Leyenda mitológica
del origen de los delfines
del origen de los delfines
Una vez, siendo todavía un joven, Dionisos, el dios del vino, miraba al mar desde un precipicio, y unos piratas, lo vieron. Como llevaba los vestidos y los mantos tan ricos y brillantes, pensaron que era el hijo de un rey:
-Lo raptaremos -dijo el capitán- y pediremos un rescate importante a su padre. Así lo hicieron; anclaron la nave, se encaramaron escondidos entre las rocas, se abalanzaron sobre él y lo sentaron en el barco, atado con cadenas.
Él los mira, "sonriendo con sus ojos azules como el cielo" ¡y las cadenas le caen de las manos!
-¡Desgraciados! -dijo el timonel-. Seguro que este chico que hemos secuestrado es un dios. ¿Quién sabe si es Apolo o Poseidón?
-¡Pobres de nosotros! Dejémoslo ir, no le hagamos ningún daño: ¡que no nos castigue con un terrible viento de levante y nos hunda la nave!
-¡Callad miedosos! -respondió el patrón-. Llevémoslo a su país, que debe ser Egipto, y que sus padres nos paguen con riquezas. No creo que sea un Dios, sino un príncipe.
Toda la cubierta se llenó, de pronto, de un vino perfumado y delicioso; los palos y las velas se cubrieron de vides y parras, con sus hojas y racimos de uvas. Una hiedra de hojas verde oscuro y bayas negras trepó por los otros palos, y coronas floridas, de repente, surgieron entre las estacas a las cuales se atan los remos.
Entonces Dionisio se transformó en un león muy feroz, e hizo aparecer un gran oso a su lado.
Los piratas, enloquecidos y asustados, se arrojaron al mar y una vez allí se convirtieron en delfines, cuyas almas seguían siendo de piratas, pero piratas arrepentidos. La leyenda dice que por eso los delfines acompañan y salvan a los náufragos, porque son aquellos piratas que quieren expiar su culpa.
Reproducido de
http://memoriassobrepapel.blogspot.com
Ilustración: Google, Fresco de los delfines, Palacio del rey Minos, Creta.
-Lo raptaremos -dijo el capitán- y pediremos un rescate importante a su padre. Así lo hicieron; anclaron la nave, se encaramaron escondidos entre las rocas, se abalanzaron sobre él y lo sentaron en el barco, atado con cadenas.
Él los mira, "sonriendo con sus ojos azules como el cielo" ¡y las cadenas le caen de las manos!
-¡Desgraciados! -dijo el timonel-. Seguro que este chico que hemos secuestrado es un dios. ¿Quién sabe si es Apolo o Poseidón?
-¡Pobres de nosotros! Dejémoslo ir, no le hagamos ningún daño: ¡que no nos castigue con un terrible viento de levante y nos hunda la nave!
-¡Callad miedosos! -respondió el patrón-. Llevémoslo a su país, que debe ser Egipto, y que sus padres nos paguen con riquezas. No creo que sea un Dios, sino un príncipe.
Toda la cubierta se llenó, de pronto, de un vino perfumado y delicioso; los palos y las velas se cubrieron de vides y parras, con sus hojas y racimos de uvas. Una hiedra de hojas verde oscuro y bayas negras trepó por los otros palos, y coronas floridas, de repente, surgieron entre las estacas a las cuales se atan los remos.
Entonces Dionisio se transformó en un león muy feroz, e hizo aparecer un gran oso a su lado.
Los piratas, enloquecidos y asustados, se arrojaron al mar y una vez allí se convirtieron en delfines, cuyas almas seguían siendo de piratas, pero piratas arrepentidos. La leyenda dice que por eso los delfines acompañan y salvan a los náufragos, porque son aquellos piratas que quieren expiar su culpa.
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Ilustración: Google, Fresco de los delfines, Palacio del rey Minos, Creta.
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