El Llanto del Papa
por José Moreno Losada
Hace tiempo que me interpela el hecho
de bautizar, a la vez que me alegra y me renueva. Me provoca desde el contexto
actual en el que vivimos -claramente pagano-, donde la fe no es un bien
preciado y conlleva sus dificultades. Puede
apreciarse este detalle en la gran masa de bautizados paganos, es decir,
personas que no llegaron nunca a poner en activo su cristianismo; hombres y
mujeres que, al fin y al cabo, no han conocido realmente a Jesús. Otros se han
ido alejando del camino casi sin darse cuenta, pero ya están demasiado lejos
como para avistar ni uno solo de sus pasos.
Ayer lloraba el Papa Francisco, y
aunque éstas no eran las dificultades que le hacían sollozar al mismísimo
obispo de Roma, las lágrimas estaban provocadas por testimonios como éstos de
los últimos días en Siria:
“Si quieren ejemplos, en Maaloula
crucificaron a dos jóvenes porque no quisieron decir la shahada (fe musulmana).
Les dijeron: ‘Entonces quieren morir como su amo en el que creen. Tienen una
opción: recitan la shahada o serán crucificados’. Y les crucificaron. Hubo
uno que fue crucificado delante de su padre. Incluso mataron a su padre. Esto
ocurrió por ejemplo en Abra, en la zona industrial en las afueras de Damasco”.
“En cuanto entraron en la ciudad,
comenzaron a matar a hombres, mujeres y niños. Y, después de la masacre, se
llevaron las cabezas y jugaron al fútbol con ellas. En cuanto a las mujeres,
les sacaron a sus bebés y los ataron a los árboles con sus cordones
umbilicales. Afortunadamente, la esperanza y la vida es más fuerte que la
muerte”.
En nuestra sociedad, el problema no es
que nos crucifiquen por ser cristianos, es, más bien, casi lo contrario: la
indiferencia indolora, individualista, consumista y placentera crucifica la fe
y nos lleva a la acedia humana y a la mediocridad reflexiva, ahogando la vida
del Espíritu que nos da el Bautismo. Cuando eso ocurre, entonces la sal se
vuelve sosa –como dice el Evangelio- y sólo sirve para tirarla fuera, para que
la pise la gente; así, la fe queda desvirtuada y la propia Iglesia pierde su
sentido más auténtico, que es ser transmisora de la vida de la fe. Y esto vale,
como dice el propio Papa, para él, para los cardenales, para la curia vaticana,
para los obispos, para los sacerdotes, para los religiosos y para el último
monaguillo o bautizado.
Por eso, como sacerdote, me compromete
a mí administrar el Bautismo, me hace preguntarme si de verdad asumo
ministerialmente el compromiso de ayudar a Isabel –a quien bautizamos
ayer- a crecer como creyente en su vida, de propiciarle una comunidad de fe
en la que pueda alimentarse y experimentar al Dios de la vida y su palabra,
conocer internamente a Jesucristo para amarle y seguirle con la alegría del
Evangelio. Me hace mirar mi propio Bautismo y su espiritualidad para descubrir
si estoy en la búsqueda de ser fiel a aquél que fue crucificado por mí, si
estoy dispuesto yo a llevar la cruz de la autenticidad y de la originalidad,
aunque me cueste. Me interrogo si vivo y deseo vivir en las claves del
Evangelio en medio de esta realidad, o hasta qué punto confieso la fe de un
“dios mamón”, a la medida de los baales, acomodado a lo fácil, a lo seguro, a
la riqueza… a todo ese mundo que sólo viste lo cristiano como marca y que no es
de origen ni auténtica.
Por eso ayer, al bautizar a Isabel, lo
hice con el corazón puesto en los crucificados de Siria donde el Evangelio me
está pidiendo, con ternura y misericordia, que vuelva al amor primero de
encuentro y seguimiento de Jesucristo. Hoy, al compás de esa melodía que ansío
hacerla mía hasta el fin de mis días, quiero renovar mi bautismo al celebrar el
suyo, quiero sentirme lavado, perdonado, liberado, animado para ser más
cristiano y más auténtico. Quiero ser compañero de Isabel, en el camino para
sentir a Dios con su inocencia y su ternura, recibir su mirada y su sonrisa
como la caricia de Dios, que me perdona y me dice:
¡Ánimo, no temas, soy yo! Estoy
contigo y con Isabel, me fío de vosotros y os daré mi espíritu a raudales para
que llevéis el Evangelio de la vida. Os ayudaré para que no tengáis miedo al
que pueda crucificar vuestros cuerpos, porque nada podrá hacer a vuestros
espíritus de vida y esperanza. Mirad a Siria, a los crucificados de hoy, no lo
utilicéis como razón para el enfado y la violencia, ni siquiera para victimaros
como cristianos en el mundo y exigir respeto; miradlo, más bien, como una
llamada para salir de la mediocridad, un grito para creer que es posible ser
fieles con radicalidad en medio del mundo, que se puede vivir el Evangelio y
que no os va a faltar el Espíritu de Cristo si os abrís y lo buscáis dentro de
vosotros.
Y ahora, Señor, me silencio ante ti
para acoger tu palabra. Deseo entrar de nuevo en mi propio Bautismo, volver a
su originalidad, sus aguas puras y vivas, su vestidura blanca, su luz
deslumbrante, su crisma de pertenencia, su cruz de identidad, su nombre de
santidad, su óleo de fuerza y sus exorcismos para poder salir de la inercia de
la tibieza que nos puede quitar la alegría y la esperanza. Ayúdanos Señor, a
volver a Ti como único absoluto y a desligarnos de todos nuestros endiosamientos
que nos impiden nacer de nuevo. Sólo Tú eres nuestro Señor y nuestra vida,
¡sólo Tú! Sin miedo, enraizado a cada lágrima del Papa, hoy miro al cielo para
gritar: ¡mártires cristianos, crucificados en Siria, rogad por nosotros!
José Moreno Losada es sacerdote en
Badajoz, España
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