
tiene nunca uno solo sino que la tienen entre todos. El desterrado nuevo
no conoció nunca la libertad, sino la opresión, no vio nunca la justicia
sino una igualdad de nombre bajo la que se ocultaban las más miserables
desigualdades y privilegios. El desterrado viejo sabe que la patria tiene
que estar siempre por encima de los hombres y los partidos, y guarda
devoción a figuras, instituciones, leyes y costumbres que estaban más
allá de las diferencias políticas temporales. El desterrado nuevo, a
quien se le ha ocultado cuanto existía antes de nacer él, cree lo que le han
enseñado, que todo es bueno o malo, y que bueno es el que manda y malo el
que no se deja mandar.
Esa
atmósfera de falsificación, ese turbio clima que consiste en rechazar lo
que no se conoce, en menos palabras: esa ignorancia de lo que Cuba fue
antes del primero de enero de 1959 es el fantasma que más me asusta a mí de
nuestro futuro. Es la execrable manigua que yo creo que hay que chapear
todos los días para que el campo quede limpio y fértil para ese mañana cercano
en que tendremos que recomenzar la siembra.
Sí.
Los destierros, mundo temporal, hijos de otro mundo permanente, son siempre
escuelas donde se aprende pero también se sufre. El de los cubanos no ha
de durar ya mucho, creo yo. Y los que nunca hemos perdido la fe en Cuba, no en
sus riquezas materiales sino en sus hombres verdaderos, mantenemos en alto el
gallardete de la fe.
Una nueva Cuba va a nacer otra vez de las cenizas de la Cuba vieja cuyos
detritus deja por todas partes el castrismo. Más golpeada, más asustada,
más miedosa. Pero más madura también. Porque solo el dolor y la pócima
amarga de la verdad son los que hacen adultos a los hombres. Y el
destierro al final es eso: una escuela.
Una escuela donde todos
volvimos a nacer pero crecimos en forma distinta.
-Maria Teresa Villaverde Trujillo-
Septiembre 24, 2011
-Maria Teresa Villaverde Trujillo-
Septiembre 24, 2011
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Cuanta verdad, se encierra en esa descripción que hace Agustín Tamargo de lo que es el destierro, yo solo puedo repetir sin haberlo experimentado, lo que un día dijera:José Martí, "Nunca son más bellas las playas del destierro que cuando se les dice adiós".
ResponderEliminarGladys Gutiérrez