Poema del Miércoles Santo
(A mi querida Pepita, recordando aquel Miércoles Santo)
La vi en una procesión,
Miércoles Santo, por
cierto.
Yo tenía unos doce años,
ella siete, más o menos,
de procesiones amantes
cual buenos cartageneros.
Y quedé prendado de ella
vestida de Granadero,
marcando el paso, muy
seria;
y a causa del movimiento,
sus largos tirabuzones
producían bamboleo
acariciando su rostro
que jamás yo vi más terso.
Se cruzaron con los míos
sus ojos grandes y
abiertos,
y sus almas, jubilosas,
marcharon juntas al cielo
convirtiéndose en
estrellas
del inmenso firmamento.
Ese instante tan sublime
lo he guardado bien
adentro.
A mi tía Carmen le dije
aquel mi infantil deseo
de casarme con la niña
vestida de granadero,
cuando con el tiempo fuera
todo un hombre hecho y
derecho.
Veintidós años tenía
cuando vi los ojos bellos
de una imponente mujer
que me encantaron de
lleno.
Pronto nos enamoramos,
aún sin saber quiénes
éramos.
Cuando lo supo mi tía,
-que quise, y que está en
el cielo-
se quedó muy sorprendida
recordando aquel momento
cuando le expresé, de
niño,
cuales eran mis anhelos,
diciéndome, emocionada,
casi sin poder creerlo,
¡que mi novia era la niña
vestida de granadero!
Hoy sabemos que el buen
Dios
me concedió aquel deseo
y la guardó para mí
cuidándola mucho tiempo,
hasta el oportuno día
que ordenó a cuatro
luceros
que errantes permanecían
en el vasto firmamento,
su regreso a nuestra
Tierra
para encontrarse de nuevo.
Juan Pagán Martínez
Washington, DC, 1 de abril
de 2015
(Miércoles Santo)
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