Los 5 errores de
Obama
en su nueva
política cubana
Carlos
Alberto Montaner
La
visita a Cuba el 21 de enero de Roberta Jacobson, subsecretaria del
Departamento de Estado de EE.UU. para Asuntos del Hemisferio, encaminada a
retomar oficialmente el diálogo con la dictadura de los Castro, será
problemática. La diplomática, siempre muy preocupada por los temas de Derechos
Humanos, llega a la Isla en una posición muy débil debido a que Obama entregó
previamente todas las bazas de negociación con que contaba Estados Unidos. La
señora Jacobson tendrá en su contra, por lo menos, los cinco peores errores de
Barack Obama en su nueva política cubana.
▪ El primer error de Barack Obama es suponer que le puso fin a una política que no
había funcionado.
Eso no
es cierto. El propósito de liquidar el régimen comunista no existe desde 1964,
cuando Lyndon Johnson terminó de un plumazo las operaciones subversivas contra
Castro y puso en marcha una estrategia de “contención”, en alguna medida
similar a la utilizada frente a la URSS, basada en tres elementos primordiales:
propaganda, restricciones a las relaciones económicas y aislamiento
diplomático.
Eran
medidas de Guerra Fría contra un país que nunca ha dejado de combatir a Estados
Unidos. Washington desde entonces no ha tratado seriamente de eliminar el
castrismo. En la primera mitad de los noventa, cuando había desaparecido la
URSS y el castrismo carecía de aliados, hubiera sido muy fácil ponerle fin a la
dictadura cubana, pero a Bill Clinton no le interesaba erradicar el régimen
vecino.
Pudo hacerlo,
con el apoyo o la indiferencia de aquella Rusia de Boris Yeltsin y su canciller
Andrei Kozyrev, cuando Castro desató el “balserazo” en 1994. Pudo hacerlo
después en 1996, cuando derribó las avionetas de Hermanos al Rescate y autorizó
el asesinato de varios norteamericanos en aguas internacionales. Pero Clinton
ni siquiera consideraba a Cuba un país enemigo y se limitó a firmar la Ley
Helms-Burton.
Cuba
le parecía un anacronismo histórico, un fenómeno de Parque Jurásico, pero no
estaba interesado en eliminar a ese gobierno de la faz de la tierra. Entonces
prevalecía la idea de que se trataba de una tiranía decrépita que colapsaría
con el tiempo. Era, pensaba, una verruga que se caería sola. No había que
extirparla.
Tal
vez Obama debió decir que cancelaba unas medidas de Guerra Fría contra un país
que había superado ese periodo de la historia, pero ¿cómo explicar que en julio
del 2013 detuvieran en Panamá un barco clandestinamente cargado en Cuba con 250
toneladas de pertrechos de guerra? ¿Cómo reclasificar como “país normal” a una
nación calificada como terrorista, aliada de las peores tiranías islamistas
–Irán, la Libia de Gadafi– que se confabula con Venezuela, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua para articular una gran campaña antinorteamericana, como en los
peores tiempos de la Guerra Fría? ¿No continúan en Cuba, protegidos por las
autoridades, decenas de delincuentes norteamericanos, políticos y comunes?
Cuba
no era un ex enemigo. Mantenía intacta su virulencia antiamericana.
▪ El segundo error ha sido cancelar esa política de contención sin tener una visión
estratégica que defina con qué sustituirla y cuáles son los objetivos que se
persiguen.
Es obvio que lo que debiera interesarle a Estados Unidos es que en esa
isla tan cercana a sus fronteras, y que tantos percances le ha causado, haya un
gobierno democrático, pacífico y políticamente estable, para que no se
produzcan espasmos migratorios como los que ya han trasladado al 20 por ciento
de la población cubana a territorio norteamericano. Costa Rica es un buen
ejemplo de ese modelo de nación tranquila latinoamericana que describo.
Asimismo,
lo conveniente para todos, y especialmente para los cubanos, es que en Cuba
haya una sociedad próspera, desarrollada y amistosa, con la cual realizar
muchas transacciones comerciales, mutuamente satisfactorias. La tonta “teoría
de la dependencia”, caracterizada y resumida en Las venas abiertas de
América Latina, carece de sentido. Para Estados Unidos lo preferible es una
Cuba rica y sosegada, antes que una Cuba tumultuosa y empobrecida.
¿Se
consiguen esos objetivos democráticos y estabilizadores potenciando a una
dinastía militar empeñada en el colectivismo, el partido único y la falta de
derechos humanos? ¿Se logra fomentar una sociedad rica ignorando que Raúl y sus
militares se han dividido el aparato productivo a la manera mafiosa de Rusia?
¿No es obvio que, al no crear instituciones de derecho capaces de absorber los
cambios y transmitir la autoridad ordenada, pacífica y democráticamente, esa
isla está abocada a nuevas confrontaciones y conflictos a medio plazo?
Obama
cree que ha resuelto un problema enmendando las relaciones con Raúl Castro.
Falso: lo que ha hecho es aplazarlo. En el futuro próximo se presentarán otras
crisis que arrastrarán a Estados Unidos. Así ha sido desde el siglo XIX. Es lo
que ocurre cuando no se curan permanentemente las heridas.
▪ El tercer error es el daño que le ha hecho a la oposición democrática. Tal vez es el
más grave de todos. Durante décadas, el mensaje de los disidentes más
acreditados a la dictadura fue muy claro: “Sentémonos a conversar y entre
cubanos busquemos una salida democrática. El problema es entre nosotros, no entre
Washington y La Habana”.
A ese planteamiento –que, con matices, fue el de Gustavo Arcos, de la
Plataforma Democrática Cubana, de Oswaldo Payá– el régimen respondía con
represión y acusaciones de que se trataba de una maniobra de la CIA. Pero ese
desenlace, como en Europa del Este, como en el Chile de Pinochet, como en la
Nicaragua de 1990, era el mejor para todos, incluido Estados Unidos, y era el
camino obvio para cualquiera que heredara el poder de los Castro, ambos ya en
su etapa final por razones biológicas.
No
obstante, para lograrlo, Washington debía mantenerse firme y remitir a la
dictadura a la aduana opositora, cada vez que directa o indirectamente se
insinuaba la posibilidad de la reconciliación. El problema era entre cubanos y
debía solucionarse entre cubanos. Esto lo entendieron muy bien Bill Clinton y
George W. Bush, los dos presidentes norteamericanos de la era postsoviética, y
es lo que irresponsablemente acaba de invalidar Obama, eliminándole a la oposición
toda posibilidad de ser un actor importante en la forja del destino de la Isla.
¿Para
qué hacer reformas democráticas, dirán los herederos de Castro, si ya se nos
acepta tal y como somos? ¿No declaró Roberta Jacobson, a nombre del gobierno
norteamericano, que no se hacían ninguna ilusión con respecto a que los Castro
permitieran las libertades? A los 13 días exactos de anunciada la
reconciliación, el 30 de diciembre del 2014, la policía política cubana detuvo
o inmovilizó en sus casas a unas cuantas decenas de intelectuales y artistas
que trataban de realizar un performance en la Plaza de la Revolución.
¿Cuál es el incentivo que le queda a Washington para inducir el respeto a los
derechos humanos, si ya ha hecho la mayor parte de las concesiones unilateralmente?
Lo
dijo con toda claridad el alto oficial de inteligencia Jesús Arboleya,
diplomático y experto cubano en las relaciones con Estados Unidos y Canadá,
respondiendo a una entrevista que le hicieran en El Nuevo Día de Puerto
Rico el 30 de diciembre del 2014. El periódico le preguntó si temía a la nueva
política de Obama: “¿Por qué si antes, que tenían todo el poder para imponer
sus valores, no les funcionó, les va a funcionar a partir de ahora?”.
La
dictadura está eufórica. Siente que tiene carta abierta para aplastar a los
demócratas sin pagar por ello el menor precio. Obama ha contribuido
insensiblemente a debilitar a la oposición.
▪ El cuarto error es de carácter moral. Desde la época de Jimmy Carter, en Estados
Unidos se fue generando una doctrina democrática para América Latina. Se
planteó la excepcionalidad de la región a los efectos de defender la democracia
y la libertad.
Estados
Unidos, por razones estratégicas, o por realpolitik, podía no exigirle a
China que tuviera un comportamiento democrático, pero, de la misma manera que
América Latina podía ser declarada región libre de armas nucleares, era
factible declararla libre de dictaduras y de abusos contra los Derechos
Humanos.
Este
espíritu culminó en la firma de la Carta Democrática Interamericana, suscrita
por todos los países del Hemisferio en Lima el 11 de septiembre del 2001, el
mismo día del ataque de los islamistas a Nueva York y Washington. En el
documento, se describían los rasgos y comportamientos de las naciones
aceptables para formar parte de la OEA. Cuba no cumplía con ninguno de esos
requisitos. Era una despreciable dictadura calcada del modelo
soviético-estalinista.
De
alguna manera, el texto de esa Carta, en la que trabajó arduamente Estados
Unidos, ponía fin a la tradición vergonzosa de permanente componenda entre
Washington y las peores dictaduras latinoamericanas a lo largo del siglo XX:
Trujillo, Stroessner, Somoza, Batista y un largo etcétera. Ya no tendría
validez el cínico dictum de “es un hijo de puta, pero es nuestro
hijo de puta”.
Tras
la reconciliación entre Obama y Raúl Castro, Estados Unidos vuelve a las
andadas. Hace en casa el gran discurso de la libertad, pero lo desmiente en su
conducta diplomática. Es verdad que eso es lo que deseaban muchos países
latinoamericanos, pero no deja de ser una pena que en las relaciones
interamericanas no haya espacio para las consideraciones morales. Estados
Unidos ha sacrificado inútilmente su posición de líder ético y ha regresado al
peor relativismo moral. Una gran pena.
▪ El quinto error de Obama es de carácter legal. Estados Unidos es una República
dirigida por los delegados de la sociedad seleccionados por medio de elecciones
democráticas. Entre ellos el presidente es el principal representante de la
voluntad popular, pero no el único. Hay un poder legislativo que comparte
muchas de las funciones con la Casa Blanca, y existe una Constitución,
interpretada por el poder judicial, a la que todos deben atenerse. Como
sabemos, la esencia de la República es la división de poderes para evitar la dictadura
y para obligar a la dirigencia a buscar fórmulas de consenso.
Es
posible que las encuestas reflejen que una mayoría de la sociedad
norteamericana apoya coyunturalmente la reconciliación con la dictadura cubana
–como en 1939 la mayoría apoyaba la neutralidad frente a los nazis–, pero ese
dato tiene una importancia relativa. Estados Unidos, insisto, es una República
ajustada a derecho y es una democracia representativa. Eso es lo que cuenta y
tiene muy poco que ver con las encuestas o con las decisiones asamblearias.
Pues
bien: es muy posible que una parte sustancial de los dos años de mandato que le
quedan al presidente Obama tendrá que dedicarlos a defender en la Cámara y en
el Senado por qué engañó a la opinión pública y por qué engañó a los otros poderes
del Estado, diciéndoles, hasta la víspera del anuncio junto a Raúl Castro el 17
de diciembre del 2014, que no haría concesiones unilaterales, a menos que la
dictadura cubana diera pasos hacia la libertad y la apertura. No fue una
maniobra diplomática silenciosa. Fue engañosa.
En las
dos cámaras hay cinco congresistas y tres senadores cubanoamericanos,
republicanos y demócratas que tienen un enorme expertise en el tema. ¿No
debió el Presidente conversar previamente con ellos sobre su política cubana en
busca de opiniones y consejos? ¿No existe la cordialidad cívica en la Casa
Blanca? ¿Ni siquiera le merecía ese tratamiento el senador demócrata Bob
Menéndez, chairman del Comité de Relaciones Exteriores del Senado?
Es
verdad que la política exterior es una prerrogativa de quien ocupe la
presidencia, pero los legisladores tienen un claro papel que desempeñar en ese
campo y todos sienten que el presidente los ha estafado. Algunos legisladores,
además, suponen que el presidente violó la ley y tratarán de demostrarlo.
Lo que
Obama piensa que es parte de su legado –tener relaciones plenas y cordiales con
una dictadura militar–, tal vez se le convierta en una pesadilla. Por lo
pronto, es un terrible error en el que no había caído ninguno de los 10
presidentes que lo precedieron en el cargo. Por algo sería.
Reproducido de El Nuevo Herald, Miami
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