La tara de Rivera:
un político que da pena
rodeado de
una tribu de vengadores
Carlos Dávila
@ESdiario.com
España no puede pasarse todo el verano sin un Gobierno en
efectivo. Sin un Ejecutivo que mande y pueda tomar decisiones trascendentales.
Por ejemplo: ¿qué ocurriría aquí si sucediera un atentado como el del viernes
en Munich? Ya, ya sabemos: condenas irrefutables, horror, indignación general…
Las generales de la protesta, pero todo sin un gobierno en condiciones de
adoptar medidas como las que sin duda alguna adoptará Alemania en horas.
Un Gobierno en funciones firma cuatro documentos de
trámite y poco más, pero no tiene atribuciones para mandar, ordenar y,
siquiera, pactar, políticas de represión tan duras como exigiría una situación
parecida. Por tanto, ese rumor muy extendido de que agosto prolongará la
excepción causa espanto. Y más espanto aún produce el comportamiento de quienes
no tienen otro mandato electoral que hacer posible una legislatura política sin
ambages y en toda regla.
Es esta que comienza una semana decisiva que, la verdad,
no pinta bien. Ahora hablan en el PSOE los veteranos de otras
guerras que se temen que su jefe actual se haya convertido en un irresponsable
histórico. A su lado, más que en el costado del PP, se mueve
un presunto líder, Albert Rivera, corriendo de
micrófono en micrófono incapaz de callar ni debajo del agua, un presunto líder
que, a medida que pasan los meses, parece una lechuga verde, verdísima, sin
madurar.
Rivera se está arreando patadones sin fin en su propio tafanario,
despistando a su propio electorado, aquel que le votó hace un mes esperando de
él otra conducta, no desde luego ésta de urgir al Rey
a que arregle Su Majestad la penosa situación de inestabilidad en que nos
hallamos. Al margen de que este hombre inmaduro y procaz en sus manifestaciones
políticas no se haya leído la Constitución, la pregunta es: ¿un presunto líder
de este jaez puede condicionar la vida de un país de casi cuarenta y cinco
millones de habitantes?
Lo peor que puede causar un político no es rechazo, sino
pena, lástima por su indocta preparación, y esa sensación es la que destila un Rivera
que, además, se ha rodeado de una tribu de vengadores que, una vez que les fue
mal en otros partidos, el Popular sobre todo, quieren ahora
hacérselas pasar canutas a quien presumen que fue su ejecutor: Mariano
Rajoy. Siete meses después de la primera vuelta electoral aquí
ya nadie traga con ese: “Rajoy, no; los demás, ya veremos”
que parece la consigna inveterada de Ciudadanos, nada original por
cierto porque es idéntica a la que sigue pregonando Pedro
Sánchez a quien ya no le quedan alrededor más que cuatro o
cinco paniaguados que sin su jefe al frente, volverán a sus territorios de
origen sin más cargo que una modesta secretaria o sección en el partido local .
Tanto que PSOE y Ciudadanos
hablan, aún con sus pírricos resultados de junio, del pueblo y se arrogan su
representación, ¿están cayendo de verdad en la cuenta de lo que el país en
general está sintiendo hacia su comportamiento? Hace unos días que Rubalcaba
apoyaba sin meandros el manifiesto de ministros que en su tempo fueron
importantes y que ahora tiemblan ante cada decisión que toma su todavía líder,
y advertía, por activa y pasiva, que así no se puede seguir.
Rubalcaba conoce, porque fue titular de
Interior, que un país débil, sin un Gobierno fuerte y consensuado generalmente,
es toda una tentación para la pléyade de miserables yihadistas que ahora mismo
invaden Europa sin que muchos se atrevan a considerarles los enemigos brutales
que ellos mismos han declarado. Aquí, en España, donde aún quedan algunos
partidos, los estalinistas de Pablo Iglesias en cabeza, sin
condenar la actividad criminal de estos terroristas: ¿qué harían en el caso
nada improbable de que España volviera a ser la víctima de la brutal sinrazón
de estos asesinos?
España ahora mismo se parece más a una broma política que
a una Nación estable, seria, con fundamentos. En cinco días volverán a desfilar
por el despacho de Felipe VI una procesión de políticos que, si hacemos caso, y
hay que hacérselo, de sus manifestaciones, no tienen la menor intención de
apoyar un Gobierno, corto en su representación parlamentaria, pero amplísimo,
porque así lo depara la Constitución, en su capacidad para trabajar sin la
provisionalidad de un asterisco.
Esta monserga pertinaz de que Rajoy
no se mueve, ya no cala; lo que sí ha calado es que a Podemos,
a Ciudadanos y desde luego al PSOE,
les molesta Rajoy. Si este, tras haber agotado su flema galaica, se
marchara a ganar dinero a su Registro de la Propiedad, sus tres oponentes
acometerían la tarea de desgastar a su sucesor. O sea, al PP.
Ocurrió cuando Suárez tiró la toalla y a Calvo
Sotelo apenas se le dio un segundo de respiro.
España no está para ocurrencias, ni, mucho menos para las
chanzas pesadas de unos políticos arrogantes que sin haber ganado nada en
su trayectoria, están dispuestos a colocar a todo un país en almoneda o lo que
es aún más grave: en grave riesgo. La semana, ya lo digo, es decisiva, pero no
hay mucho que esperar de ella.
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